Vacaciones, abducidos abandonados, Zozo y La Muerta
Estoy de vacaciones, por primera vez en no sé cuánto tiempo. Esos rarísimos momentos en que he entregado un trabajo y aún no he recibido el siguiente y no tengo cosas haciendo cola. Leo, pero no mucho. Básicamente me he puesto a ver películas y documentales que tenía acumulados (como toda la serie de "Apocalípsis", sobre la II Guerra Mundial).
Como regalito de fin de veraneo nos han obsequiado con una familia de lo más bajuna que pasa una semana en la casa de al lado. Mis deseos de que esta semana pase pronto son algo menores que mis deseos de quemar la casa con todos ellos dentro. Pero es una fantasía pasajera. En mis sueños me veo sometiéndoles a torturas más exquisitas y dolorosas. Bueno, es sólo hasta el domingo. Podré aguantar. Con la lata de gasolina a mano...
Por lo demás, casi no quedan turistas y los aborígenes nos reencontramos en los bares con cierta estupefacción, como abducidos que los extraterrestres hubieran dejado libres, confusos y pitiminís, en un campo de trigo, diciendo: ¿qué ha pasado? ¿Quiénes eran esos?
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Cuando hay un adolescente en casa, no tarda en salir el tema de la Ouija. Es un rito de paso a ciertas edades. La nuestra está bien educada y se ríe a muerte de esas tonterías, pero eso no evita que nos cuente maravillas de lo que creen los jóvenes. Jumentud, divino tesoro. Por lo visto, últimamente el espíritu que priva es un tal Zozo, con dientes amarillos y ojos rojos, que es un cabrón con pintas que hasta viola a quienes se atreven a jugar a la Ouija y que triunfa en internet.
Yo a su edad también hacía Ouija, y me lo creía. Le he dicho a Evi que juegue si quiere y que finja creérselo. Es como ver una película de zombies: no hace falta creer que existen para pasar un mal/buen rato. Hay que pasar por la patochada de la Ouija como por muchas otras cosas. Pero ella sabrá dosificar entre los demás insidiosas dudas escépticas, lo sé...
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Todo esto me recuerda otra leyenda urbana de mi juventud. En Oviedo hay una tienda de fotografía que se dedica a hacer las orlas de la Universidad y las expone, cada año desde hace décadas, en un enorme escaparate que tiene. Pues bien, hace veinte y pico años corrió la voz de que en cierta orla aparecía una muerta. Se decía que la muchacha había muerto nada más licenciarse y que le sacaron la foto al cadáver y retocaron la imagen para que apareciese en la orla. No estaba muy claro de qué carrera era la orla pero había oleadas de gente para ver a La Muerta, todos haciendo cábalas sobre quién podría ser y mirando con lupa cada rostro, a ver si se apreciaba algún rasgo siniestro. Yo también fui, lo reconozco. Y todos me parecían medio muertos...
La mitad de todos aquellos estarán ahora en el paro. O sea, que no hay mucha diferencia. En parte, La Muerta tuvo suerte: quizá no hubiera soportado los malos tiempos que se avecinaban...
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Mientras tecleo, los bajunos están en pleno apogeo, jugando a la brisca o al burro o a algo igualmente edificante, y dando grandes alaridos. Yo acaricio mi lata de gasolina e invoco mentalmente a Zozo... y a La Muerta...
"Libres, confusos y pitiminís en un campo de trigo". Olé.
Abrazo
Ernesto