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Esos pequeños aviones ardiendo...

Hay una película que vi a los 14 años sobre los aviadores de la I Guerra Mundial. No puedo recordar el título ni prácticamente ningún detalle sobre ella. Pero había una escena que me ha perseguido durante treinta años. Creo que hay una cena de los pilotos, con mucha bebida y mucha euforia, después de varias jornadas de terribles combates. Enmedio del jolgorio y los brindis y las fanfarronadas, uno de los aviadores está bebiendo ajeno a todo, como ido, claramente una víctima del estrés de guerra. Se hace un silencio casual y él, ausente, la mirada perdida, sólo dice en voz baja y con gravedad: "Esos pequeños aviones ardiendo...".


No sé de qué película se trata y realmente no podría decir una palabra más sobre la trama o los actores. Pero ese aviador ensimismado y esa frase me han obsesionado durante tres décadas, así que tienen que significar algo. En momentos cruciales de mi vida, en momentos de desesperación y renuncia, me he sorprendido diciendo para mí mismo: "Esos pequeños aviones ardiendo...". Y en esa frase estaba todo resumido. Sólo que nunca supe muy bien qué es lo que resumía ni lo que estaba diciéndole a un oyente imaginario.


Tal vez como poetas no dejamos de perseguir una clave huidiza, esa que nos revelaría el camino que estamos buscando; o quizá es la marca de Caín que llevamos grabada a fuego, lo queramos o no, y que al fin y al cabo constituye nuestra identidad como poetas y como seres humanos. Cada uno tiene su clave y la mía debe de ser esa, perdido ya el referente de la película. Pero no sé descifrarla. Sólo sé repetirla como un mantra cada vez que perpetro otro poema o cada vez que me veo sumido en el desconcierto.


Una aflicción inútil, que no nos permite entender nada. Lo malo es que a veces creo vislumbrar lo que significa...