Poetas muertos
En cuanto a la primera, recuerdo que cuando se estrenó fuimos a verla, como el que va a comulgar, Lorenzo Oliván, Javier Almuzara y yo. Teníamos 19 o 20 años pero seguíamos siendo adolescentes. Tras la película, nos pasamos varias horas discutiéndola apasionadamente en las escaleras de Sampedro, hasta las tantas. Almuzara no entendía el suicidio de Neil, o más bien sostenía que se había equivocado totalmente. Oliván y yo podíamos estar de acuerdo en lo segundo, comprendiendo lo primero. Yo creo que lo que le pasaba a Javier es que se identificaba con Neil. Oliván, en cambio, hubiera sido un buen Knox, el enamorado que desafía todos los obstáculos. Mi personaje preferido era indudable: Charlie Dalton, Nuwanda. Y también contábamos con nuestro particular profesor Keating...
No penséis que teníamos una noción romántica y angélica de la poesía. Los tres hemos sido con el tiempo ensayistas y críticos y traductores y todo lo teóricos que puede esperarse. Y los tres podríamos desmenuzar la película y señalar todos sus puntos flacos, todos los subterfugios por medio de los cuales se apela a la sentimentalidad más básica. Pero ¿por qué tendríamos que hacerlo? También se apela a sentimientos nobles y a la inteligencia de leer bien la poesía, lo cual, a menudo, aunque no siempre, está más al alcance de los adolescente que de los eruditos. Para mí, El Club de los Poetas Muertos, con todas sus sinuosidades "hollywoodienses", ha expresado mejor lo que es la literatura que muchos pensadores posmodernos, con su inútil ironía y su bagaje intelectual. Hay una sentimentalidad inteligente. No hay inteligencia sin sentimentalidad.
Respecto a Imitación a la vida, aquí no caben sesudos análisis: es un melodrama en estado puro, excesivo, abusador. Siendo, como era, adelantada a su tiempo en el tratamiento del problema racial, es una de las películas más racistas que he visto en mi vida. Véase, si no, la relación entre la criada y la señora, la hija negra y la hija blanca; las cosas que se dan por hecho. Pero he dicho que no la analizaríamos. El final, con el desmesurado entierro de Annie, es fabuloso, estética pura. Pero, sobre todo, la película es formalmente de una sobriedad que no se ve en el cine de hoy. Recuerdo que Douglas Sirk decía que él nunca movía la cámara si el personaje no se movía, so pena de descubrir el artificio. Por eso, Imitación a la vida es tan sólida: pura afectación pero todo tan calculado que no se nota. Y hermoso.
(Mucho más miente en su cine, y casi nadie se atreve a decirlo, Lars Von Trier, ese sobredimensionado manipulador).
¡Ah!, tengo las emociones de los animalitos sin desbastar: lloré como una magdalena en las dos películas. Que nunca me falte mi sentimentalidad, tan básica. O estaré más muerto que un poeta muerto.
Jose tenemos que hablar. Un abrazo. Os quiero.