"El burro", por Miramamolín, el Moro
¿Y quién sería el burro?, se preguntó el viajero, ¿el autor, el que hizo el encargo, alguno de los allí representados …? Pero empecemos por el principio, que si no será difícil entenderme:
Hubo un tiempo en el que nuestros próceres decidieron modernizar la ciudad y, para ello, entre otras cosas, decidieron empezar la casa por el tejado, o lo que es lo mismo, llenar de cultura contemporánea los espacios físicos y mentales que no habían pasado del neoclásico (y esto, dicho sea exagerando), quizá para celebrar que había nuevas leyes que enseñaban a no estudiar.
Lo digo de otro modo: confundieron cultura con espectáculo, olvidaron que la cultura -cultivo- se adquiere en la escuela y con esfuerzo, que no se puede improvisar en este asunto, que no se puede saltar sin red de Vivaldi a Berio, ni de El Piyayo a Valente, por poner algunos ejemplos.
Pero consideraron que el pueblo, que nunca yerra, se embelesaría ante el último grito, cuando no había pasado del primer balbuceo y que podía valorar y entusiasmarse con un Tí pies o un Barceló quien todavía andaba por Murillo. Pensaron que para qué estudiar a fondo la historia del arte, que saltando de la imaginería barroca a Chillida las masas "pondrían en valor" (vaya parida, compañeros) la gestión de la cosa.
Y llenaron la ciudad de esculturas modernas, excelentes muchas de ellas, que dieron lugar a un notable pitorreo del pueblo, que nunca yerra, especialmente cuando los viandantes, distraídos con sus problemas y su azacán diario, tropezaban con ellas. Después las quitaron y las llevaron a rincones, algunos mal iluminados, desde donde contemplan el discurrir mundano, como yo contemplé el paso de los siglos desde mi túmulo. Algunas desaparecieron, no sé si porque las guardaron o por vandalismo.
Pero hay una que no, que está ahí. Es muy grande, más que escultura grupo escultórico: en una rotonda. Representa el universo onubense (descubrimiento, minería, pesca…) y juanramoniano, por lo que, entre otras figuras, de entre las formas monumentales, emerge la de Platero.
El viajero del que ya he hablado aquí me contó que, después de la movida de la rotonda en la que se cargó las cubiertas del coche, aparcó como pudo mientras venían los del taller y decidió dar un paseo mirando despacio el grupo, rodeando la fuente. Le gustó y, queriendo saber más, se dirigió a unos ciudadanos que charlaban en corro:
- Por favor, acabo de llegar y me ha gustado esta fuente, ¿podrían decirme cómo se llama?
- ¡Ahí, sí! Es la fuente del burro.
No conforme con la respuesta, porque allí se veían otras cabezas y otros objetos, fue repitiendo la pregunta a varios ciudadanos de todos los sexos y edades, - casi, casi una muestra aleatoria de un universo poblacional, etc … - y todos , hombres, mujeres, niños, niñas, jóvenes, adultos, ancianos … le contestaron:
- Es la fuente del burro.
Él ya sabía que el pueblo nunca yerra, pero ante la palabra "del", ¿querían decir que el autor era un burro? ¿O alguna de las cabezas humanas que, como la de Platero, emergen de la masa? Claro, que también se podían referir a quien ordenó su construcción. Se inclinó a pensar que el nombre asignado lo era por la originalidad de aparecer una asnal cabeza entre las humanas.
Y le resultó evidente que, si el pueblo de Gí¼erva había bautizado aquello como "la fuente del burro", el pueblo no tenía ni idea de la existencia de uno muy concreto que, visto en aquel contexto, sólo se podía llamar Platero; pero dada la infalibilidad popular, la conclusión sería que Platero no existe. ¡Con el trabajito que le costó al poeta darle vida en las palabras!.
Pero siempre habrá un demagogo que, divertido, suelte: "¡que chispa tiene el pueblo andaluz para los nombres!".
Hubo un tiempo en el que nuestros próceres decidieron modernizar la ciudad y, para ello, entre otras cosas, decidieron empezar la casa por el tejado, o lo que es lo mismo, llenar de cultura contemporánea los espacios físicos y mentales que no habían pasado del neoclásico (y esto, dicho sea exagerando), quizá para celebrar que había nuevas leyes que enseñaban a no estudiar.
Lo digo de otro modo: confundieron cultura con espectáculo, olvidaron que la cultura -cultivo- se adquiere en la escuela y con esfuerzo, que no se puede improvisar en este asunto, que no se puede saltar sin red de Vivaldi a Berio, ni de El Piyayo a Valente, por poner algunos ejemplos.
Pero consideraron que el pueblo, que nunca yerra, se embelesaría ante el último grito, cuando no había pasado del primer balbuceo y que podía valorar y entusiasmarse con un Tí pies o un Barceló quien todavía andaba por Murillo. Pensaron que para qué estudiar a fondo la historia del arte, que saltando de la imaginería barroca a Chillida las masas "pondrían en valor" (vaya parida, compañeros) la gestión de la cosa.
Y llenaron la ciudad de esculturas modernas, excelentes muchas de ellas, que dieron lugar a un notable pitorreo del pueblo, que nunca yerra, especialmente cuando los viandantes, distraídos con sus problemas y su azacán diario, tropezaban con ellas. Después las quitaron y las llevaron a rincones, algunos mal iluminados, desde donde contemplan el discurrir mundano, como yo contemplé el paso de los siglos desde mi túmulo. Algunas desaparecieron, no sé si porque las guardaron o por vandalismo.
Pero hay una que no, que está ahí. Es muy grande, más que escultura grupo escultórico: en una rotonda. Representa el universo onubense (descubrimiento, minería, pesca…) y juanramoniano, por lo que, entre otras figuras, de entre las formas monumentales, emerge la de Platero.
El viajero del que ya he hablado aquí me contó que, después de la movida de la rotonda en la que se cargó las cubiertas del coche, aparcó como pudo mientras venían los del taller y decidió dar un paseo mirando despacio el grupo, rodeando la fuente. Le gustó y, queriendo saber más, se dirigió a unos ciudadanos que charlaban en corro:
- Por favor, acabo de llegar y me ha gustado esta fuente, ¿podrían decirme cómo se llama?
- ¡Ahí, sí! Es la fuente del burro.
No conforme con la respuesta, porque allí se veían otras cabezas y otros objetos, fue repitiendo la pregunta a varios ciudadanos de todos los sexos y edades, - casi, casi una muestra aleatoria de un universo poblacional, etc … - y todos , hombres, mujeres, niños, niñas, jóvenes, adultos, ancianos … le contestaron:
- Es la fuente del burro.
Él ya sabía que el pueblo nunca yerra, pero ante la palabra "del", ¿querían decir que el autor era un burro? ¿O alguna de las cabezas humanas que, como la de Platero, emergen de la masa? Claro, que también se podían referir a quien ordenó su construcción. Se inclinó a pensar que el nombre asignado lo era por la originalidad de aparecer una asnal cabeza entre las humanas.
Y le resultó evidente que, si el pueblo de Gí¼erva había bautizado aquello como "la fuente del burro", el pueblo no tenía ni idea de la existencia de uno muy concreto que, visto en aquel contexto, sólo se podía llamar Platero; pero dada la infalibilidad popular, la conclusión sería que Platero no existe. ¡Con el trabajito que le costó al poeta darle vida en las palabras!.
Pero siempre habrá un demagogo que, divertido, suelte: "¡que chispa tiene el pueblo andaluz para los nombres!".
Cuentan que Juan Ramón era un viejete bastante antipático y obsesivo, y que su novia, que luego fue su señora, la guiri, la Camprubí, más inteligente y poetisa que él, hastiada de todo ese mal rollo del Jiménez, comenzó a escribir un hermosísimo poema: ¡¿O Platero, o YO?!
Bravo, Moro.