Asturies-Islantilla: el horror...
Hola a todos. ¿Alguien me ha echado de menos? Lo dudo. El verano es un coñazo, todo el mundo está fuera. Es como un gran Ramadán caluroso. Nadie contesta correos porque andan de vacaciones, los blogs no se actualizan, nadie está en su puesto de trabajo... No sé si será la edad pero empiezo a parecerme en muchas cosas a mi maí®tre y amigo García Martín, que detesta las fiestas tribales, los veraneos y los ramadanes de cualquier especie que vienen a perturbar las sanas rutinas de la vida.
No os he contado nada de mi estancia en Asturies, y me disculpo, porque precisamente este blog es un recuento de esas pequeñas cosas domésticas. Ya he comprendido por qué lo escribo: como un diario para recordar todas esas cosas. Pero si lo escribiera sólo para mí no lo haría. De ahí que sea fútil, personal y nada literario. Son cosas privadas que digo en público.
Asturies fue campo y verde. Con ocasionales escapadas a Uviéu, a Avilés, a Xixón... No quiero cansaros, como otros años en las mismas circunstancias, con un recuento de nombres propios. Finalmente vi a la gente que me importaba (los que me importan están leyendo aquí sus nombres) y a otros no fue posible.
Me dediqué también a trabajar. Terminé mis dos traducciones de Edith Wharton para Navona, empecé una nueva para Paréntesis (El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald) y me traje más trabajo: traducir Caín, de Lord Byron. Y me leí 154 libros para un premio de poesía. Son el tipo de cosas que hago muy bien. Todos en este mundo tenemos un talento específico, y yo sé leer.
Como no puedo quedarme a perpetuidad en mi amada Asturies, cerca de la gente que quiero, me tengo que conformar con lo que me he encontrado a mi vuelta en mi amada Islantilla: una película de terror, llena de zombies que llevan sandalias con calcetines (ellos) y pareos insuficientes para tantas carnes (ellas). El bochornoso e hipnótico espectáculo de la gente dominguera y con pasta, aunque ellos no se ven así, claro. Pero tienen toda mi atención. Atesoro este tipo de observaciones como un nabokov cualquiera clavando mariposas en un panel, igual que ellos atesoran en la nevera su botella de coca-cola ya sin gas.
Y bien, ¿qué hace un ser elitista y criticón enmedio de este verano viscoso de cremas, acosado por los chillidos de los turistas y constreñido por la acuciante falta de dinero? Pues sobrevivir. Y, ¡oh!, feliz. ¡En serio! Cada mañana me levanto cuando me da la gana, desayuno en la terraza tranquilamente (los veraneantes y sus camadas madrugan aún menos que yo) y luego me encierro en mi despacho con aire, a hacer lo que más me gusta del mundo. No penséis mal: traduzco, escribo artículos y reseñas, tomo notas para futuros poemas... En la piscina, los simpáticos niñitos y sus padres barrigones juegan a volver al líquido amniótico y pegan alaridos para celebrarlo. Genial. Me acompañan y no molestan. Es verdad que a cierta hora a Eva y a mí nos apetece bajar a La Antilla a tomar una cervecita y que es difícil encontrar aparcamiento. Pero se encuentra. Así que no me quejo.
Cuando se vayan los bárbaros y todo esto vuelva a ser sólo nuestro y siga haciendo sol y podamos bañarnos en pelota en la piscina y poner la música a gritos, creo que echaré de menos a la especie prepotente y conmovedora de las sandalias con calcetines. Quizá cuando aparcar en mi plaza no sea un ejercicio de malabarismo eche en falta las voces, las presencias, la compañía, su alegría legítima. Vienen huyendo de ciudades hostiles y de oficinas rutinarias. Tienen derecho a este pequeño desahogo gritón. En el fondo me conmueven. No les deseo ningún mal sino todo lo contrario. Si fueran amables, hasta les diría cómo llegar a mi restaurante favorito, a mi secreto mejor guardado.
Pero no lo haré...
Ahoj,
¡Ye una presión de la ostia...........!
Besinos, Ra