Usted está aquí: Inicio / Miramamolín El Moro / Blog / "Bolas de cera", por Miramamolín, el Moro

"Bolas de cera", por Miramamolín, el Moro

Los ojos del capillo ocultan el rubor
cuando, descarado, fijas los tuyos
en las bolas de cera, que estallan bajo los petos
de las mozuelas que huelen a garrapiñadas …

Hace unos días, mi vecino El Alargaor hablaba de la mal llamada semana santa y recordé estos inmensos versos del inefable Fray Fossor de Onuba, amigo antiguo que lo es. Recordé también el pregón que pronunció San Parlaclaro una memorable tarde de cuaresma, y que os transcribo en lo esencial:

( … )

"En el enunciado de vuestra celebración penitencial llamada semana santa, se dan dos absurdos:

Si la penitencia es dolor, sacrificio, mortificación, castigo, ¿quién, sano de mente, puede celebrarlo?

¿Celebráis acaso el cogeros un dedo de un portazo, por no mencionar otras regiones anatómicas sensibles que la tradición asocia a las tapas de los arcones? ¿O hipotecar vuestros bienes para pagar las deudas de vuestro alocado hijo?

¿Es motivo de fiesta que vuestro jefe, vuestro padre o vuestro maestro os castiguen por haberos portado, a su juicio, mal?

Pues si tan penosas situaciones no son dignas de celebración y las celebráis es que os debe de ver un psiquiatra objetivo y ecuánime, porque estamos ante claros casos de masoquismo.

Así pues, ¿con qué nos quedamos? ¿Con la celebración? ¿Con la penitencia? O bien, ¿no será que lo que celebráis no es una penitencia, sino que para vosotros, el andar descalzos, poneros un cucurucho, oler a cera e incienso, aguantar saetas, soportar el barroco y demás fastos es un placer que produce, también, beneficios sustanciosos a quienes fabrican todos esos elementos y a la industria hostelera y churrera de la ciudad? Pues decidlo claro y no seáis eufemísticos. No lo llaméis penitencia sino festejo, juerga, cuchipanda o cualquier otro jacarandoso sinónimo.

Pero os había hablado de dos absurdos y sólo me he detenido en el primero de ellos. Pasemos, raudos, al segundo:

La santidad es cualidad aplicable a las personas. Ni siquiera los animales, mucho mejores que nosotros en la mayoría de los casos, pueden ser santos. Y qué decir de las cosas. Pues bien, gentes esforzadas que me escucháis, a ver qué razonamiento urdís para demostrar que una unidad de medida del tiempo, o un período si lo preferís, compuesta de siete días, puede ser sujeto de santidad.

¿Qué merecimientos hacen siete días para ser santos? ¿Pueden, no siete, ni siquiera un millón de días, suscribir contratos otorgar testamento, recibir herencias, en suma, pueden una unidad o un lapso, el que sea, cronológicos ser titulares de derechos o deberes?… Me diréis que qué disparate.
Y yo os respondo: pues si no pueden actuar no se pueden calificar sus acciones, porque no existen, ni encomiándolas ni vituperándolas. He ahí el absurdo que os anuncié.

Además, si la santidad, por principio y según vuestras consejas, sólo pertenece a vuestro dios, ¿cómo osáis adjudicársela a Cronos? ¿Es que ahora sois paganos? ¿Es que ahora sois griegos? ¿Es que ahora sois griegos jónicos, dóricos, áticos, … duplex o adosados?

(…)

¡Oh, próceres y hermanos del común del capillismo! Sólo hemos rozado la superficie del asunto, aquello que se expresa irreflexivamente con atolondradas palabras. Ahora nos aproximaremos a los hechos, a los objetos, a las sustancias. A todo lo que, digan lo que digan las palabras, es inconmovible, objetivo, innegable.

Y empezaremos por ese símbolo fálico que es el capi-cucu-rucho-rote, que tanto se ve y que, ¡oh perplejidad!, hasta las cofradas se colocan en un acto de travestismo místico para mí incomprensible. ¿Porqué os ponéis semejante artefacto so la testa, cofrades y cofradas? Analicemos las distintas posibilidades:

a) Os ponéis el capirucho para ocultar vuestra identidad mientras hacéis penitencia, por humildad.
b) Lo hacéis para ocultar vuestra satisfacción por realizar vuestra “celebración”, por pudor.

En cuanto a a) os debo decir una vez más que no sois sinceros porque si se tratase, en verdad, de ocultar vuestra penitencia por humildad no andaríais todo el año con insignias de la cofradía o hermandad en la solapa, vendiendo sus loterías, reuniéndoos en vuestros cubículos, o a sus puertas, por otra parte archiexhibidos, exornados y ofrecidos a la pública admiración.

No os pasaríais media vida haciendo tertulias cofrades, incluso en la tele, a la vista de todo quisque, organizando triduos, viernes, novenas, traslados y demás liturgias de extraversión y exhibición.

Si la humildad fuese vuestra meta, todo eso lo haríais con antifaz o verdugo y disimulando la voz, lo que no dejaría de tener su gracia: ver en la ciudad a un batallón de enmascarados pululando a todas horas de aquí para allá y con voz de Pato Donald.

¿Y qué decir de b) ? Sólo se me ocurre una explicación para ocultar el rostro cuando se festeja o celebra algo y es que uno se avergí¼enza de estar haciéndolo, como el que va de tapadillo a un burdel o, sin avergonzarse, considera que para los posibles testigos descendería en la escala del respeto social.

Y yo me pregunto y os inquiero: ¿no será que enarbolando ese falo de cartón pretendéis violar al firmamento? Y si pretendéis la violación y no la sola exhibición, ¿estáis seguros de que el capillo que lo cubre no está agujereado como los condones que fabricaba el padre de Jaimito? Porque el peligro para la humanidad es evidente. Temblores me dan de pensar en el firmamento violado por vuestros cucuruchos porque nos podrían llover helados de pistacho o nazarenos con dodotis, e ignorando la proporción entre ambos insólitos meteoros, ¿qué violencia nos depararía el azar?

Por eso os aseguro, carísimos, que cada vez que veo esas dobles hileras de simil-falos puntiagudos y polícromos apuntando a las nubes o las estrellas, a mis mientes viene, indefectiblemene, vuestro sexto mandamiento.

Además, he de confesaros que es causa de sorpresa para mí el hecho de que con tanto alarde de cera e incienso, que parece indicar vuestro amor por esos aromas, os tapéis la nariz con rasos y otros paños (éste y la caminata a paso lento se me antojan los únicos sacrificios que hacéis, pero marginales, no sustanciales).

Y los cirios. ¿Qué me decís de los cirios? Cirios por doquier, con la punta ardiendo y chorreando un fluido espeso y caliente. ¿Es que no estamos, una vez más, ante una exaltación fálica? Ya lo intuyó Fray Fossor de Onuba:

… y apuntas el príapo ardiente,
apoyado en tu cintura y chorreando cera derretida,
hacia el aire de buñuelos
con el compás de una marcha fúnebre:
y el raso te asfixia, ¡ele!
El nardo y la saeta.

Falos, falos, falos: de cartón o cera, tapados o ardientes, pero falos. ¡Ahora voy entendiendo lo de las cofradas, qué queréis que os diga!

Pasemos ahora a considerar otra de las causas de mi perplejidad respecto de vuestra juerga ¿mística? primaveral. Sí, lo admito, de gustos no hay nada escrito, pero, hay cuestiones, casos que deberían estar fuera de toda duda:

¿Cómo es posible -me pregunto-, cómo puede explicarse -trato de ser objetivo-, cómo entender -digo yo-, cómo compartir -que ya es deseo-, que haya personas dispuestas a rozar los límites del orgasmo durante todo un año de preparativos y una semana de aplicación, ante expresiones de un arte al que llaman barroco, siendo así que el propio nombre que se le aplica sugiere el lodo, el infecto, sucio y maloliente barro de las calles inmundas de hace unos siglos, sólo comparables a las de esta ciudad en que vivimos, diga lo que diga el alcalde o quien lo trujo?

¿Pues qué son esa cantidad de hojas retorcidas, ese revoltijo de volutas y circunvolutas, esa coyunda de rostros contraídos, angelotes afeminados, alas bajo los sobacos, capiteles tronchados, nubes pegajosas, falsos oropeles, maderas apolilladas y el impresionante quiero y no puedo de simular el oro o, todo lo más, laminillas de ¿oro? que colocáis en los llamados pasos, simpecados (y dale, que un cacho"™tela no puede tener pecados ni ser virtuosa, hombre), cruces, escapularios y demás guardarropía de la función, sino el vivo retrato de un inmenso lodazal tras un mes de tormentas, en el que sólo faltarían el cadáver de un burro y los restos de una mesa de camilla, y exclusivamente comparable a las chorradas de un tal Gaudí, otro místico, pero éste d'els collons, que no en vano era catalán?

Yo estoy convencido, ¡oh cofrades! de que con todos esos enredos, los fautores del invento sólo han pretendido reflejar en vuestras dedicaciones lúdico-místicas la dialéctica de los teólogos, es decir, palabrería vana y enredosa que nada dice, mas se refugia en la verborrea y la facundia para disfrazar su inanidad: ¡ah, autores del barroco de las sacristías y los retablos, cómo deslumbráis a los incautos haciendo, con vuestra vervacuidad, que crean en lo que no ocultáis porque nada hay para ocultar!

Y todo, ¿para qué?, ¡oh, crematorios alicatados! Tanto esfuerzo, tanto gasto, tantas reuniones, tanta ilusión derrochada, ¿para qué?

(…)

¡Ea! Puestos a celebrar, no podíais haber elegido algo bonito, alegre, sereno, reflexivo…No: la tortura y muerte es lo que se os ocurrió celebrar. El brillo de la sangre, el chasquido de las fracturas óseas, el sonido de los latigazos, los gemidos de un torturado, la viscosidad de las vísceras, …"

Y corto aquí, porque no quiero endiñaros más penitencia. Solo os diré que San Parlaclaro se convirtió en cabeza de un nuevo movimiento, por ahora secreto, tras pronunciar este pregón. No sé si me animaré a contarlo otro día.