Diario de Islantilla. Enero.
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Entrego una traducción de Jack London. Me esperan una novela de Mark Twain y un voluminoso ensayo sobre la poesía de Eliot y de Stevens. Mientras llegan los textos, aparte de un par de artículos que tengo que entregar y una traducción técnica para una página de internet, me encuentro con demasiado tiempo libre. Casi me inquieta constatar que me gusta demasiado mi trabajo, que no sé qué hacer con las horas de ocio cuando el trabajo es otra forma de ocio. Qué suerte. Si ganara un pastón sería perfecto.
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Algunas relecturas. De ratones y hombres, de John Steinbeck, que no traduje yo. Conmovedora hasta las lágrimas, salpicada aquí y allá de esas gotas de genialidad "casual" que son la marca Steinbeck: "George dirigió la vista a Slim y vio fijos en él sus ojos tranquilos, ojos de Dios".
De tarde vemos La luz prodigiosa, una estupenda película de Miguel Hermoso, con guión de Fernando Marías, que especula con la posibilidad de que Lorca hubiese sobrevivido a su fusilamiento. Por cierto, disiento absolutamente de mi amigo Miguel Barrero. Yo sí creo que hay que buscar los restos de Lorca y creo que hay que seguir las indicaciones de quien más sabe del asunto, que es Ian Gibson. No diré que Lorca nos pertenece a todos pero es un símbolo de muchas cosas importantes. Con él están enterradas miles y miles de personas que, esas sí, tal vez no aparezcan nunca. Por cierto, no sé si os recomendé el último libro de Gibson, Lorca y el mundo gay, pero lo hago ahora: indispensable (tratándose de un libro de Gibson, hay que añadir: valga la redundancia).
Estoy de acuerdo en el carácter simbólico de Lorca, José Luis. Pero también pienso que ponerse a desenterrar sus huesos a toda costa -y sin que la familia (que es, a fin de cuentas, la responsable) lo demande- para darles una sepultura digna no supondría ningún reforzamiento de ese símbolo. Al contrario, puede que hasta se perdiese. No es lo mismo Lorca que los muertos anónimos que quedan por las cunetas: estos se merecen que, al menos, sus cuerpos yazcan bajo una lápida donde figuren su nombre y sus apellidos para que se sepa qué fue de ellos. En el caso de Lorca, todo el mundo lo sabe, y no negarás que lo que más fuerza da a ese símbolo que es y que seguirá siendo es precisamente la manera en la que se le apresó, se le asesinó y se le enterró vete a saber dónde. Lorca no es un muerto anónimo. Como escribí en mi blog, lo más importante de él, su obra, estuvo, está y seguirá estando, y supone el resto de la munición de esa carga simbólica. Creo que desenterrar su cadáver para llevarle a un lugar localizable y "reconocible" iría en perjuicio de su propio significado, al menos en lo que concierne a las próximas generaciones. ¿No crees que sería algo similar a sacar a Machado de Collioure para "colocarlo" en Soria o en Madrid?
(Todo esto dicho sin acritud, of course)
Un abrazo.