Cuando alquilé mi piso de Oviedo, obligado por la crisis (y eso porque no pude venderlo), metí toda mi biblioteca en cajas de cartón que deposité en el sótano de la casa de mis abuelos, donde paso el verano. Pero hay mucha humedad y los libros se estaban perdiendo. Por otra parte, en la casa de Isla ya no tengo espacio para más. Así que voy a donar todo a la Biblioteca Pública de Tudela Veguín: varios cientos, quizá miles, de libros, pacientemente reunidos a lo largo de tres décadas. Narrativa, poesía, catálogos, revistas... Varios amigos han venido a expurgar las cajas y llevarse lo que han querido. Un par de cajas pequeñas me las llevaré yo al sur, con lo más esencial. Del resto me despido estos días y se me parte el corazón con cada libro que tengo que descartar. Una vida entera metida en cajas, mi vida de lector, tanto tiempo y esfuerzo y dinero y dedicación. Al menos los he leído todos.
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Asturias, paraíso natural, ¡ja! Este mes ha llovido veinte días y de los diez restantes ha hecho sol tres o cuatro. Estoy que me llevan los demonios. Si agosto no viene mejor voy a morirme de sed de luz. En el telediario miro con envidia verde el sol redondo y naranja que han puesto sobre Huelva todos y cada uno de los días de julio. Eso sí: bueno para el trabajo. Me paso los días enfrascado en mi traducción de Suave es la noche y releyendo a toda prisa muchos libros que dentro de poco dejarán de ser míos.
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Hasta aquí arriba me han perseguido los dragones. Y, ahora que lo pienso, va siendo hora de hacer público qué dragones son esos, los que me han arruinado la vida estos últimos tres años y han hecho de este el peor verano de mi vida. Prometo jugosas confidencias, en cuanto tenga tiempo y ánimo. Casi un cuento de terror.
te lo cambio por este calor bochornoso e insoportable con los ojos cerrados