El fin del mundo y otros complementos circunstanciales
Y podría pensarse que nadie cree realmente en la chorrada del fin del mundo, salvo los chiflados, pero hoy he sabido que una persona que conozco de aquí de Islantilla, que tiene hijos y que simula ser un individuo normal que pide cafés en los bares y tiene su carné de conducir en regla cree que el día 21 se acaba el mundo. Esta persona ha acumulado víveres, agua, mantas y cosas así. Yo sabía de su pensamiento mágico (cree en las flores de bach y en la homeopatía) pero no que llegara tan lejos, no que estuviera tan seriamente enferma. No es que esta persona crea que el mundo explotará el día 21 pero sí que habrá "un cambio de paradigma" (a saber lo que significa eso) tan grande que el acopio se hace necesario. No se ha enterado, por lo visto, de que su "cambio de paradigma" lleva produciéndose desde hace tres o cuatro años. Se llama crisis y no tiene nada que ver con el fin del mundo ni con el calendario maya. Y tampoco se ha enterado de que el mundo seguirá, a pesar de todas las desdichas, como siguió tras el crack del 29. Pero ya se enterará.
Siempre se dice que es mal negocio dedicarse a poner fecha al fin del mundo: si fallas harás el ridículo a lo grande y si aciertas no habrá nadie para reconocerte el mérito. Pero esto no es del todo cierto. El fin del mundo es una industria. Charles Berlitz publicó en 1981 un libro que se titulaba "Año 1999: el fin del mundo" y, a pesar de fracasar estrepitósamente en su predicción, se hizo rico durante casi veinte años con los derechos de autor. Riéndose a mandíbula batiente, me imagino, al pensar en todos los gilipollas que compraron el libro. Yo fui uno de ellos y no voy a pedir disculpas por mi estupidez. Era un adolescente crédulo, valga la redundancia: todo escéptico ha sido un día creyente. Pero en estas cuestiones de la credulidad, de aceptar sin crítica el pensamiento mágico, el misterio manufacturado, todo quisque es adolescente, tenga la edad que tenga. Y siempre habrá quien explote la falta de sentido crítico de los adolescentes (los cuales, en contra del cliché, son la raza más conformista y conservadora de la Tierra).
Así que con estas líneas ya he cumplido con mi obligación de hablar del tema de moda y en lo sucesivo volveré a mis entretenidos tópicos habituales: cómo me gusta el sol, oh cuánto me agobia el trabajo, qué malos son los nacionalistas, etc. etc.
Oiga, que soy el Fin del Mundo. Ya está bien de dar el coñazo, ¿no? Unos que quieren que lo arregle todo, otros que me tienen un miedo atroz (sin siquiera conocerme; será por eso), otros que pretenden aprovechar para ver si por fin usan ese condón que tienen caducado (se supone que también sirvo para eso, para estimular la líbido: total, ya...). Y ésos, por lo menos y mal que bien, aún me respetan; que otros me llaman de todo o se me burlan en las propias barbas, como si yo tuviera la culpa de los delirios ajenos. Pues mire, no, no soy una vedette contratada para salir a escena a la hora que me manden, y hacer las gracias que me marque un guión que ni siquiera han consultado conmigo. De verdad que tengo mejores cosas en qué pensar. Aunque a veces, harto de tanta tontería, me asalta por un momento la idea de salir de verdad (asomar un poquito, nada más), y ser yo el que se ría... Pero ya digo que es sólo un momento; luego se me pasa. Además, que el ser humano (y en particular algunos, trepados en lo alto de las finanzas o de la política: cómo se lo harán, para tener siempre arriba a lo peorcito) se basta y se sobra para destruir todo lo que haga falta. Que no, vamos, que no cuenten conmigo, que tengo mejores cosas que hacer. ¡Panda de colgaos!