Un poema de José María Valverde
Esta noche, cenando, salió a relucir José María Valverde. Eva había leído sus ensayos sobre estética y yo su poesía y muchas de sus traducciones. Ah, ya sé por qué hablábamos de él: por su traducción de la poesía de Eliot, aún no superada. El caso es que me he acordado de este poema suyo, modesto pero en cierta forma deslumbrante por su autenticidad y su profunda humanidad. Ahí os lo dejo.
LA VISITA A LOS POBRES
En los años del hambre -como dicen
los que no la han saciado todavía-,
estudiantillo imberbe, acompañé
algún tiempo, en mañanas de domingo,
a los visitadores de los pobres,
sencillos caballeros, casi todos
profesores modestos y abstraídos,
de raído gabán y claras gafas.
Entre el barro o el vaho, avergonzados
de dar un duro en vales para pan,
tomados por algunos como agentes
de la Embajada nazi, comprobaban
lo mismo, año tras año, consternados:
la familia entre latas, con el cerdo,
padres y niños, todos sifilíticos,
menos la mayorcita, que era de antes
que el marido... «los malos compañeros,
¿sabe?» -casi en defensa, la mujer-
«lo que le pasa a un hombre»; y en la esquina,
un muchacho tullido -«y menos mal» ,
según la madre, «que al fundarse el chico
yo estaba muy robusta»-; éste pedía
libros, pero ¿cuál darle a un pobre inmóvil?
(yo le llevé María Chapdelaine);
y, como única baja, la gallega
muerta de hambre, dejando dos hijitas,
pero con gran entierro de un Seguro
que, en nuestras mismas huellas, les cobraba
más de nuestra limosna, porque el pobre
quiere morir en grande, por el miedo
de seguir siendo pobre al otro lado...
Luego, en la fría sala parroquial,
decía el presidente, en grave rito: .
«¿Se aprueba el acta ?» y todos, abrumados,
bajaban la cabeza: «Sí, se aprueba».
LA VISITA A LOS POBRES
En los años del hambre -como dicen
los que no la han saciado todavía-,
estudiantillo imberbe, acompañé
algún tiempo, en mañanas de domingo,
a los visitadores de los pobres,
sencillos caballeros, casi todos
profesores modestos y abstraídos,
de raído gabán y claras gafas.
Entre el barro o el vaho, avergonzados
de dar un duro en vales para pan,
tomados por algunos como agentes
de la Embajada nazi, comprobaban
lo mismo, año tras año, consternados:
la familia entre latas, con el cerdo,
padres y niños, todos sifilíticos,
menos la mayorcita, que era de antes
que el marido... «los malos compañeros,
¿sabe?» -casi en defensa, la mujer-
«lo que le pasa a un hombre»; y en la esquina,
un muchacho tullido -«y menos mal» ,
según la madre, «que al fundarse el chico
yo estaba muy robusta»-; éste pedía
libros, pero ¿cuál darle a un pobre inmóvil?
(yo le llevé María Chapdelaine);
y, como única baja, la gallega
muerta de hambre, dejando dos hijitas,
pero con gran entierro de un Seguro
que, en nuestras mismas huellas, les cobraba
más de nuestra limosna, porque el pobre
quiere morir en grande, por el miedo
de seguir siendo pobre al otro lado...
Luego, en la fría sala parroquial,
decía el presidente, en grave rito: .
«¿Se aprueba el acta ?» y todos, abrumados,
bajaban la cabeza: «Sí, se aprueba».
Excelente poema, sin duda. El tema es desolador, pero qué bien elegido el lenguaje, qué fluir de versos magníficos. Gracias por rescatarlo aquí.