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EL FUNGICIDA Y LA GUERRA FRÍA

Allá por 1994 un viajante de miringotes, amigo mío, me contó la siguiente historia:

Tenía yo que vender un fungicida que atendía por Chulapín, tanto en crema como en pastillas y, para eso se lo iba presentando a los médicos y los boticarios, día a día, ruta a ruta. Teníamos un competidor muy fuerte que se llamaba ... Pues bien, en una reunión de las que periódicamente teníamos en la empresa, un sabio, o sea uno que sabe mucho, nos dijo que nuestra lucha con el competidor era una guerra a muerte.

¡Bueeeno ...! Son frases de las reuniones, exageraciones verbales, flatus vocis, piscología aplicada a la venta, motivación semántica, vaya usté a saber.

Cosas que, de regreso a casa y cuando te metes en el trabajo diario, sencillamente se olvidan al menos a nivel consciente. Lo que nunca pude imaginar era que me vería envuelto en un episodio de la guerra fría.

Pero ... ¿alguien recuerda a don Nikita? Don Nikita Kruschev, digo. El del zapato. Sí, ése que se quitó el zapato en la ONU y formó un escándalo machacando el pupitre del escaño (es historia de la guerra fría que quizá los más jóvenes no hayan visto: pues que vayan a las hemerotecas, videotecas, CDRomtecas y se documenten, que no va uno a contarlo todo, ¡hombre!).

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Pues el despacho de don M, médico de P, es un despacho amplio, de esos que obligan a entrar con la sonrisa puesta durante unos cuantos metros, quizá la misma cara de bobos que se les pone a los presentadores de TV cuando les mantienen la cámara un ratito, y con la mano extendida, que parece que me ha dado un pasmo, caminando con garbo y seguridad para transmitir confianza, cordialidad ... y mirando con el rabillo de un ojo al suelo por si alguien ha puesto cualquiera cosa a modo de obstáculo que estropee mi airosa entrada, pero manteniendo al tiempo la mirada fija en los ojos de don M, como todo vendedor, ¿o más bien músculo, ahora que pertenezco a una fuerza de venta?, que se precie sabe que tiene que hacer en situaciones así. Y, claro, el comentario ingenioso, cree uno, sobre el tiempo, la enfermería, el tráfico, pero laaaargo para llenar los metros que separan la mesa de la puerta.

Le había presentado el Chulapín, cómo no, con ahinco y la fe que siempre he tenido en el producto, le había dicho todo aquello de las 48 semanas, de las altastasas, le había mostrado el tío haciendo el pino de los folletos, le había pasado hojas para delante y para atrás, que si crema, que si comprimidos, etcétera.

¡Jo! la segunda vez que lo visité con el Chulapín me dijo entusiasmado que le había ido requetebién en una balanitis y la candidiasis de la dama, habiendo fracasado ya los demás tratamientos.

Y es que uno comunica como nadie.

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No recuerdo exactamente cuántos ciclos habían pasado desde la presentación, pero allí estaba don Nikita, o su fantasma, o más bien su reencarnado, porque la cara era la de don M, mas el gesto el de don Nikita; pero empiezo por el principio:

llegué a P un poco más tarde que de costumbre porque el coche nuevo se me calaba siempre que veía un semáforo, intuía un cambio de marcha o por mero capricho, lo ciero es que la inyección no pinchaba bien. Las criaturas de la sala de espera eran relativamente pocas y me dejaron pasar sin mucho esfuerzo, que si buenos días, que si vaya caló, que no tarde usté mucho, que no señora, que más de tres horas no estoy, palabra.

Yo abrí la puerta componiendo, como siempre, el gesto, la sonrisa, la apostura natural del músculo que va a golpear. En realidad, cada vez que voy a entrar en el despacho de un médico me veo entre bastidores, como el actor que, avisado por el traspunte, se dispone a entrar en escena y espera que le den letra pero, claro, este despacho de don M como dije es largo de recorrer y la concentración ha de ser mayor. Por eso, al principio, no me di cuenta bien de lo que pasaba, pero sí cuando le dirijí mi franca mirada tras cerciorarme de que por el suelo no había obstáculos: pude comprobar, atónito, que don M se estaba quitando un zapato, sí, un zapato, el derecho. Y me miraba -don M, no el zapato-. Y yo estaba a mitad de camino, en tierra de nadie, y un zapato diestramente lanzado puede calzarte una oreja sin necesidad de calzador.

Cuando peligra, dicen que pasa una película de tu vida ante ti, pero yo sólo hacía conjeturas y otros cálculos. Como conjetura principal, que al tío de la balanitis le han crecido champiñones en el bálano y don M me lo va a comunicar a su modo. Calculaba por otra parte, cuál de los muebles me podía servir de parapeto llegado el caso porque pensar en estrecharle la mano que sostenía el zapato ni me pasaba por las mientes.

Además de la de don Nikita, todas las imágenes de la guerra fría -muro de Berlín, vopos tiroteando, tanques, espías de Le Carré- desfilaron ante mí mientras trataba de averiguar la trayectoria que describiría el proyectil y seleccionaba el biombo como trinchera.

Entonces habló: "tenía ganas de verte, Veremundo, fíjate que uñas me han salido nuevas con el Chulapín, tío, es que si no lo veo no lo creo, las tenía fatales desde hace más de cuatro años, hechas un asco y ahora como si tal cosa".

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El segundo acto va a comenzar, el público está en el drama y nosotros los actores, uno don M, médico rural de unos treintaiocho años, vaqueros y polo verde, el otro yo mismo, visitador cincuentón, entramos en situación para continuar la representación, como siempre, pero introduciendo cuantas morcillas nos apetezca ya que cultivamos el happening, porque nuestro teatro, el de todos los días, es muy, muy creativo.

¿Y la guerra fría? La guerra fría es historia, el futuro es Chulapín

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Pasadas un par de semanas, recibí por correo electrónico una nota de mi amigo el visitador, cuyo asunto era "Reverso caliente a un relato frío", en la que me contaba que:

Con la consabida música de estriptis, tariro tariro, me volvió a ocurrir que alguien se descalzase para mostrarme los efectos de Chulapín; en este caso una pediatra que padecía una tiña en mocasín, con grietas y demás. Entusiasmo similar, pero en el vestíbulo de un centro de salud. Si continúa así la cosa, verme y descalzarse, llegaré a la conclusión de que significa algo.

archivado en:
Rafa Leon
Rafa Leon dice:
30/10/2009 11:33

Je, je. No sé por qué, pero se me ha venido a la mente un ex-visitador y amigo común. Y es que a él le pasan también unas cosas...

Abrazos.