SU CARTERA -(IV)
Un visitador médico ha ligado con una cartera preciosa y comienza la convivencia de la pareja. Una vida en común de trabajo, ocio y algún repunte de celotipia ante la irrupción del ordenador portátil. Va pasando el tiempo y la cartera, como todo ser vivo, envejece y enferma, por lo que el visitador tiene que ingresarla.
Aunque no solía hacerlo a causa del olor a pescado, ya que estaba en la zona y como peatón, se dio una vuelta por la plaza de abastos sin la menor intención de comprar nada. Una sensación de liviandad y libertad le acompañaba como siempre que andaba por el centro sin el peso de su cartera en la mano, experiencia que vivía en muy pocas ocasiones. Deambuló entre los puestos con las manos en los bolsillos, la derecha asiendo el monedero con fuerza como siempre que se metía en una bulla.
Observó a todas aquellas personas dedicadas a vender con frenesí y buenos pulmones y reflexionó sobre qué cursos de técnicas de ventas realizarían, o de comunicación persuasiva, o de psicología aplicada a la venta. ¿Harían estudios de merchandising? Ciertamente lo dudaba, pero su modo de vender era universal y nació con el nacimiento de las ciudades. Alrededor de cincuenta años de existencia tiene la visita médica, se dijo, ¿se integraría en la sociedad como integrada está la venta en los puestos de los mercados? En estas cavilaciones estaba cuando se fijó en un jovencito que había, sentado ante uno de los puestos, muy serio, con gafas redondas y aro de metal, como de estudiante. No se imaginaba qué haría allí porque, al menos todavía, desentonaba por actitud y aspecto general de cuanto le rodeaba. En ese momento, el pescadero gordo le gritó:
- ¡Marcos, llégate a la papelería y te traes un bloc "cuadriculao" como éste y cuando vuelvas te traes un café "manchao"! ¡Aquí tienes quinientas pelas!
- ¡Voy volando!
La experiencia le había enseñado que cuando hay que recoger un trabajo de oficio es mejor ir uno o dos días después de lo acordado porque no es frecuente la puntualidad en estos casos. De modo que fue el viernes por la tarde a recoger su cartera. Plancha. El taller estaba cerrado. Supuso que habría salido el mozo a algún recado, pero no había cartelito indicándolo. ¿Estaría tomando café en el bar contiguo? Se asomó: nada. Tras unos errabundos pasos por la acera, de esquina a esquina, se marchó pensando que, siendo días de navidades, tendrían jornada continuada. Eran días de asueto para él y, por tanto, podía esperar sin gran trastorno a contar con su cartera.
No pudo volver hasta el martes siguiente por la mañana, pero antes de dejar el coche pasó a comprobar si estaba abierto. Cerrado, qué contrariedad, sí que es raro. Y lo mismo le ocurrió dos veces más a distintas horas. La última, tras estacionar el coche, se dirigió al bar, ¿me pueden decir los horarios del taller?, el taller ha cerrado, ¡no me diga! ¿y sabe Vd. cómo localizar al muchacho? tienen un objeto mío, al muchacho no pero en el portalillo de al lado viven los dueños del local y le podrán decir...,¡muchas gracias!
Continuará.