"El comercial", por Miramamolín, el Moro
La evolución del habla me produce una sensación de sorpresa la mar de mona, es decir saltarina, chillona y sonriente. Yo lo achaco a que un día aterrizaron en la Real Academia Española tipos como Anson, Cebrián (cito por riguroso orden alfabético y sin tilde en el primero, como es debido) y algún otro, más politiqueros que sabios, con lo cual lo de limpiar, dar esplendor y demás no son acciones que brillen precisamente. Y cuando la RAE recomienda algo sensato, pues ni se la oye (caso del informe sobre la expresión "violencia de género", por ejemplo), que siempre hay alguien más chulo.
De entre la montaña de voces mal empleadas me refiero hoy a la de "comercial", adjetivo que, vaya Vd. a saber por qué, el común del horterismo emplea como sustantivo: "se necesita comercial", "ahora le atiende uno de nuestros comerciales", "soy comercial de tal empresa"… Con lo apropiado que sería decir vendedor, que es lo suyo.
Todo esto viene a cuento porque en una de las rotondas de Villafuentes de Perico (también conocida como Gí¼erva) se ha erigido un monumento al peor comercial de la historia.
Porque, vamos a ver, ¿qué es un vendedor, sino una persona que vende cosas, servicios o IDEAS? Y si digo "vende", implica que hay quien las compra, no que "intenta" vender.
Tengo muchos conocidos que son vendedores y en mis actividades actuales y antiguas he podido comprobar que se vende todo, desde un hijo a la propia madre, que sólo es cuestión de precio o de necesidad. Aquellos me ilustran sobre su profesión:
La presencia del vendedor no debe destacar por nada que distraiga al potencial cliente del objeto a comprar (es decir, nada de corbatas chillonas, joyas vistosas, atuendos espectaculares,…que desvíen su atención del producto que se le ofrece).
El vendedor tiene que conocer a fondo el producto que se le encomienda, especialmente las características que, para el comprador, han de aportar los beneficios que del mismo espera. Ha de saber exponer dichos beneficios de forma clara y concisa (como las órdenes que yo daba a mis lugartenientes en otros tiempos), para que cualquiera las capte a la primera; más que parlar y parlar, ha de saber escuchar al cliente para descubrir sus necesidades y aplicarle las soluciones que aporta su producto; tiene que saber tratar las posibles objeciones que el cliente le oponga. Y por supuesto ha de dominar las técnicas de la comunicación persuasiva: nada de imponer.
Las empresas vigilan los números del vendedor: no sólo sus cifras de ventas, la comparación con las de años anteriores y con las de la competencia, sino también los costes: sueldos, comisiones/incentivos/primas, gastos de viaje, manutención y hotel, gastos de representación, etc… Si alguno se pasa en los gastos de modo que no compensan los beneficios que generan las ventas, por grandes que éstas sean, es decir si la ratio no es la que tiene que ser, se le despide.
Pues en Gí¼erva no. En Villafuentes de Perico le han hecho una estatua a un vendedor que se presenta ante los clientes con lujo espectacular y atrezzo complicadísimo, gasta en kilometraje lo que no está en los escritos y se hospeda en palacios (ratio catastrófica); que ofrece ideas del siglo IV a consumidores de hoy; que lo hace largando unos discursos interminables de prosa enrevesada; que si el potencial cliente le presenta objeciones, no sólo no le opone argumentos racionales sino que le acojona con el anuncio de penas severísimas, e incluso eternas.
Un vendedor que, encima, desde que está en dicho puesto, no sólo no ha incrementado el share, su participación en el mercado, sino que pierde clientes a raudales porque la competencia le come el terreno y porque, entre otras cosas, aunque él crea lo contrario, nunca se dirige a clientes potenciales (excepción hecha de los gitanos últimamente), sino sólo a los fidelizados, a los ya convencidos y obedientes a las ideas que intenta vender (teóricamente, que en lo tocante a sexo, justicia social y alguna otra minucia, ni mijita de obediencia, mirusté).
Naturalmente, me refiero al último del ranking, un polaco que sale de ruta con un alias para que no se le reconozca, el peor vendedor de ideas del mundo.
Pero ya tiene su rotonda en Villafuentes de Perico, antes Gí¼erva, ¡ea! Aunque, eso sí: quizá como premonición de un próximo despido, han colocado la estatua y la de quien su cartera de clientes afirma ser la madre del jefe, de espaldas, para que no se vean las caras.
De entre la montaña de voces mal empleadas me refiero hoy a la de "comercial", adjetivo que, vaya Vd. a saber por qué, el común del horterismo emplea como sustantivo: "se necesita comercial", "ahora le atiende uno de nuestros comerciales", "soy comercial de tal empresa"… Con lo apropiado que sería decir vendedor, que es lo suyo.
Todo esto viene a cuento porque en una de las rotondas de Villafuentes de Perico (también conocida como Gí¼erva) se ha erigido un monumento al peor comercial de la historia.
Porque, vamos a ver, ¿qué es un vendedor, sino una persona que vende cosas, servicios o IDEAS? Y si digo "vende", implica que hay quien las compra, no que "intenta" vender.
Tengo muchos conocidos que son vendedores y en mis actividades actuales y antiguas he podido comprobar que se vende todo, desde un hijo a la propia madre, que sólo es cuestión de precio o de necesidad. Aquellos me ilustran sobre su profesión:
La presencia del vendedor no debe destacar por nada que distraiga al potencial cliente del objeto a comprar (es decir, nada de corbatas chillonas, joyas vistosas, atuendos espectaculares,…que desvíen su atención del producto que se le ofrece).
El vendedor tiene que conocer a fondo el producto que se le encomienda, especialmente las características que, para el comprador, han de aportar los beneficios que del mismo espera. Ha de saber exponer dichos beneficios de forma clara y concisa (como las órdenes que yo daba a mis lugartenientes en otros tiempos), para que cualquiera las capte a la primera; más que parlar y parlar, ha de saber escuchar al cliente para descubrir sus necesidades y aplicarle las soluciones que aporta su producto; tiene que saber tratar las posibles objeciones que el cliente le oponga. Y por supuesto ha de dominar las técnicas de la comunicación persuasiva: nada de imponer.
Las empresas vigilan los números del vendedor: no sólo sus cifras de ventas, la comparación con las de años anteriores y con las de la competencia, sino también los costes: sueldos, comisiones/incentivos/primas, gastos de viaje, manutención y hotel, gastos de representación, etc… Si alguno se pasa en los gastos de modo que no compensan los beneficios que generan las ventas, por grandes que éstas sean, es decir si la ratio no es la que tiene que ser, se le despide.
Pues en Gí¼erva no. En Villafuentes de Perico le han hecho una estatua a un vendedor que se presenta ante los clientes con lujo espectacular y atrezzo complicadísimo, gasta en kilometraje lo que no está en los escritos y se hospeda en palacios (ratio catastrófica); que ofrece ideas del siglo IV a consumidores de hoy; que lo hace largando unos discursos interminables de prosa enrevesada; que si el potencial cliente le presenta objeciones, no sólo no le opone argumentos racionales sino que le acojona con el anuncio de penas severísimas, e incluso eternas.
Un vendedor que, encima, desde que está en dicho puesto, no sólo no ha incrementado el share, su participación en el mercado, sino que pierde clientes a raudales porque la competencia le come el terreno y porque, entre otras cosas, aunque él crea lo contrario, nunca se dirige a clientes potenciales (excepción hecha de los gitanos últimamente), sino sólo a los fidelizados, a los ya convencidos y obedientes a las ideas que intenta vender (teóricamente, que en lo tocante a sexo, justicia social y alguna otra minucia, ni mijita de obediencia, mirusté).
Naturalmente, me refiero al último del ranking, un polaco que sale de ruta con un alias para que no se le reconozca, el peor vendedor de ideas del mundo.
Pero ya tiene su rotonda en Villafuentes de Perico, antes Gí¼erva, ¡ea! Aunque, eso sí: quizá como premonición de un próximo despido, han colocado la estatua y la de quien su cartera de clientes afirma ser la madre del jefe, de espaldas, para que no se vean las caras.
Magnífico artículo. Para quitarse el turbante. Que siga usted escribiendo muchos siglos más.