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Calor, de Manuel Vilas


EL AÑO DE VILAS



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Calor
Manuel Vilas
Premio Fray Luis de León
Visor
ISBN: 978-84-7522-029-1
63 páginas
Madrid, 2008

Claro que podríamos estar hablando de otros libros: de Oír la luz, de Eloy Sánchez Rosillo (Tusquets), quizás uno de los otros grandes libros del año; o de Légamo, de José Luis García Martín (Pre-textos), que también podría serlo; o de Poemas de Ubar Abass (Algaida), el mejor Manuel Moya hasta la fecha. Todos libros brillantes, a su manera imprescindibles, y especialmente diferentes en tonos y en poéticas propuestas. Pero en este momento, y tras haber hecho un íntimo recuento de lo que fue 2008 para la poesía española, hablaremos de Calor, el tercer libro de poemas que hemos conocido de Manuel Vilas, tras El cielo (DVD, 2000) y Resurrección (Visor, 2005). Porque me atrevo a decir que, aunque aún no le hayan alcanzado los grandes premios institucionales, ni los Nacionales ni los de la Crítica, 2008 es y será el año de Vilas: en narrativa por su novela España (DVD), y en poesía por este libro que reseñamos, con el que obtuvo el VI Premio de Poesía Fray Luis de León, que otorga la Diputación de Cuenca.

Manuel Vilas, nacido en Barbastro, en 1960, ha construido con muy pocos libros una de las obras más personales y reconocibles de las que están en marcha en lengua española. Hay una serie de escritores nacidos en torno a los 60, que comenzaron a publicar más jóvenes: el asturiano José Luis Piquero, el salmantino Juan Antonio González Iglesias, los andaluces Juan Bonilla, Jesús Aguado y el ya citado Manuel Moya, y el extremeño Julián Rodríguez. Todos con una obra que aúna diversos géneros. Todos fogueados en el campo de la crítica. Todos con libros mejores y con libros menos buenos. A todos ellos este año se les une Manuel Vilas, aragonés recio, español profundo y, quizá por ello, escritor de vocación universal. Sin renunciar a sus raíces inequívocas, pero con toda la curiosidad de quien se reconoce hijo de su tiempo. Inicia el libro con una cita de los Who, uno de sus referentes en este Calor. "No me iré todavía." Uno de los motivos esenciales de su libro: cómo convertir todo lo que detestamos en algo con lo que podamos convivir, o, por decirlo con otras palabras, cómo hacer de este mundo un mundo más habitable.

El libro comienza con dos ceremonias: una universal, a la que asisten todos los poderosos que son algo en España; otra más íntima, y mucho más emotiva, a la que asiste sólo el poeta. La primera es la boda del príncipe, narrada con el tono de crónica social que ya ensayó en algunos de sus poemarios uno de los referentes, no sé si conscientes o no, si reconocidos o no, de Vilas: Manuel Vázquez Montalbán. Podríamos también haber dicho que la edición hasta el momento definitiva de su poesía completa, Memoria y Deseo (Península) ha sido otro de los grandes libros del año, pero es cierto que en su mayoría, en su parte esencial, se trata de una reedición. El otro referente que también asoma desde el primer poema es otro de los más grandes poetas españoles del siglo pasado: Ángel González. Vilas también nos hace, como el asturiano, reír y llorar en un mismo poema. La diferencia es que los materiales del asturiano son su propia experiencia, la guerra civil, su infancia terrible y desubicada, mientras que Vilas toma distancia de ellos, lo que le permite salir más airoso, doler menos, también mucho pero menos. Como ejemplo, la boda del príncipe, que está viendo por televisión desde un bar de Zaragoza. En la segunda ceremonia a la que asistimos en el libro, nos encontramos a un Vilas que lleva su coche al desguace. Algunos de sus versos más líricos y divertidos aparecen aquí:

Fuimos felices.
Fuimos grandes y definitivos.
Te doy un beso delante del chatarrero
y de un negro
que lleva un chorreante radiador en una mano.
Te he amado más que a mis amantes,
más que a mi perro;
casi tanto, pero no tanto, eh, como al dinero.


Este es el tono que va a imperar en el libro: coloquial, irónico y gamberro, pero pleno, auténtico, siempre lleno de belleza. El ritmo. Vilas es un maestro del ritmo. Cuando usa el verso libre, la prosa poética o simplemente la prosa. Usa enumeraciones interminables, el polisíndeton y metáforas imposibles. Algunos de los textos de España bien podrían formar parte de Calor, y viceversa. Porque la obra de Manuel Vilas es una obra total, un todo, que sin embargo no se repite. Y el gran tema de Calor es la crítica social, la libertad de pensamiento como única salvación, el humor para afrontar la vida que nos ha tocado. Vilas sabe que no somos los grandes derrotados, los hay que están mucho peor que nosotros, pero sí somos los testigos de tanto dolor. Su obra es un ingente catálogo de nombres propios, algunos protagonistas con mayúsculas que, probablemente, supondrán una nota a pie de página en ediciones posteriores, y otros, protagonistas de sucesos menores, aunque no menores para él, ni menores para nosotros: sí para la Historia o para los que escriben la Historia.

El poema "Fraternidad" nos deja sin habla, casi sin respiración. La ironía lo inunda todo. Lo perdona todo. Lo permite todo. Si Whitman viviese en Zaragoza, y se permitiese algo de humor, habría firmado un poema parecido:

Beso a los inocentes.
Amo a los inocentes.
Moriría por ellos sin pensarlo una milésima de segundo...
Beso a quienes no tienen nada.
Beso a quienes han perdido.
Beso a quienes nadie besará.
Beso la luz.
Deja que bese tus labios de mármol.


Otros referentes en sus poemas son los músicos Lou Reed y, los ya mencionados, The Who. De ellos toma prestados algunos títulos: "Cocaína", "Walk on the wilde side" o "Los chicos están bien". Con ellos hace un repaso por algunos de los momentos de su biografía. Con ellos y con otros, como "Sida" o "Alcoholemia". Especialmente hermoso y especialmente duro es "1985", donde cuenta algo que le ocurrió durante la mili.

El libro culmina, como empieza, con dos nuevas ceremonias: "El Crematorio" cuenta cuando fue también él solo, como en el segundo poema, a incinerar a su padre. Ni siquiera en los momentos más duros abandona el humor, la ironía. En el último poema, "El comulgatorio" vuelve al Actur, el barrio a las afueras de Zaragoza desde donde vio la ceremonia de la boda del príncipe, aunque aquí mira sobre sí mismo, sobre su cierta realidad y a toda la podredumbre del mundo sólo opone el deseo. Ni siquiera el amor, el deseo:

así que deja que te lo haga todo esta noche,
es lo único que tenemos. Deja que me coma
lo que ellos no tienen: tu carne blanca y dulce
y que apague
tus gloriosas ganas de follar. Es nuestro reino.


Quizá también sea nuestro reino: el amor o el deseo. Cuando, al final, hacemos recuento de nuestras vidas y descubrimos, siempre descubrimos lo mismo: que estamos solos. Un poco menos solos con poetas que cuentan nuestras vidas, como hace Manuel Vilas.
archivado en: ,
Jose Luis Piquero
Jose Luis Piquero dice:
11/06/2011 00:39

Un poco de retraso la reseña, pero nunca es tarde. Efectivamente, Vilas es el gran poeta español actual, uno de los tres o cuatro contados con los dedos. Y, por supuesto, nunca le darán el Premio Nacional ni el de la Crítica. O no en mucho tiempo. Antes tienen que desanquilosarse. Pero da igual. Hay un escalafón virtual y otro real. Y conste que a veces se equivocan y, sin querer, dan un Nacional de verdad (véase Marzal). Pero no es lo habitual. Que se siente Vilas a esperar por esos premios. Mejor: está a leguas por encima.
Un abrazo.

Rafael Suarez Placido
Rafael Suarez Placido dice:
11/06/2011 01:42

Bueno, José Luis: tú ya conocías la reseña. Quizá tendría que haber dicho que se publicó en una revista, pero no me apetece hacerlo.
Hace algún tiempo que estoy recuperando textos anteriores al blog y los que más me interesan los voy publicando en otro paralelo a este. Algunos, los que creo que pueden resultar interesantes, incluso tres o cuatro años después, los voy subiendo aquí. No quiero que se pierdan en alguna carpeta que algún día me sea imposible encontrar.
En cuanto a Vilas, tú lo has dicho: es uno de los grandes poetas del momento. Esperemos que no sea abducido por el nocilleo. Está a leguas por encima.
Lo de los premios siempre es secundario, o terciario.

Un abrazo.