"De movida en la rotonda", por Miramamolín, el Moro
He leído hace poco que España es subcampeona mundial en producción de ruido. Sólo Japón nos aventaja, imagino que por su avanzada tecnología.
A mí no me ha extrañado, por varias razones. En primer lugar hay que tener en cuenta que me he pasado ocho siglitos de nada en una cueva, y se puede decir que no he pegado ojo por el jaleo que me venía del exterior (aunque aquí hay que considerar que cuando me quedé helado, los tenía abiertos de par en par por el susto, seamos ecuánimes).
He constatado que, por mucha barahúnda que armásemos los del Rif, en cuanto pisamos suelo de Al-Andalus, casi nos quedamos sordos. Y siempre ha sido así. No hay emoción que sienta o actividad y descanso que emprenda un español, que no vayan inmersos en estruendoso ruido. Creo que mi conciudadanía se tiene miedo a sí misma y es incapaz de quedarse a solas con su propia intimidad.
Si eres tan valiente que me lees, repasa el ambiente que se respira en tu trabajo, en tu ocio, en tus bodas, bautizos, tiendas, … La gente te habla a gritos estés donde estés y a la distancia que estés; las teles traspasan los aislantes más contundentes; hasta para corretear por ahí y para acostarse, el personal se pone unos cascos para que desde cualquier emisora le griten noticieros, tertulianos, basureros y demás candidatos a la afonía. Se dice de un bar, garito, taberna, restaurante, etc… que tiene ambiente -en el aspecto que nos ocupa ahora-, si hay muchas personas gritando y una ¿música? a todo volumen. Tal parece que quien va a alguno de esos lugares lo hace para incomunicarse y huir de la conversación sosegada y de la reflexión.
Ejemplos muy representativos del ruido nacional son los ensayos de las bandas de música paramilitar de la mal llamada semana santa, los de las populistas peñas de carnaval y la movida juvenil de los fines de semana: cada cual sufre alguna de estas palizas, a veces simultáneamente, y no me voy a extender (sobre las cornetas y tambores escribió sabiamente mi vecino de portal, el Alargaor, hace unos días).
Hay una parroquia en Gí¼erva, me cuentan, a la que, según parece, le ha tocado una campana en una rifa y el cura está tan contento que se pasa el día dándole al bronce con gran energía y mucha ilusión. ¿Que en el vecindario hay enfermos a quienes molesta? Pues el sacrificio les viene de arriba y se ganarán la gloria; ¿que hay quien trabaja a turnos y le toca dormir de día?, da igual: si tienen un accidente laboral por falta de descanso, alguien dictaminará que el factor humano es así, etc… Y todo, por conservar una práctica ancestral, hoy absolutamente inútil, cuando las gentes tienen cientos de relojes y saben a qué horas son sus celebraciones y sus rezos. Este muecín metálico puede llegar a montar un polvorín en la iglesia y brindarnos una traca que nos acojone de verdad.
Y no acudas a las autoridades para que te salven de los ruidos institucionales o corporativos. En estos asuntos, como si no existieran (bueno, en otros también). Hace poco, una mujer levantina, y levantisca en el buen sentido, ha ganado un pleito a su ayuntamiento después de varios años de proceso, pero ha tenido que ser ante instancia europea, que en las españolas le daban la razón a los ruidosos .
Si hasta los ayuntamientos promueven el follón. Mira si no: conocí a un forastero que llegó a Gí¼erva hace unos días y se quedó stupefasto con el monumento al streaker de Liverpool que te encuentras nada más llegar. Ya lo he contado. Pues bien, me dice que no se había repuesto de la sorpresa, cuando tuvo que pegar un frenazo que le costó unas cubiertas nuevas. ¿Qué había pasado? Pues que oyó una ¿música? a todo trapo y creyó que uno de esos sordos, que van en cochecitos pequeños con los bakalaos y demás monsergas, se le echaba encima. Tras el frenazo, miró y estaba solo en la rotonda.
Y entonces se dio cuenta de que alrededor de la fuente había unos postes largando semifusas y corcheas a un volumen que, por definición, tenían que superar el ruido de los motores para que se oyesen y cuya única finalidad parece ser la de asustar a los conductores para que les suba la tensión, frenen, choquen y acaben en el chapista (a mis contactos en el CNI les voy a sugerir que investiguen posibles conexiones entre nuestros próceres y la patronal de la chapa y pintura).
Claro, que siempre queda la posibilidad de que hayan montado ese jaleo en la rotonda para que la muchachada sin posibles se vaya allí de movida y botellón, que los caminos del populismo son inescrutables.
A mí no me ha extrañado, por varias razones. En primer lugar hay que tener en cuenta que me he pasado ocho siglitos de nada en una cueva, y se puede decir que no he pegado ojo por el jaleo que me venía del exterior (aunque aquí hay que considerar que cuando me quedé helado, los tenía abiertos de par en par por el susto, seamos ecuánimes).
He constatado que, por mucha barahúnda que armásemos los del Rif, en cuanto pisamos suelo de Al-Andalus, casi nos quedamos sordos. Y siempre ha sido así. No hay emoción que sienta o actividad y descanso que emprenda un español, que no vayan inmersos en estruendoso ruido. Creo que mi conciudadanía se tiene miedo a sí misma y es incapaz de quedarse a solas con su propia intimidad.
Si eres tan valiente que me lees, repasa el ambiente que se respira en tu trabajo, en tu ocio, en tus bodas, bautizos, tiendas, … La gente te habla a gritos estés donde estés y a la distancia que estés; las teles traspasan los aislantes más contundentes; hasta para corretear por ahí y para acostarse, el personal se pone unos cascos para que desde cualquier emisora le griten noticieros, tertulianos, basureros y demás candidatos a la afonía. Se dice de un bar, garito, taberna, restaurante, etc… que tiene ambiente -en el aspecto que nos ocupa ahora-, si hay muchas personas gritando y una ¿música? a todo volumen. Tal parece que quien va a alguno de esos lugares lo hace para incomunicarse y huir de la conversación sosegada y de la reflexión.
Ejemplos muy representativos del ruido nacional son los ensayos de las bandas de música paramilitar de la mal llamada semana santa, los de las populistas peñas de carnaval y la movida juvenil de los fines de semana: cada cual sufre alguna de estas palizas, a veces simultáneamente, y no me voy a extender (sobre las cornetas y tambores escribió sabiamente mi vecino de portal, el Alargaor, hace unos días).
Hay una parroquia en Gí¼erva, me cuentan, a la que, según parece, le ha tocado una campana en una rifa y el cura está tan contento que se pasa el día dándole al bronce con gran energía y mucha ilusión. ¿Que en el vecindario hay enfermos a quienes molesta? Pues el sacrificio les viene de arriba y se ganarán la gloria; ¿que hay quien trabaja a turnos y le toca dormir de día?, da igual: si tienen un accidente laboral por falta de descanso, alguien dictaminará que el factor humano es así, etc… Y todo, por conservar una práctica ancestral, hoy absolutamente inútil, cuando las gentes tienen cientos de relojes y saben a qué horas son sus celebraciones y sus rezos. Este muecín metálico puede llegar a montar un polvorín en la iglesia y brindarnos una traca que nos acojone de verdad.
Y no acudas a las autoridades para que te salven de los ruidos institucionales o corporativos. En estos asuntos, como si no existieran (bueno, en otros también). Hace poco, una mujer levantina, y levantisca en el buen sentido, ha ganado un pleito a su ayuntamiento después de varios años de proceso, pero ha tenido que ser ante instancia europea, que en las españolas le daban la razón a los ruidosos .
Si hasta los ayuntamientos promueven el follón. Mira si no: conocí a un forastero que llegó a Gí¼erva hace unos días y se quedó stupefasto con el monumento al streaker de Liverpool que te encuentras nada más llegar. Ya lo he contado. Pues bien, me dice que no se había repuesto de la sorpresa, cuando tuvo que pegar un frenazo que le costó unas cubiertas nuevas. ¿Qué había pasado? Pues que oyó una ¿música? a todo trapo y creyó que uno de esos sordos, que van en cochecitos pequeños con los bakalaos y demás monsergas, se le echaba encima. Tras el frenazo, miró y estaba solo en la rotonda.
Y entonces se dio cuenta de que alrededor de la fuente había unos postes largando semifusas y corcheas a un volumen que, por definición, tenían que superar el ruido de los motores para que se oyesen y cuya única finalidad parece ser la de asustar a los conductores para que les suba la tensión, frenen, choquen y acaben en el chapista (a mis contactos en el CNI les voy a sugerir que investiguen posibles conexiones entre nuestros próceres y la patronal de la chapa y pintura).
Claro, que siempre queda la posibilidad de que hayan montado ese jaleo en la rotonda para que la muchachada sin posibles se vaya allí de movida y botellón, que los caminos del populismo son inescrutables.