Una librería en el paraíso
Vivo en el paraíso. No pretendo poner los dientes largos a nadie. Ni siquiera pienso que mi idea del paraíso tenga que coincidir con la que tienen los demás. Yo vivo en "mi" paraíso diez meses al año, trabajando en lo que me gusta sin moverme de mi propia casa, tostándome al sol y bañándome en el mar (cuando escribo esto, la tarde del 29 de octubre, acabo de subir de la playa: kilómetros de playa desierta sólo para nosotros).
Naturalmente, todo paraíso tiene su reverso. También aquí hace frío a veces, en el invierno, y ese frío y esa lluvia son tanto más tristes cuando ocurren en un lugar creado para el sol. He intentado explicarlo en un poema que pronto colgaré en la web.
Otra desventaja es que vivimos lejos de todo y para ir a una librería competente hay que acercarse a Huelva o a Sevilla. Últimamente han abierto una pequeña librería en un centro comercial a un par de minutos de coche de nuestra casa. No tiene mucho fondo pero sí algunas novedades de Anagrama, Planeta y demás. Para un apuro sirve. Como suelo hacer acopio en Huelva y además no me gusta el centro comercial, no la frecuento. Esta mañana, sin embargo, he pasado por allí, más que nada por hacer tiempo. En cuanto me he acercado a las estanterías, el dueño ha caído sobre mi indefensa persona (los clientes deben de ser escasos y trata de agarrarlos en cuanto aparecen) y ha tenido lugar un pequeño sainete.
-¿Puedo ayudarle? -dice.
-No, no, sólo estoy mirando.
Él no quiere soltar su presa e insiste:
-Puedo recomendarle algún libro. Por ejemplo, este: "El lector", de Bernhard Schlink.
-Ya lo he leído.
-Bueno, aquí tengo este otro: "Seda".
-Ya lo he leído, gracias. Sólo estaba mirando...
-O un autor español: Eduardo Mendoza, "Sin noticias de Gurb".
-Verá... También lo he leído.
-Y John Steinbeck...
-Soy el traductor de Steinbeck al castellano.
Lo reconozco: ha sido una vacilada. Es verdad que estoy traduciendo "Tortilla Flat", pero eso dista mucho de poder calificarme como "el traductor de Steinbeck al castellano". Lo que ocurre es que el hombre ya empezaba a fastidiarme. Mano de santo: ha debido pensar que le estoy tomando el pelo, que sólo he venido a curiosear y que me estoy cachondeando de él. Y me ha dejado en paz.
Finalmente me voy sin comprar nada. Ya me las arreglaré con algunas provisiones que me quedan en casa.
A veces es muy duro vivir en el paraíso.
(NOTA: El poema del que hablaba -"Islantilla, otoño"- ya está colgado en la sección poética, al menos temporalmente. Es sólo un borrador).
Claro!, por eso, porque no pudiste comprar ningún libro te fuiste con auténtica amargura a comer junto al mar y luego a bañarte en pelotas, como un gesto de protesta. Claro, yo te acompañé para que no sufrieras el triste fracaso de entrar en una librería y no encontrar algún libro sin leer... los hay que se quejan por vicio!!