Más memorias de un traductor
Durante algunos años, cuando trabajaba como periodista, fui inmensamente feliz con mi trabajo. Luego dejó de gustarme tanto. No sé si me ocurrirá lo mismo algún día con mi actual profesión. Por ahora, creo que nunca he sido, laboralmente, tan feliz. Trabajar en casa, ponerte tus propios horarios, por supuesto ayuda. Pero el propio trabajo es lo maravilloso. Tener parte en la escritura de Stevenson y de Caldwell y de Fitzgerald... Es como escribir a cuatro manos con los autores que uno admira.
A lo tonto, yo, que soy el poeta menos prolífico de mi generación, que publico un libro de poemas cada quince años, ahora publico unos nueve o diez libros al año, con sus notas y prólogos. Debo de ser uno de los autores más prolíficos de mi generación, si toda publicación cuenta. Y eso que hacen, vanidosamente, todos los escritores (lo reconozcan o no), que es buscar sus libros en cada biblioteca o librería de España que visitan, yo también lo hago: pero no busco Autopsia ni El fin de semana perdido. Busco mis traducciones de Steinbeck y de Conrad y de Edith Wharton.
Y a veces, como un estúpido, me dan ganas de decirle a la persona que está al lado mirando libros: "Llévate este de Jack London. Es muy bueno... Lo he escrito yo".
Ese poquito de vanidad es necesaria. No hace daño, a nadie, y nos hace simplemente humanos.
UN ABRAZO