El viajero en el tiempo
Hace frío. Salgo a dar un paseo. Me gusta caminar con el rumbo perdido y lo hago muchas tardes. Me gusta y viene bien. En Aracena era diferente. Tenía todo el campo por descubrir. Tenía caminos, senderos y campo, puro campo. Me fijaba en los árboles y en el color de la tierra. A veces, me encontraba en algún sitio y pensaba: "Aquí he estado antes." Pero no recordaba cuándo y después lo olvidaba. Me gustaba olvidar y volver para descubrir el mundo. Pensaba un nombre. Cuando llegaba a casa, después de haberle dado mil vueltas y haberlo cambiado varias veces, escribía que había estado en Árbol viejo o en Ruina verde. No hacían falta grandes nombres. Me gustaban los colores. Siempre decidía nombres distintos. En Aracena también solía hacer frío, pero era más llevadero. Descubrí un sitio que debía ser secreto. Nadie iba por allí. A veces guardaba cosas y, al día siguiente, allí estaban. Ni animales ni personas. Era un lugar secreto, sí. Allí leí La mujer del viajero en el tiempo. Allí guardaba un paquete de cigarrillos y un zippo. Bueno, no es tanto que los guardara como que los dejaba allí. Eran días en los que no llovía, claro. Iba después de comer dando un paseo y me encendía un cigarro y continuaba la lectura por donde la había dejado la tarde anterior. Ni siquiera llevaba el móvil. Esa historia me encantó. Se trata de una pareja: ella lleva su vida normal, salvo por el detalle de que su pareja es un viajero en el tiempo. No es fácil contar el argumento. Es ciencia ficción, claro. Me encantaba la música (hablaban de música y de libros). Años más tarde, estando ya en Sevilla editaron otro libro de la autora (norteamericana). Leí la contraportada y, como me temía, ya no me interesó. Creo que se llamaba... voy a mirarlo. A ver: Audrey Niffenegger. Sí: La mujer del viajero en el tiempo. A mí me encantó y lo leí en el árbol donde creía que estaba acompañándola. Porque no lo he dicho, pero lo que me gustaba de aquel árbol, de aquel libro, de aquellos cigarros, era sentir que estaba con ella.