Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche
Hace un par de semanas volví a verla. Fue, estaba claro, en una librería, mirando el fondo de narrativa de autores que escribían en otras lenguas, cuando miré a mi derecha y ahí la vi. Ella, notándose observada, también miró a su izquierda y me vio. No supe qué hacer "ni me planteé qué decir, ni llegué a planteármelo siquiera" y volví la cabeza. No sé si ella me reconoció o no. Han pasado veinticinco años y yo no era más que una cara entre las sillas del aula que, alguna vez, se atrevió a acercarse a ella, empujado por el interés de saber más de aquella mujer que, entonces, casi me doblaba en edad. Mientras me iba alejando hacia la puerta de la librería, pensaba: "tengo que volverme y acercarme a ella", pero es que ni llegué a aflojar el paso. Salí de la librería. Ya en la calle, tomé un puro de la cajetilla y me lo llevé a los labios con un gesto que se repite últimamente más de lo que debiera. Saqué el zippo que a veces, la realidad y el deseo, pienso que me regaló Raquel y encendí el cigarro.
Entro en clase. Me siento en una discreta tercera fila, con un par de amigas. Es la hora de la optativa cuatrimestral "Lírica Hispanoamericana Contemporánea". La profesora entra en la clase. Desde mi asiento se divisa plenamente la puerta y el recorrido que ha de hacer hasta llegar a la mesa. La fábrica de tabacos conservaba un aire majestuoso y decadente que ya habían ido perdiendo todos los demás centros de la universidad de Sevilla. Ella ha musitado un "Buenos días" al entrar, que no esperaba respuesta y avanza hacia su sitio sin dejar de mirar el suelo. ¡Cuántas veces la vi hacer ese recorrido, mudo! Creo que hubo una época que sólo iba a la Facultad para asistir a sus clases o para mirarla caminar hacia su sitio. Se sentó, volvió a saludarnos más decidida y sacó una vieja edición de poemas de José Martí, mientras decía: "Este es el poema del que os hablé ayer." Y empezó a recitar: "Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche. / ¿O son una las dos?..." Fueron unos minutos especiales. Era algo que ya estaba en marcha, pero ahí se torció definitivamente cualquier vocación más productiva que la de leer y escribir. Yo quería leer con esa pasión, sin la voz engolada y autocomplaciente que ponían otros profesores. Yo quería sentir como ella. Yo quería escribir y que me leyese ella. Escribiría para ella.
El nombre del poemas más antiguo que conservo sin avergonzarme demasiado se titula "Aklan". Todo gira en torno a una isla en la que nos reunimos "los que sabemos de Aklan". Con el tiempo usé clandestinamente ese nombre para mí mismo, como seudónimo en algunos concursos literarios y como seudónimo mío, pero Aklan era ella. Originariamente, Aklan era ella. Y allí estaba, con más años pero igual de hermosa, enferma de literatura: "yo busco en los libros algo diferente de lo que encuentro en la vida," pero viva y contagiando ambas enfermedades, la de la literatura y la de la vida, a muchos de los que hemos sido sus alumnos. Y yo no sé cuánto tiempo más tardaré en verla.
Entro en clase. Me siento en una discreta tercera fila, con un par de amigas. Es la hora de la optativa cuatrimestral "Lírica Hispanoamericana Contemporánea". La profesora entra en la clase. Desde mi asiento se divisa plenamente la puerta y el recorrido que ha de hacer hasta llegar a la mesa. La fábrica de tabacos conservaba un aire majestuoso y decadente que ya habían ido perdiendo todos los demás centros de la universidad de Sevilla. Ella ha musitado un "Buenos días" al entrar, que no esperaba respuesta y avanza hacia su sitio sin dejar de mirar el suelo. ¡Cuántas veces la vi hacer ese recorrido, mudo! Creo que hubo una época que sólo iba a la Facultad para asistir a sus clases o para mirarla caminar hacia su sitio. Se sentó, volvió a saludarnos más decidida y sacó una vieja edición de poemas de José Martí, mientras decía: "Este es el poema del que os hablé ayer." Y empezó a recitar: "Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche. / ¿O son una las dos?..." Fueron unos minutos especiales. Era algo que ya estaba en marcha, pero ahí se torció definitivamente cualquier vocación más productiva que la de leer y escribir. Yo quería leer con esa pasión, sin la voz engolada y autocomplaciente que ponían otros profesores. Yo quería sentir como ella. Yo quería escribir y que me leyese ella. Escribiría para ella.
El nombre del poemas más antiguo que conservo sin avergonzarme demasiado se titula "Aklan". Todo gira en torno a una isla en la que nos reunimos "los que sabemos de Aklan". Con el tiempo usé clandestinamente ese nombre para mí mismo, como seudónimo en algunos concursos literarios y como seudónimo mío, pero Aklan era ella. Originariamente, Aklan era ella. Y allí estaba, con más años pero igual de hermosa, enferma de literatura: "yo busco en los libros algo diferente de lo que encuentro en la vida," pero viva y contagiando ambas enfermedades, la de la literatura y la de la vida, a muchos de los que hemos sido sus alumnos. Y yo no sé cuánto tiempo más tardaré en verla.