El regreso de mi padre
UNO.-
A Faulkner lo enterraron hace cincuenta años pero todo el mundo sabe que no está muerto, que anda esparcido en esquejes y cuando menos lo esperas te lo encuentras sentado en un libro escrito por Cabrera Infante, Onetti, Vargas Llosa, García Márquez, uno de los dos de Rulfo, Carpentier y otro montón de adeptos a su literatura que corretearon y aún caminan por el condado de Yotnapatawpha.
A mí me está ocurriendo algo similar con mi padre.
Mi padre no era escritor pero como si lo fuera. Cada persona escribe su vida aunque no lo sepa. Lo hace paso a paso, día a día.
A mi padre lo he enterrado dos veces, por si las moscas. La primera cuando murió hace más de tres décadas; la segunda cuando lo trasladé a un cementerio nuevo porque en el que estaba había caducado o se había muerto y en su lugar hicieron un parque precioso con flores en donde se mean los perros.
La caja con el muerto de mi padre la bajamos por el balcón reliada en cuerdas porque no cabía por la curva de la escalera. Una odisea aquella. La calle llena de gente y el féretro que si me caigo o no me caigo hasta que lo agarraron los de tierra.
En ese sentido podría decirse que mi padre acudió volando a la tierra que debía contenerlo. Pero mi padre nunca se marchó del todo, no, anduvo por aquí y por allá: por donde le salió de los cojones.
Últimamente me persigue. Y no lo soporto. Lo veo en el espejo del cuarto de baño, en el retrovisor del coche o en las cristaleras de los comercios a los que voy... Además, intenta pasar desapercibido usando una ropa similar a la que yo uso pero ambos sabemos que a mí no me engaña.
Reconozco que parece estar hecho un mar de dudas, lo observo en sus ojos cuando me aguanta la mirada. Mi padre, Curro Coraje -eso le apodaban-, murió con la edad que tengo ahora. Me pregunto si habrá venido a recordarme tal cosa: que él se murió y yo todavía sigo vivo.
La gente me dice que cada vez me parezco más a él pero no es cierto. Es él el que intenta parecerse a mí para pasar desapercibido, para que lo confundan conmigo y nadie sepa quién es uno y quién es otro.
Me pregunto si me estará pidiendo que me muera, como él hizo. Pero, yo creo que un padre no debería pedir eso a un hijo por lo que mejor lo descarto y seguiré observándole, a ver qué pasa.
DOS.-
El jueves pasado fue el día de los muertos. Recogí a mi octogenaria madre y me fui con ella al cementerio. El camposanto estaba lleno de gente: de vivos y de muertos.
No todos los muertos estaban dentro de los nichos, también los había fuera. Personas que aparentan estar vivas pero que llevan una existencia fallida. Son vegetales, están faltos de pensamientos.
Gente huera que hace lo que los demás hacen.
He de reconocer que cuando me acerqué al nicho de mi padre para que mi madre le pusiera unas flores, era como si mi madre me las estuviera dando a mí, porque... mi padre, como ya dije, camina conmigo, reside en mis adentros.
Es difícil explicarle a una madre que yo soy su marido y que tuvimos un hijo que también soy yo. Así que desistí del empeño.
Luego estuve viendo a todos mis muertos y a los de otros.
En un momento de recogimiento de mi progenitora, que quise respetar, me senté en un banco a meditar y decidí no dejar allí en ese desangelado lugar a mis muertos ni un minuto más. Que me los iba a llevar a todos.
Total, si mi padre ya vive conmigo que más da rescatar a toda la familia. Y eso hice. Me traje en mi interior a mi abuelo, a mi hermano, a mis tíos, a mi cuñado y a mi sobrino, a todos.
Cuando escribo esto mi cerebro es una jaula de grillos porque, como llevaban tanto tiempo sin hablar y sin verse, ahora se quitan la palabra unos a otros semejando una orquesta sin director. Pero, mi padre, que siempre fue un líder, ha impuesto silencio y ha dicho dirigiéndose a mí algo que no esperaba.
En concreto, me ha comunicado que no debemos estar aquí, en un artículo, que hemos de marcharnos a un relato o a una novela, que eso es lo que más nos conviene. Que el articulismo es otra cosa, así que, cierra este asunto y pongámonos manos a la obra -dijo-.
Y eso estamos haciendo. Escribiendo el cuento de mi vida que no sabemos si será largo o corto, en donde habitarán mis vivos y mis muertos y los vivos y los muertos de todos los otros que caminaron por el secarral inhóspito de la existencia.
Es tarde y debo irme a la cama. No sé cómo voy a explicar a mi mujer que debe acostarse con tanta gente, pero, algo se me ocurrirá, supongo.
Paco Huelva
Revisado 29/09/13
muy bueno Paco