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"Irreverencia", por Miramamolín, el Moro

Sin despojarme ni un segundo de mi turboturbante, sin inclinar mi cerviz ni doblar las bisagras de la región lumbar ante vosotros, sin manosear, nervioso, un botón, abalorio, moneda o similar, sin rehuir vuestra mirada (entre otras cosas, oculto la mía por razones de seguridad), sin temor a la crítica airada que alguien me pueda hacer, ni al desprecio, ni al salivazo, declaro públicamente que, con cívico orgullo, abogo por la irreverencia.

Y no temo ser políticamente incorrecto. Es más, dados los tiempos que corren -y mira que yo he conocido otros, como sabéis, en caliente y en frío-, me atrevería a predicar la incorrección política porque ella, dadas las circunstancias, es la claridad, la honradez, la libertad.

Si reverencia es respeto, hay multitud de actitudes, creencias, ideologías a las que no se les debe tener. Si irreverencia es decirlo y actuar de acuerdo con ello, hay que ser irreverentes, como a continuación trato de explicar:

No deben respetarse las ideologías totalitarias, se dirijan a las cuestiones públicas o a las esferas íntimas de las personas: ni al nazismo, ni al stalinismo, ni al neoliberalismo con su versión light socialdemócrata, ni a las religiones -especialmente las del libro, que son las que mejor conozco y, creo, las más teocráticas-; lógicamente, no se debe respeto a quienes las predican ni a quienes viven de ellas, sean altos cargos de la política, de la empresa, de las religiones, o sean unos simples y voluntariosos "mandados" de dichos altos cargos.

No merecen respeto las manifestaciones externas no solicitadas por el común de los mortales: plásticas (monumentos, esculturas, símbolos…), verbales (alocuciones, discursos, sermones...), escritas (mera transcripción de las verbales o elaboradas ad hoc, como catecismos y similares), de tales ideologías.

Creo que es obvio: no se debe respetar nada que anule la libertad de las personas ni a nadie que ejerza el cargo de "agresor de la libertad". Aquí hago una matización: como personas que son, sí les reconozco todos los derechos y les presumo la inocencia de la buena fe mientras no se demuestre lo contrario, porque creo que hay gentes de buena fe que actúan en esos menesteres, convencidos de que hacen lo mejor para la comunidad. Pero en el ejercicio de sus agresivos cargos, me parecen despreciables y creo que la ciudadanía -¿existe?- debe juzgarlos con todas las garantías, eso sí..

No hay que respetar a la demagogia ni a los demagogos; ni a las pseudodemocracias como la que se vive en "este país", con leyes electorales tramposas, uno de cuyos efectos, importantísimo, fue la muerte de Montesquieu tan celebrada por los políticos; con la sumisión del sistema a los grandes grupos financieros; con una Hacienda de impresionante ley del embudo; con policías cuya palabra vale más que la del ciudadano, así, sin más; con administraciones públicas en las que la corrupción, con su 3%, lo tiene todo "atado y bien atado" y el ciudadano es un mero esclavo de ellas (salvo que pueda disponer de decenas de abogados); con personas tocadas por la diosa constitución -y minusculeo intencionadamente- impunes ante las leyes, etc…

Y no hay que admirar ni respetar a ningún personaje histórico -yo lo fui y sé cómo se elaboran las leyendas para la historia- ni actual, porque todos son productos del marketing (esquemáticas leyendas adaptadas a los tiempos y a los medios de comunicación) como el chicle o el papel higiénico; pero sí admirar a todas las personas que se ganan la vida honradamente y con una sonrisa para sus compañeros, colegas o clientes (a los malafollás, como diría mi lugarteniente de Garnata, no, seamos serios).

Y ante esas personas yo me descubro con todo el respeto y ejecuto toda suerte de zalemas. Ante esas personas me inclino y las invito a ser ciudadanas irreverentes del modo más sensato y eficaz: organizándose y actuando desde abajo para ir socavando poco a poco el nauseabundo sistema que, con el gancho ilusorio del consumismo feroz, nos oprime a todos (y eso por hablar del llamado primer mundo: los otros mundos merecen análisis que gentes de gran preparación y compromiso hacen continuamente y publican en medios apropiados).

Pero advierto: ser irreverente no significa ser grosero ni agresivo. Ser irreverente no significa desearle el mal a quienes no merecen la reverencia, sino la reeducación para reinsertarlos eficazmente en una sociedad justa y organizada desde las bases ciudadanas. Y hay muchos a los que reeducar: políticos, banqueros, cardenales, toreros,… en definitiva, todos aquellos que se valen de la violencia verbal, económica, física, … o del anatema para sojuzgar a los demás.