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Ezequiel Pérez Plasencia

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Aquellos días en Tenerife los pasé visitando las playas, las ciudades y sus librerías. En una de ellas, en La Isla, encontré un librito pequeño cuyo título atrajo inmediatamente mi atención: Decena de un cronopio. Más abajo se leía: Galardonado en el Premio Internacional de Cuentos Juan Rulfo. Dirigí la mirada hacia el nombre del autor que estaba impreso arriba: Ezequiel Pérez Plasencia. No me sonaba de nada. Se trataba de una edición de un solo cuento que había ganado ese premio tan prestigioso que daba en París Radio Francia Internacional, y al que ya me había presentado sin éxito alguna vez. El libro estaba editado por la misma librería en la que lo encontré, La Isla, y por una editorial tinerfeña con nombre de mencey guanche: Benchomo. Lo compré. Leí el cuento en unos minutos y volví a ver si encontraba algún librito más de ese autor. Encontré dos: Los caminadelado y El regreso de Calvert Cassey, ambos editados por Benchomo. Eran artículos que reflejaban vivencias, o diarios con tono periodístico, sobre La Habana y sobre su isla. Durante algunos días los leí dosificándolos, con miedo a terminarlos. Sabía que en Sevilla no me iba a resultar fácil encontrar algún libro suyo. No sé cómo llegó a mis manos La ilusión de los vencidos, editado por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. Sí sé que hace un par de años encargué a mi madre que me buscara El orden del día, del que tuve noticia por una reseña que Juan Cruz, su devoto paisano, había publicado en las páginas del suplemento Babelia. Nunca hablé con nadie de él y, cuando lo nombraba, nadie lo conocía. Tampoco había leído nada más sobre él ni sobre su obra, hasta hoy, que me encuentro atónito que Juan Cruz le ha escrito el obituario en El País. Ha muerto con cincuenta y tres años, por atragantarse con la comida. No me lo puedo creer. No me lo puedo creer.
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Carabini
Carabini dice:
24/03/2011 16:18

porque desde mi primera juventud hasta este tiempo habiendo estado sobremanera inflamado por alt simo y noble amor tal vez por yo narrarlo bastante m s de lo que parecer a conveniente a mi baja condici n aunque por los discretos a cuya noticia lleg fuese alabado y reputado en mucho no menos me fue grand sima fatiga sufrirlo ciertamente no por crueldad de la mujer amada sino por el excesivo fuego concebido en la mente por el poco dominado apetito el cual porque con ning n razonable l mite me dejaba estar contento me hac a muchas veces sentir m s dolor del que hab a necesidad. ellos si les aflige alguna tristeza o pensamiento grave tienen muchos medios de aliviarse o de olvidarlo porque si lo quieren nada les impide pasear o r y ver muchas cosas darse a la cetrer a cazar o pescar jugar y mercadear por los cuales modos todos encuentran la fuerza de recobrar el nimo o en parte o en todo y removerlo del doloroso pensamiento al menos por alg n espacio de tiempo despu s del cual de un modo o de otro o sobreviene el consuelo o el dolor disminuye.