"Pueblo (1)", por Miramamolín, el Moro
Más de un significado nos ofrece este bisílabo, pero podrían ser más, tantos como oradores lo pronuncien o escribidores lo escriban, dada la subjetividad pertinaz, amén de los intereses sanos o espurios, que suele atraer sobre sí.
Pero iré por partes y, como cuestión previa, he de plantear que, sea cual sea la acepción que se emplee, se hace en términos lisonjeros, pelotilleros. Al menos públicamente, que en privado ya sería otro cantar (tengo un amiguete que fue escolta de un presidente de Brasil y me contó que, yendo a su lado en el coche, mientras las masas lo aclamaban, el tipo, al tiempo de corresponder saludando con las manos y su mejor sonrisa en el rostro, decía por lo bajini: "gilipollas, que sois gilipollas, vosotros aclamadme que yo me estoy poniendo las botas". ¿A cuántos políticos se les podría aplicar la misma historia que, insisto, es verídica y cuyo testigo vive en Gí¼erva?
Yo me refiero hoy al pueblo como conjunto (jamás como colectivo, expresión majadera donde las haya) de personas de un país, región o lugar. Generalmente son los políticos -o sus mandados de los media - sus interlocutores y ¡cómo le hablan! Invito a los curiosos del tema al durísimo ejercicio de leer los programas, discursos, proclamas y panfletos o folletos con que en los períodos preelectorales nos inundan buzones, periódicos, etc… ¡Verán qué eclosión de parafernalia pelotillera!.
Podrán estudiar toda la extensa familia del homo lameculus de nuestros días, con descripción exhaustiva de su perfeccionada metodología. Fíjense sobre todo en las formas orales y apreciarán las variopintas maneras de enfatizar la palabra Pueblo (ahora con mayúscula, que ha de votar).
Permitidme una digresión, conciudadanos: resulta curioso observar cómo, históricamente, ha evolucionado el concepto de pueblo, ya que desde plebe o siervos de la gleba hasta Pueblo-que-vota, también ha pasado por el estadio de pueblo-para-el-que-supuestamente-se-gobierna-sin-contar-con-él (como hace poco con eso del referendo). En cambio, las llamadas clases dirigentes poco han cambiado, me dice el pajarillo de las marismas que vive allí desde cuando las Nornas, pues a lo que hoy se llama "erótica del poder" (quien no se consuela es porque no quiere) antes se le llamó afán de dominio, ambición de poder (hoy: "vocación de servicio a la colectividad"), …
Para terminar la digresión a que me habéis autorizado os ruego que notéis otro aspecto del asunto y es el siguiente: ahora que las gentes viven más aisladas -dicen- los comportamientos colectivos son más uniformes, cosa que aprovechan bien quienes hablan al Pueblo (con mayúscula, que sigue votando) para moverlo a base de consignas lapidarias que evitan pensar, pero invitan a votar. Naturalmente, sociólogos y antropólogos tienen explicación para todo esto y a ellos os remito si queréis aprender. Básteme a mí que me leáis lo suficiente como para que os pueda transmitir la idea siguiente: el despotismo sigue vivo, pero zafio, no ilustrado, pues entre los déspotas de ahora no hay ilustrados. Antes al contrario, la vulgaridad adquiere rango palaciego.
Y yo me pregunto: si existe, ¿cuándo hablará el pueblo?
Pero iré por partes y, como cuestión previa, he de plantear que, sea cual sea la acepción que se emplee, se hace en términos lisonjeros, pelotilleros. Al menos públicamente, que en privado ya sería otro cantar (tengo un amiguete que fue escolta de un presidente de Brasil y me contó que, yendo a su lado en el coche, mientras las masas lo aclamaban, el tipo, al tiempo de corresponder saludando con las manos y su mejor sonrisa en el rostro, decía por lo bajini: "gilipollas, que sois gilipollas, vosotros aclamadme que yo me estoy poniendo las botas". ¿A cuántos políticos se les podría aplicar la misma historia que, insisto, es verídica y cuyo testigo vive en Gí¼erva?
Yo me refiero hoy al pueblo como conjunto (jamás como colectivo, expresión majadera donde las haya) de personas de un país, región o lugar. Generalmente son los políticos -o sus mandados de los media - sus interlocutores y ¡cómo le hablan! Invito a los curiosos del tema al durísimo ejercicio de leer los programas, discursos, proclamas y panfletos o folletos con que en los períodos preelectorales nos inundan buzones, periódicos, etc… ¡Verán qué eclosión de parafernalia pelotillera!.
Podrán estudiar toda la extensa familia del homo lameculus de nuestros días, con descripción exhaustiva de su perfeccionada metodología. Fíjense sobre todo en las formas orales y apreciarán las variopintas maneras de enfatizar la palabra Pueblo (ahora con mayúscula, que ha de votar).
Permitidme una digresión, conciudadanos: resulta curioso observar cómo, históricamente, ha evolucionado el concepto de pueblo, ya que desde plebe o siervos de la gleba hasta Pueblo-que-vota, también ha pasado por el estadio de pueblo-para-el-que-supuestamente-se-gobierna-sin-contar-con-él (como hace poco con eso del referendo). En cambio, las llamadas clases dirigentes poco han cambiado, me dice el pajarillo de las marismas que vive allí desde cuando las Nornas, pues a lo que hoy se llama "erótica del poder" (quien no se consuela es porque no quiere) antes se le llamó afán de dominio, ambición de poder (hoy: "vocación de servicio a la colectividad"), …
Para terminar la digresión a que me habéis autorizado os ruego que notéis otro aspecto del asunto y es el siguiente: ahora que las gentes viven más aisladas -dicen- los comportamientos colectivos son más uniformes, cosa que aprovechan bien quienes hablan al Pueblo (con mayúscula, que sigue votando) para moverlo a base de consignas lapidarias que evitan pensar, pero invitan a votar. Naturalmente, sociólogos y antropólogos tienen explicación para todo esto y a ellos os remito si queréis aprender. Básteme a mí que me leáis lo suficiente como para que os pueda transmitir la idea siguiente: el despotismo sigue vivo, pero zafio, no ilustrado, pues entre los déspotas de ahora no hay ilustrados. Antes al contrario, la vulgaridad adquiere rango palaciego.
Y yo me pregunto: si existe, ¿cuándo hablará el pueblo?