"Mañanera", por Miramamolín, el Moro.
"Con la guitarra medio cascada y su voz a juego, el cantaor callejero viola el chaflán y tapa el escaparate de la joyería. Quienes, sentados en la terraza del café, esperaban mantener una conversación amable al ocupar sus asientos le miran de reojo, comienzan a odiar los fandangos y agarran con fuerza el monedero decididos a pagar exclusivamente las consumiciones pedidas.
La mañana, con un sol que matiza la temperatura de diciembre, estimula la actividad de las gentes que, afanosas, transitan por la calle peatonal flechados hacia la trampa del consumo navideño. De los comercios salen efluvios de ambientadores que se mezclan en las pituitarias y ahogan, así, el aroma de los cruasanes y las tostadas que deberían percibirse cada vez que se abre la puerta de una cafetería. Dos mujeres de raza negra, vestidas espectacularmente y majestuosas en su porte, atienden con esmero a quienes se acercan a su manta para ver y, posiblemene, comprar alguno de los objetos de bisutería que contiene. Unos metros más allá, es una familia de indios peruanos la que vigila sus discos y las esquinas, por si aparece algún guindilla. Músicos del este, allende el cruce, hacen música de cámara a cielo abierto.
Mi paso es lento porque, no sabiendo a donde ir, tengo que pensar cada impulso que envío a mis piernas, primero a la derecha, después a la otra. Deambulo entre el bullicio como los vilanos en la brisa, percibo sin sentir, oigo sin entender.
Anoche sí sentía, anoche sí entendía. Como en toda mi vida anterior. Siempre he sido persona de sentimiento y entendimiento, de interés por la vida y su lado más amable, por la belleza…, como bien sabes. Me he esforzado en conocer y entender a los grandes artistas, poetas, músicos… Anoche empezaba a emocionarme con los nocturnos de Chopin cuando la comparsa empezó a ensayar bajo mi balcón y la banda paramilitar semanasantera enfrente. Por eso los maté, uno a uno y con silenciador. Como pronto harán los de la terraza con el de los fandangos".
He aquí la dramática confesión que un viejo amigo me acaba de transmitir, y yo capto en una kasba, en este anochecer de fiesta para los cristianos.
La mañana, con un sol que matiza la temperatura de diciembre, estimula la actividad de las gentes que, afanosas, transitan por la calle peatonal flechados hacia la trampa del consumo navideño. De los comercios salen efluvios de ambientadores que se mezclan en las pituitarias y ahogan, así, el aroma de los cruasanes y las tostadas que deberían percibirse cada vez que se abre la puerta de una cafetería. Dos mujeres de raza negra, vestidas espectacularmente y majestuosas en su porte, atienden con esmero a quienes se acercan a su manta para ver y, posiblemene, comprar alguno de los objetos de bisutería que contiene. Unos metros más allá, es una familia de indios peruanos la que vigila sus discos y las esquinas, por si aparece algún guindilla. Músicos del este, allende el cruce, hacen música de cámara a cielo abierto.
Mi paso es lento porque, no sabiendo a donde ir, tengo que pensar cada impulso que envío a mis piernas, primero a la derecha, después a la otra. Deambulo entre el bullicio como los vilanos en la brisa, percibo sin sentir, oigo sin entender.
Anoche sí sentía, anoche sí entendía. Como en toda mi vida anterior. Siempre he sido persona de sentimiento y entendimiento, de interés por la vida y su lado más amable, por la belleza…, como bien sabes. Me he esforzado en conocer y entender a los grandes artistas, poetas, músicos… Anoche empezaba a emocionarme con los nocturnos de Chopin cuando la comparsa empezó a ensayar bajo mi balcón y la banda paramilitar semanasantera enfrente. Por eso los maté, uno a uno y con silenciador. Como pronto harán los de la terraza con el de los fandangos".
He aquí la dramática confesión que un viejo amigo me acaba de transmitir, y yo capto en una kasba, en este anochecer de fiesta para los cristianos.