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José Luis García Rúa en La Carbonería (2)


Los caminos por los que se llega a la belleza son múltiples y diversos. Yo conocí a José Luis García Rúa gracias a una novia que tuve en Gijón. Ella no lo conocía, pero cuando estaba allí y ella trabajaba, me gustaba visitar algunas librerías de la ciudad. En una de ellas, la que mejores recuerdos me trae, la librería Paradiso, conocí al dueño de la tienda que me recomendaba discos (era tienda de libros y de discos), y entre los que me llevé había uno de Mus: Divina Lluz. El corte final del disco se titulaba "Adiós" y era un recitado de un hombre, probablemente el mismo poeta, con el fondo sonoro de los climas dulces e inquietantes que caracterizaban al grupo. Además, me llevé una película, con el mismo título, de un director desconocido hasta entonces para mí, Ramón Lluis Bandé. Entre los extras aparecía este señor recitando con el mismo acompañamiento sonoro. Años después José Luis Piquero me contaría que García Rúa era un poeta de ideas anarquistas que ya no vivía en Gijón. Por otra parte, Francisco Lira, entre sus muchas noticias bibliográficas, me hablaba de traducciones de un tal Rúa que no relacioné con el mencionado poeta asturiano. Al parecer había sido profesor en Salamanca, donde fue discípulo junto con Agustín García Calvo, de Antonio Tovar, en varias universidades alemanas, en Córdoba y, actualmente, en Granada. En todas estas ciudades, además, había dejado su impronta como activista político, siempre incómodo para el régimen. El tiempo me llevó a relacionar los apellidos, y puso en mis manos este libro: Mis ciudades I Gijón, donde encontré fascinado el texto "Adiós, Gijón, adiós", del que se extraen los versos que escuché en aquel disco de Mus. La disposición de los versos era diferente de la que aparecía en el digi-pack. Heptasílabos y endecasílabos que formaban una silva perfecta. Es el final de un libro que pretendía ser el primero de una serie de cuatro, faltarían Salamanca, Maguncia y Granada, en los que el poeta repasa los principales avatares de una vida que ha ido dejando huella allí donde pasó, y que llevaría por nombre: En la marea del siglo.
La infancia en una Gijón que ya no existe y que va dejando de hacerlo a medida que nos faltan los personajes que la habitaron, pero que renace en estos versos que harán que permanezca entre nosotros para siempre. Igual que sus personajes: su madre, Manuela "madre de la madre", Tíojosé, "un Alonso Quijano de las aguas", y Concha y Carmen, "las mujeres / que nadie conoció y, sin embargo, / también ellas jugaron / la broma de la vida." Laura, Flora, Casilda, el cojo Ricardo; Eleuterio, el maestro de la escuela laica que le enseñó a mirar "ese mar / que es "él", cuando se agita y brama, / y es "ella", cuando da / reposo a la mirada." Pero, ya lo he dicho, sobre todos ellos Gijón, Cimadevilla, la playa de San Lorenzo, uno de los lugares más hermosos que conozco "Gijón era una iglesia / de torres en aguja / con sabor a parrilla / en sus adentros lóbregos, / y un alegre murmullo / de alas en sus torres, / y agua... / (San Lorenzo y sus pérgolas)."
Pronto llegaría la guerra, la guerra en Asturias que ya nos había narrado con idéntica belleza y desde la misma mirada del niño otro protagonista, Ángel González, nos la cuenta también García Rúa, el niño "sólo sabe / saltar los parapetos, y tan sólo / que el "carca" es un canalla, / y preguntarse / por qué los pies del muerto / decaen siempre en formas angulares." Aquel niño que pronto sabrá del horror con la muerte del padre: "Cobró entonces la muerte / figura y nombre, / y desde ahora / por siempre en adelante, / fue ya su compañera, / y en aquel sinsentido / buscó el sentido de la vida misma, / encontrando / sólo la compañía y, viceversa, / la misma soledad acompañada, / (...) / Así, por siempre, vivió su padre en él."

El exilio le mostró al chaval de quince años "la Francia dulce, / la Francia amarga"; los ojos de Paulette: "aquellas lágrimas (...) / dieron cristal y brillo / y sentimiento a sus inmensos ojos. / Lágrimas muy distintas / de aquellas que el Gijón guerrero / habían ofrecido al niño en la mirada."
Conoció Barcarés, Argelés-junto-al-mar: "a un paso de Colliure, donde Antonio dejó su paz y su palabra." En aquellos lugares del horror es fácil ver al niño "imaginando un poniente de verano / allá en Gijón". El mismo niño que, tras dos años de penurias y evocaciones, regresa a los lugares de su infancia: "preguntando / cómo sería el Gijón que le esperaba, / después de tanta noche y tanta muerte, / de dolor tanto en sangre / y en esperanza rota."

Y "Sí, allí empezaba a estar Gijón, / desplazándose a tumbos, / al otro lado de la ventanilla / del tren inquieto que le conducía." Será el mismo tren en el que saldría de la ciudad, casi veinticinco años después: "el tren y sus bufidos." Y va recuperando imágenes "de aquel Gijón de aliento sincopado, / que, poquito a poquito, / con gran pena, / va quedando anudado en su pupila / con signos que, en otro tiempo, / fueron sentido y vida, / y ahora necesitan traducirse / en claves nuevas / para ser entendidos..."
Fueron tiempos de muerte, tiempos de humillación y escarnio, "tiempo igual de silencio para la risa, el canto o la palabra", en el que ya parece asomar en el deseo de escribir este libro:


Si yo tuviera un canto, compañero,
si tan siquiera,
un hilillo de voz en mi garganta,
si una brizna, un algo,
un puro aliento, qué sé yo,
una sombra de verbo modulado,
incluso roto, sin compás
ni medida, sin cadencia,
aunque sonara a lata,
esa lata batida
que es la vida y su historia,
¿qué te diría, amigo?
No sé, ¿qué quieres que te diga?


El hambre, la mina, también los juegos en el espacio tapiado, que es actualmente Jovellanos, en el que pienso muchas veces y recuerdo que fue donde conocí a aquella novia que tan feliz quiso hacerme. E imagino a los chavales saltando aquella tapia y jugando en algún sitio libres. La mina: vida y muerte para tantos. La historia hermosa y triste de Mayorito: un hombre bueno y digno, cuando serlo era ser un héroe.
Tiempo de la muerte, tiempo del danzar maldito: toda Asturias, toda España, se refugiaba en los bailes: el vals, el tango, la copla. Y por encima de todos el bolero, que hacía soñar que había mundos diferentes y otras vidas posibles.
También llegó la conciencia de lo que significaba el Estado: "esa red de dominio / que los pueblos entrega como presa / a la voracidad de gentes bienpensantes." Y la Cultura, su arma más eficiente:


Desarrollar esa Cultura grande,
retórica, formal, interesada y fría,
y hacer con la otra buena
cultura de los pueblos
el papel del vampiro que, en sus ansias
no cesa de buscar con sus colmillos
esa cálida sangre
de garganta del saber del pueblo,
es la tardea inmunda del Estado
en su necesidad de pervivencia."


¡Qué poco han cambiado las cosas! Y si lo han hecho, no estoy seguro de que haya sido a mejor. Y además hay otra cuestión que siempre nos planteamos: para llegar a descubrir todo esto es necesario, es imprescindible, acceder a la Cultura. Así aquel niño nos cuenta que tras pasar por la Universidad:



... con el alma perpleja,
más partida que nunca,
más que nunca dispuesto
a negarse a sí mismo
y a jugarse la vida en una apuesta
cuyo envite encerrara,
con la razón, la fe,
a más de la esperanza,
en un proyecto mínimo de pura coherencia,
donde paz y verdad, libertad y justicia
no tuvieran sentido
los unos sin los otros,
entendido el conjunto cual única manera
de dar significado
al absurdo del mundo,
y donde por lo tanto resultaba obligado
reñir a muerte la dicotomía
de forma y contenido,
como exclusivo medio
de quitar a las cosas la careta.


Así llegaron los proyectos de Cura Sama y Gesto, escuelas para el pueblo donde tanto o más aprendían los profesores que los alumnos, y que trajeron consecuencias impensables para un régimen que apenas había encontrado resistencia interna desde hacía años: huelgas en minas y astilleros, movimientos sociales que luchaban de verdad por la justicia. A unos le supusieron la pérdida de la libertad, incluso de la vida. A García Rúa, de nuevo el exilio de su ciudad amada. Y ahí es donde llega ese gran poema: el canto a la libertad de un hombre bueno que lucha por mejorar este mundo desde hace años, y que no dejará de hacerlo nunca: "Adiós, Gijón, adiós."



httpv://www.youtube.com/watch?v=p-vC0ykvIDw

(Texto leído en la presentación del acto de García Rúa en La Carbonería)

archivado en: , ,
Eduardo
Eduardo dice:
21/12/2010 17:17

Querido Rafael, nuevamente felicitarte y darte las gracias por tan estupenda entrada. No conocía a José Luis García Rúa. En la librería Paradiso, mi favorita también, buscaré sus libros estas Navidades. Siempre hay que volver a Gijón. Un fuerte abrazo.