El fantasma de La Redondela (o cómo crear una leyenda urbana)
Todas las historias tienen muchos detalles pero os ahorraré la mayoría. El caso es que era diciembre, por la noche, y yo tenía que recoger a Eva en casa de unos amigos que tienen una finca en el campo, en medio de ningún sitio pero más o menos entre La Redondela e Isla Cristina. Para llegar allí hay que recorrer carreteras vecinales sin asfaltar, sin luz eléctrica. Me dieron unas instrucciones básicas y traté de encontrar el camino enmedio de la lluvia (¿no lo dije hasta ahora?: encima llovía). El coche daba tumbos entre baches embarrados.
En un momento dado, confundí la entrada de una finca con el camino que tenía que coger. Al darme cuenta del error, di marcha atrás. Pero la entrada era muy estrecha y estaba muy oscuro. Hubo un violento golpe y me encontré metido en una profunda zanja, el coche caído sobre su costado. A mí no me había pasado nada.
Voy a resumir. Llamé a Eva y a una grúa. Vino la grúa e intentó sacar el coche. Pero pronto quedó claro que no podía sacarlo, porque si tiraba de él, el coche simplemente volcaría. La única solución era llamar a una pluma, una de esas grúas inmensas que podría levantar el coche en el aire y depositarlo en tierra firme. El problema es que la pluma tenía que venir de Huelva y llegar a esa zona inhóspita, casi perdida, a la que realmente no se accedía por carretera sino por un camino de barro. Hicimos los arreglos para que Eva se fuera para casa. Yo me quedé a esperar.
Bien, esta era la situación. Las 12 de la noche en un lugar por el que no pasa nadie y esperando que llegue la pluma de Huelva. Frío y lluvia y soledad. Me dispuse a esperar dentro del coche. Era incómodo estar sentado en un coche volcado pero eso es lo que había. Hasta que me aburrí y noté que la lluvia amainaba y pensé: salgo. Además, aunque le echaba sus buenas dos horas de espera a la pluma, alguien tenía que estar en el camino cuando llegara, para hacerle señas. Me di cuenta de que, cada veinte minutos o media hora, incluso en aquel sitio perdido, algún coche pasar pasaba. En el horizonte oscuro se veían las lejanas luces no sé si de La Redondela o de El Pozo del Camino. Entonces inventé a mi fantasma.
Lo que hice, malvadamente, fue lo siguiente: me aposté al borde del camino, con mi abrigo negro. Me subí los cuellos y adopté la mirada más siniestra que mis facciones vampíricas me permitían. No tardó en pasar, muy despacio, a 30 por hora (más no se podía), el coche de alguien que tendría una casa enmedio de aquellos páramos. Lo que vio cuando los faros me enfocaron al pasar fue una figura delgada, alta, oscura, con una cara pálida e inexpresiva, que miraba fijamente, completamente inmóvil, al interior del coche, con ojos alucinados. El coche aceleró, dentro de lo que se podía acelerar en aquella senda, y pasó como un rayo.
Imagináoslo por un momento: un camino vecinal, difícilmente transitable, en plena noche (ya sería la una de la madrugada) y con lluvia. Una aparición negra, quieta, decididamente siniestra, que no debería estar allí (nadie tenía que estar allí), que no pide auxilio ni dice nada ni se mueve, con aspecto nada cotidiano (el largo abrigo oscuro, urbano, inapropiado) y esa mirada intencionada, cruel, amenazadora, malvada.
No me enrrollo más. A lo largo de las dos o tres horas largas que me tocaron de plantón, pasaron por allí dos motos y unos cinco coches. Me esforcé en mi actuación. Con los últimos incluso ensayé una mueca convulsa y hacía un ademan -muy contenido- con los hombros, como de crispación y de sufriente alma en pena. No paró ninguno. Miento: paró un hombre en moto. Nada más verme, frenó en seco y dijo: "Amigo, ¿le pasa algo?". Yo depuse mi pose draculínea, le expliqué lo del percance, le señalé el coche, le conté que la pluma estaba en camino y le di las gracias. Se despidió con un "Con Dió..." y se fue. He ahí un hombre sensato al que ningún Iker Jiménez podría comer el coco. Por no mencionar su generosa solidaridad. Fue el único. Los demás -estoy convencido- creyeron ver una aparición, una anomalía, algo que aún se niegan a sí mismos haber visto, un fantasma, el hombre polilla. Un suceso paranormal. No un ladrón. No tenía la menor pinta de ladrón. Si hubieran visto a un gitano con una navaja ensangrentada en la mano, algo "real", hubieran parado -ningún isleño o lepero habría dejado de hacerlo- o llamado a la policía. Han tenido pesadillas.
Si a alguno de estos crédulos le hubiera dado por comentar el asunto con un reportero del periódico local y este lo hubiera publicado como anécdota, "Cuarto Milenio" ya le habría dedicado un reportaje al fantasma de La Redondela. He visto en ese programa historias muy parecidas. Y, en esos casos, cuando los testigos hacían su descripción del espectro, imaginé lo que se puede fabular ante una visión borrosa e inesperada, fuera de lugar, en la oscuridad. Pensé en cuánto se puede adornar lo primero que uno ve y lo fácil que resulta, por ejemplo, confundir los faros de un camión con un ovni que vuela alto y hace maniobras extrañas. Con la predisposición adecuada del testigo (y me temo que hoy en día hay un montón de testigos predispuestos a ver de todo), hasta yo puedo ser un fantasma muy aceptable. Recuerdo mi pose, la inadecuación de mi presencia, el factor sorpresa y demás ingredientes, y reconozco que tuvo que ser una visión muy desasosegante, peligrosa, pero no en un sentido físico sino sobrenatural. Sitio adecuado, hora adecuada y un cabrón bromista.
El resto de la historia no tiene mayor interés: vino la pluma, enganchó mi coche, lo sacó por el aire y finalmente pude irme a dormir. Yo sí. Sin pesadillas.
"Si hubieran visto a un gitano con una navaja ensangrentada en la mano, algo "real", hubieran parado -ningún isleño o lepero habría dejado de hacerlo-"
xDDD, q mala leche tienes!! con lo pacificos que son...