Dos días en Las Cañas
Prosiguen mis frívolas crónicas isleñas. Pero no son frívolas: son hedonistas. Después de la maligna Semana Santa, se necesitaban ocasiones de gozo y felicidad.
Teníamos ganas de ir a Las Cañas, el espacio de arte y asociación gastronómica de Isla Cristina que mencionaba hace un par de posts. Y hemos ido por partida doble. Anteayer, Dominic (ya sabéis, mi extraño, extraño, extraño amigo escocés) celebraba su cumpleaños y nos invitó a comer allí a unos cuantos amigos, un pequeño grupo, casi todos ingleses y alemanes (la fauna de residentes habituales de mi isla suele ser bastante internacional), con los cuales quedamos de vez en cuando, gente culta, divertida e interesante. Me gusta enumerar gozosamente los nombres: Andy y Adriana, Werner, Fran y Carlos, Sam y Mariví, la novia de Dominic, preñadísima del futuro... ¿Leonard? ¿David...?
El lugar es fantástico, increíble, la comida excelente (una paella preparada por un valenciano, así que no hay que decir más) y el vino insuperable. Y la compañía. Un día feliz. (La exposición del momento, por cierto, fotografías de Alicia Romano, que también suele andar por aquí). En Las Cañas se come por previo encargo, y estábamos solos en el pequeño comedor. Era inmensamente agradable, antes de comer, sentarte en un sofá del patio con tu copa en la mano, el sol cayendo y la piscina emitiendo su resplandor azulado. Una suerte de absolución. Podía uno creer, por un momento, que no moriría, que ese momento duraría para siempre. Y pasó.
No hay nada más efímero que la inmortalidad.
Pero es que al día siguiente, ayer, fuimos con Mariví a Ayamonte para una enojosa tarea. Y como se echó encima la hora de la comida, Dominic se empeñó en volver a comer en Las Cañas, e invitar de paso a una pareja que se quedó descolgada de la celebración del día anterior: Mónica y Nicolai, dos artistas canadienses que viven también en esta comarca y a los que no conocíamos antes de este día. Nos enamoramos perdidamente de Mónica. Total, que llevamos dos días entregados a los placeres, como si fuéramos esclavos huidos de la siniestra plantación de la crisis. Y ahora debería entrar en detalles de todo lo que se habló, para poner nervioso a Sir Dominic. Pero no lo haré.
Bebimos por la juventud, que ya pasó, y por la bonheur, que nunca pasa.
Emocionante.... Es la segunda importante cosa que me une a Dominic el raro raro raro......