EL MORCILLERO
La cebolla se estaba cociendo desde hacía un buen rato, mientras que en un barreño grande la manteca, los piñones, el clavillo, la pimienta, el orégano, la canela, los cominos y la sal esperaban que se colase la sangre, para ser mezclados a conciencia con ella cuando se terminase de cocer.
Pero nadie había matado un cerdo ni había el menor indicio de que ello fuese a suceder.
De modo que el morcillero, amante hombre de su oficio, como pocos, arrimó una silleta baja, se sonó fuerte y siendo, como era, portador de anchas fosas nasales, hipertenso y consumidor de anticoagulantes se provocó la epístaxis esperada. Agarró el colador y, con él sota la napia, se inclinó ante el barreño y, cuidando de no derramar nada, coló el bermejo caño que salía de sus narices.
Para cuando la Mariangustias agregó la cebolla a la masa de la morcilla, no fluía más sangre, y el colador caído junto a la silleta testimoniaba que Soplamocos, el morcillero, había dado su vida por una morcilla póstuma, impregnada de su sabor más personal.
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Dedicado a D. Manuel Rubiales, curioso de suicidios.