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CONSPIRACIÓN EN NÍNIVE (20 de octubre de 2002)

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A Enrique Bono, cuya buena memoria resucitó una idea.

Me llamo Takaíto Telamoto.

Soy andaluz, de ascendencia leonesa por parte de padre. Por parte de madre no sé, que mi segundo apellido es Jiménez y puede ser de cualquier sitio.

En mi madurez, cuando empezaba a clarearme el pelo, fui embajador de Japón en la corte de Nínive.

Tengo cientos de años y soy varias veces calvo, por hacer honor a los viejos dichos, pero conservo buena la memoria. Por eso, antes de que me desmemorie, no sea que mi cercanía a la senilidad me haga esa faena, quiero dejar escrito, ¿o debería decir esclito?, lo que ocurrió en la corte de Nínive cuando yo representaba al Sol Naciente ahí, en el medio Oriente.

(Ahora oigo tambores y trompetas y no sé cómo lo aguanto. Ni siquiera el cumplir centenas y centenas de años me ha hecho sordo y no puedo librarme de las sonoridades que la humanidad, cada vez más salvaje, que ya es decir, perpetra continuamente. Cuando la espada de mi tío el samurai rajaba a un enemigo, el ruido que se oía, si al muriente le pillaba con aire en los pulmones, era su estertor de agonía, pero si eso ocurriese hoy, unos inoportunos bafles harían que se oyese en todo el universo o, al menos, frente a mi ventana, que es el universo para mí, ya que desde ella contemplo las puestas de sol en un río contaminado, lo que a los brillos naturales del caso añade los metalizados si los reflejos se producen sobre los contaminantes, y así me embarco en la más etérea meditación y vuelo dando a la caza alcance, deporte que ya practicaban mis ancestros y sirvió para que un fraile español, plagiario o intertextualizador, no estoy seguro, se hiciese famoso. ¡Ah, si las flores, ¿o debo decir floles?, de loto hablasen!)


Reinaba en Nínive el hexabestiarca Kasostonisburta, de la dinastía Ur Ta, cuyo origen se remontaba a los remotos tiempos de la dominación de Ro Ta, lo que dio pie a los nominadores áulicos para apodar a los reyes de dicha dinastía como los de UrTa de RoTa y ello, a su vez, mediando las buenas artes de los mercaderes fenicios que arribaron a las costas de Gades, descubridores como fueron de sus deliciosos pescados, propició el bautizo de un plato señero en el arte coquinario, hoy de fama universal gracias al turismo.

Kasostonisburta accedió al trono pasando sobre los cadáveres de sus hermanos mayores Lonomanisburta y Sotnasnisburta que, aquél dado a la ciencia y éste al amancebamiento con plebeyas, no habían reparado en la ambición de su dolicocéfalo hermano y habían descuidado, tanto armarse como sus alianzas.

Era Kasostonisburta, además de dolicocéfalo, enjuto, de hombros subidos, ojos rasgados y boca semejante al primer hachazo de un leñador en el árbol. Y tenía extrañas aficiones, como vestirse de niño, ponerse rojos gorros, el teatro griego y frotarse las manos con fruición situándolas entre las ingles, al tiempo de repetir que ésa era la estufa de los pobres, sin barruntar que era el fundamento del microondas.

Disfrutaba gastando bromas a sus seguidores y fue sonada en toda la corte la noche en que dispuso que al capitán de su guardia, el aguerrido Noguzmalomán, mientras dormía, se le bañase toda la entrepierna con pegajosa leche condensada, asquerosidad que llevó aparejado el rasurado púbicoescrotal subsiguiente con las consecuencias lógicas: grandes picores durante el crecimiento velloso y abstinencia sexual del aguerrido, ya que mostrar lampiños los atributos de la virilidad, para un milico, era motivo de gran vergüenza ante el pitorreo que las avezadas hembras ninivitas podían expresarle. Nunca Noguzmalomán olvidó la broma, que tantos polvos le hurtó.

Maridaba Kasostonisburta desde hacía pocos meses con la princesa Dampenascraña, de la casa Ña, unida por antiguas alianzas de sangre, lágrimas y sudor a la casa de los Ara. La reina Dampenascraña era llenita, rubita, ensortijadita y algo putita, es decir que le gustaba probar lechos ajenos al marital, lo que a nadie sorprendía demasiado, ya que, con la joya de marido que tenía, mientras él iba vestido de niño por ahí, tocado de sus rojos gorros o haciendo de corifeo, ella se reafirmaba en su papel de real hembra.

Pude comprobarlo más de una vez en mis propias y, por entonces, niponas carnes, pues que a su gusto por el gusto añadía ella el regusto por lo exótico, y ¿podía encontrarse algo más exótico en la Ninive de aquellos tiempos que un embajador de Japón?

De modo que quiso catarme y me cató. Y yo la caté. Y nos gustó. Y decidimos seguir con el cateo.

Se esperaba, razonablemente, dadas las previsiones de los heráldicos, que los frutos de la unión entre un vástago de los UrTa y una hembra de los ÑaAra diesen lugar al nuevo tronco de Ur-Ta-Ara-Ña.

Pero nadie, en la corte, había contado con los intereses del Vaticano.

(Mencionar el Vaticano y pensar en el ruido es todo uno: cuando en el Gólgota se clavaron fierros en los maderos empezó la cosa. Después vinieron las campanas, luego el gregoriano bajo las ojivas, posteriormente las disciplinas sobre las nudas espaldas, los tambores de Calanda, la Semana Santa de Lorca, el Misteri, las saetas, el Rocío, la tocata y fuga en re menor, las misas de Palestrina, el orfeón donostiarra, las cruzadas, las fallas, las misiones con la postura del misionero y los gritos de las indias y algunas monjas, el botafumeiro y las gaitas de Fraga, la torre de la Vela el 2 de enero, la marcha "la amargura", los seises y los sochantres, los viacrucis al alba, los sermones de las siete palabras, el cardenal Segura, el Requiem de Verdi, las jotas a la Pilarica, Agustina de Aragón y su cañón, los obispos bendiciendo tonantes cañones, los Reyes Católicos, el Descubrimiento, Felipe II, el Valle de los Caídos, ETA y sus bombas en las sacristías, la salve marinera, la salve rociera, las sevillanas rocieras, la madre que los parió ¿o debo decir la madle que los palió?, que no hay modalidad de ruido que no hayan ensayado los del Vaticano y su hueste).


Porque era, en verdad, difícil contar con ello, dados los antecedentes, ya que, hasta entonces, ningún Papa había viajado fuera de su ámbito de gobierno, do no hubiese grey que pastorear, y, nadie, hasta entonces, había ambicionado ser rico en textos, tomándolos de donde los hubiere, si fuese preciso, con permiso de sus dueños o sin él. Y en Nínive había muchos textos, miles de textos, que otro hexabestiarca había almacenado tiempo antes.

Julius de Mentis, Protopapa, se adelantó 2.000 años a la venida del Ungido y tuvo un ansia inmensa de bendecir urbi et orbi . Y sabedor de lo que cuesta formar una buena biblioteca, aprendido en un tan rápido como halcón viaje que hizo a Alejandría, tras consultar con sus consejeros, que para eso cobraban, decidió plantarse en Nínive con el doble objetivo de:

a) afanar los textos de su palacio;
b) efectuar la primera bendición urbi et orbi de la historia y, encima, en la otra parte del orbe.

Para ello necesitaba cómplices bilingües porque, siendo como era, el Protopapa, aún no existíam precedentes de la facilidad para los idiomas que todo asistente con chance a los cónclaves debería tener. Y sólo hablaba latín y algo del dialecto de lo que, andando el tiempo, sería la Bética: se conservan dos inscripciones hechas en lienzo similar al de la sábana santa, pues no se explicaría de otro modo su larga duración, prueba evidente de la inexistencia por entonces de la mala praxis de la obsolescencia programada, en las que, con mayúsculas, pueden leerse las siguientes expresiones, de su puño y letra:

VOTADME, SOY JULIUS

VIVA EL DERECHO ROMANO, QUE AL ESCLAVO MANUMITE Y A LA ESCLAVA MITE MANU

Los hermeneutas más avisados sitúan ambas pancartas en la hora de su elección, obviamente la primera referida a lo que hoy denominaríase marketing electoral, si bien en estado naíf todavía, y la segunda, mucho más sutil, como expresión clara de su voluntad de adecuar los contenidos del futuro Codex Iuris Canonici a la sabia tradición jurídica del Imperio.

Cabe deducir, sin riesgo de pifia, que cuando el Protopapa hizo su campaña portaba él mismo las pancartas por el Foro y aledaños, ya que nadie iba a llevar una pancarta en la que figurase la palabra "votadme" para que los electores votasen a otro y es lógico concluir, también, que una promesa electoral del calibre de la que implica la segunda pancarta sólo puede ser portada por el que se compromete.

Además, en aquellos tiempos todo era más humano y no había televisión.

Por eso, al llevar la pancarta, Julius de Mentis iba precedido de un bizarro tamborilero que llamaba la atención de transeúntes y estacionados, a parchazo limpio, con ritmo sincopado que ayudase al candidato a conducir sus pasos llevando la respiración como es debido.

(Arqueólogos y antropólogos de toda confianza, y mi propia observación durante siglos, sitúan esta práctica electoral como simiente de lo que después, con el devenir de los tiempos, sería función de las bandas de tambores y trompetas, adminículo sonoro éste, probablemente añadido ya en tiempos barrocos, para conducir los otros pasos y adornar, de pasada, el ruido consustancial a toda actividad vaticana o paravaticana).

Pues bien, como decía, Julius de Mentis, Protopapa, necesitaba cómplices bilingües y para su búsqueda dispuso que tres siniestros personajes se desplazasen a Nínive. Dos de ellos eran clérigos, el cura Zapatones, de origen desconocido para mí, y que se hacía notar por sus enérgicos pasos, y el cura Kásaresdemispésares, oriundo de la que luego sería la Bética, calvo y sibilino. Andando el tiempo llegaría a epíscopo de la propia Nínive, una vez que la población de la asiria ciudad se acostumbró al ruido vaticano.

El tercer personaje era un pirata ¿o debo decir pilata ? de ojos saltones, algo cargado de espaldas, meloso y, paradójicamente, estudioso de la mente humana, quizá por haber comprobado que se puede piratear mejor comiendo el coco al personal que colgándolo de los palos de una nao. Clara anticipación de lo que, con el paso de los siglos, hemos conocido como control de las mentes sumisas. Nunca supe su nombre, lo que no importa porque seguramente sería falso, y siempre se le conoció como El Pirata, así, por antonomasia. Le recuerdo, meando a mi lado, cada uno con su propia verga en posición y dándome consejos psicológicos para que venciese mi natural ingenuidad oriental.

Fue El Pirata el encargado del acercamiento al Gran Visir de la corte ninivita, el todopoderoso y enérgico Gallepegospe, hombre de gran sabiduría política pese a su rústico origen, que no podía disimular, al delatarlo el inconfundible acento de las vegas cabe el Tigris, incluso cuando hablaba latín. Otra costumbre ancestral delataba su rural origen y era la de no cortarse las uñas de los pies, de modo que, con su crecimiento subplantar, llegaban a confundirse con unas recias abarcas, ahorrándole de paso, y nunca mejor dicho, el coste del calzado, lo que le satisfacía mucho porque en todo campesino hay un ahorrador. Sólo cuando yacía con hembras surgía un inconveniente, al pedirle éstas que se descalzase para el juego amoroso.

Pero los pelotas de él dependientes o quienes aspiraban a sus favores, se dejaron crecer las uñas. Y como estas gentes, en todas las cortes, son legión, el gremio de zapateros le odiaba.

Pronto hubo acuerdo entre El Pirata y Gallepegospe, cuando aquél le dejó caer que, bajo la fe y la férula del Protopapa, lejano en Roma y sin ejércitos, él podría fundir el poder temporal con el espiritual, sin necesidad de pertenecer a una casta dominante. ¿Cabe más alto ascenso para un cateto?

Pero tendrían que lograr el concurso del sumo sacerdote y gran capitoste de los magos, el Supremo Boenquenori, sutil y sonriente, de gran firmeza en sus convicciones, por lo que la tarea de persuadirle para que ayudase al Protopapa, se presentaba ardua. Mas Julius de Mentis no había llegado a Protopapa por ser tonto, sino por ser astuto y ahí es donde entraba en juego Kásaresdemispésares.

La entrevista celebrose una noche en el atrio de la mansión del Supremo. Tomaron un refrigerio ¿o debo decir lefligelio?, se encomendaron a sus respectivas deidades y, bañados por la humedad que ascendía desde el río, se contemplaron con los ojos entornados. Gallepegospe y El Pirata, expectantes.

- Que tu vuelo no sea el del ave de corral - sugirió Kásaresdemispésares, emboscado tras su flexo predilecto.
- Un buen mago nunca vuela. Vuelan las ilusiones por él creadas - ilustró Boenquenori al tiempo de hacer         desaparecer el flexo.

- ¡Cielos! - se asombró el enviado del Protopapa - ¿es esto un milagro de tus dioses o vana ilusión de las que creas?

El Pirata, acostumbrado a las sutilezas mentales, se complacía del juego, pero el Gran Visir calculaba cuánto tiempo llevarían los escarceos dialécticos de los teólogos.

- Ilusión es, mas no vana, pues con ella consigo hacerme obedecer; pero no me pongas esa carita, hombre, toma tu flexo - y, acercando su diestra mano a la oreja izquierda de Kásaresdemispésares, hizo aparecer el flexo de nuevo al modo del muy célebre mago Michelli, con lo que aquél pudo concentrarse para seguir con su homilía individualizada:
- Yo no voy a alardear de crear ilusiones, pero fíjate que magia más guay te cuento y dime si puedes     encontrar algo más sublime...
- Te escucho.
- Piensa en tres personas, una de las cuales además de persona, es espíritu puro.
- Hombre, es raro, pero lo pienso. Ea, vamos a ver.
- Ahora piensa que el espíritu, que sigue siendo espíritu y sigue siendo persona, en realidad tú lo ves como paloma.
- ¿Porque está apalominado?
- No, no, no es eso, es que, aunque tú veas una paloma, en realidad lo que ahí hay es un espíritu que es persona, ¿captas?
- Si tú lo dices...pero bueno, sigue, que es gracioso.
- Entonces, ahora viene lo bueno, resulta que esas tres personas, una de las cuales, que tú ves como paloma sin estar apalominada, es un espíritu puro, no son tres personas sino una sola...
- Si así fuese, no habría problema de vivienda en el mundo, ¿no?.
- No, si no están en el mundo, hombre, sino en los cielos, porque esa persona, que son tres, una de ellas espíritu, que tú ves como paloma, sin estar apalominada, es Dios, un solo dios.
- Pero ¿en qué quedamos? ¿Hablas de dioses o de personas?

El Pirata pensaba en la esquizofrenia y Gallepegospe en el servicio secreto que se podría montar con gentes así: un solo agente, divisible en tres en caso de apuro y haciéndose invisible para entrar en cualquier sitio, e incluso con capacidad para llevar mensajes de un lugar a otro o para salir volando en caso necesario. Se convenció de que a estos romanos imaginación no les faltaba.

- No dioses, sino UN solo dios, el único verdadero.
- Ya será menos.
- Sí, sí. Y fíjate si es poderoso que es capaz de embarazar a una virgen mediante la paloma.
- Será con un palomo.
- No, no, la paloma como espíritu, pues no hay coito ni coyunda animalesca. Es el espíritu el que penetra sin romper nada.
- ¡Por la boca!
- Por el espíritu.
- O sea, fecundatio in spiritu , ¿No? Bueno, ¿y para qué hace eso?
- Pues para nacer él mismo con forma humana y llamarse a sí mismo, hijo y, luego, hacer que lo maten, a él mismo como hijo, y como espíritu para luego resucitar, hacer que le adoren y, de este modo, crear la semana santa. Por eso, el gran poeta arocheno Mario Marín escribirá algún día:

Salvadora dice que qué clase,
Que qué elegancia y buen hacer,
Que matar a su único hijo
Y ser adorado para siempre
Es de tener clase,
Que Dios es perverso
Pero sabe serlo.


- Bueno, no me líes más, reconozco que ese galímatías, si se lo cree la gente es producto de la mayor magia que pueda pensarse, de modo que dime qué quieres de mí, porque mi magia no puede con la tuya.

- Sólo dos cosas, que nos déis los textos que hay en Nínive y, a cambio, para vuestra salvación, permitáis que nuestro Protopapa os bendiga. A.M.D.G.

Boenquenori era un líder social consciente de que una masa sin textos es una masa mucho más dócil y más dispuesta a satisfacer diezmos y primicias y, por otra parte, una bendición del jefe de estos magos tan buenos serviría para conocerle personalmente y la posibilidad de un buen fichaje, de modo que hubo acuerdo. Una vez más Kásaresdemispésares había conseguido su objetivo. Ahora, a trazar el plan.

Y en el plan entraba yo.

Toda la corte sabía de mis catas con la reina y por eso pensaron en mi complicidad, ya que daban por sentado que lograría el concurso de la real hembra para distraer a Kasostonisburta mientras mis agentes especiales, los fieles Chi No, Cho Lo, Chol lo, Cho Nmo y Cho Po, arramblaban con los textos y, valiéndose de la valija diplomática, los facturaban para Roma.

Accedí, pero ocultándoles el plan que se había ido formando en mi mente mientras me hablaban: liquidar al hexabestiarca, que mi catadora fuese la reina y mi catadura gobernase en la sombra. Ya pensaríamos qué hacer con Gallepegospe y sus abarcas.

Dampenascraña y yo decidimos aprovechar la sesión de teatro improvisado, algunos lo llamarían después happening como si lo hubiesen inventado, que Kasostonisburta nos había programado para la séptima luna con el título de LOS NINIVITAS y una estructura argumental basada en la de sus dilectas tragedias griegas.

Convencimos al capitán de la guardia, Noguzmalomán, resentido por lo de la leche condensada, para que nos ayudase y le ofrecimos el puesto de Gran Visir ya que a éste habría que eliminarlo también si queríamos, la reina y yo, hacernos con el poder real.

Y llegó la séptima luna.

Hubo un presagio de tragedia a la hora del desayuno en la corte, porque a las sacerdotisas, que en el palacio real no eran prostitutas del Templo sino cocineras, se les pegó el chocolate y casi hubo mortandad de cortesanos por retortijones. Este incidente nos facilitó las cosas ya que, habiendo previsto el envenenamiento del hexabestiarca, dudábamos sobre el veneno a usar, de modo que, visto lo visto por la mañana, ya no hubo más que discutir.

Tras la cena, toda la corte se reunió en el atrio, de espaldas al cañaveral y al río y de cara al proscenio.

La esbelta y excelsa bailarina Palma Ralatolaí, con un tutú hecho de palmas -de ahí su nombre artístico- y un sutil velo aparentando cubrir sus mórbidos senitos, se contoneaba, abriendo el cortejo hacia el estrado, al ritmo que le marcaba el atambor de Noguzmalomán. Seguían los reyes y, tras ellos, el cuerpo diplomático, es decir, yo. Después, algunos de los soldados de la guardia, aleccionados por su capitán.

Excepto Dampenascraña, todo el cortejo hacía chiribitas con los ojos ante el meneo de Palma Ralatolaí ya que conseguía efectos libidinosos con el vaivén de sus huesos y el entrechocar de los mismos: ¡qué sones arrancaba ese trocánter!, ¡qué ritmo el cloqueo de las tibias y los peronés! ¡Y qué castañuelas esas falanges!. Tal era su arte: erotizar a los machos con un sacudir óseo.

Un gesto de autoridad de Kasostonisburta acabó con el ritmo y el serpenteo. El hexabestiarca se paró en el centro del estrado y, girando hasta enfrentarse al público, clamó dramáticamente, con los brazos extendidos hacia un par de acimutes:

- ¡¡A...mericoneeeees!!

Silencio de los demás, que no sabíamos por donde iba a salir. Él sacó de entre los pliegues de su túnica un paralelepipédico queso de bola, oh paradoja, y lo sostuvo con la diestra, mientras que alzaba la siniestra como para bailar una sardana.

- ¡¡A...mericoneeees!!

Dampenascraña avanzó hacia él con las manos en gesto suplicante y ofrendándole una sandía de las que se cultivaban en el lejano faro que los cortesanos visitaban en romería de vez en cuando, entre bamboleos acuáticos y vómitos marineros:

- Mi señor...

La miró fijamente, convirtiendo sus ojos en dos líneas casi imperceptibles y le gritó:

- ¡¡Prostiputaaaaa!!

Le lanzó el queso, pero no le dio, sino que fue a estrellarse en el atambor de Noguzmalomán. Ella, mientras yo hacía un elegante gesto con mi abanico, reiteró:

- Mi señor, tranquilizaos. Reclinaos y bebed de esta copa de ansiolítico.
- ¡¡A...mericoneeees!!

Ella le tomó del brazo, lo llevó al canapé y le alcanzó la copa. Yo acerqué un embudo grande, se lo puse en la boca y Dampenascraña comenzó a escanciar el bebedizo, tras lo cual, pausadamente, yo fui añadiendo el chocolate pegado y las pipas de la sandía. Mis ayudantes lo sujetaron para que no pudiese escapar.

Gorgoteaba el rey y se le derramaba algo de chocolate por las comisuras. Había que engordar la salsa, de modo que, a falta de colas de pescado o gelatina, tiré de colas de bacaladilla en salazón que unos vikingos me regalaron, y la fui desmigando sobre el embudo. Quise asegurarme de que el mejunje lo taponase todo y le añadí los restos de la leche condensada extraída de los huevos de Noguzmalomán, que previsoramente yo había guardado, con el vello arrancado de sus folículos. Presioné con el pomo de la empuñadura de mi sable. Pardiez que dio resultado.

- ¡¡Ame ri co grlub glrub gggg !!

Eran los estertores de la agonía. Me fascinaba el horripilante sonido y pensaba en cómo patentar el invento de tan poderosa arma letal, cuando un estentóreo vozarrón ¿o debo decir vozal-lón? me sacó de mis cavilaciones.

- ¡¡¡Benedicat vos omnipotens Deus...Urbi et ut urbi et ot orbe, et ut urbi, et ot orbe...!!!

Él. Era él, el Protopapa, Julius de Mentis. Vestido con el blanco traje de Alec Guiness, con sus enormes gafas de miope aupadas a unos tres dedos horizontales de un fenomenal mostacho, con dos palos cruzados y alzados con la mano izquierda, tocado de un gorrito, blanco también, y la mano derecha elevada y oscilando de arriba abajo, y de izquierda a derecha, séase, a todos los acimutes, éste sí. Y, a grito pelado:

- ¡¡¡Urbi et orbi, et ut urbi et ot orbe, et ut urbi, et ot orbe...!!!

Y de ahí no salía. Y el otro, berreando en su agonía, y éste urbi et orbi que te crió, y Dampenascraña enseñándome su muslo decorado con una sierpe, pintada con el chocolate que había sobrado, y que, cada vez que se movía, parecía que fuera a gritar también. Y Kásaresdemispésares, enarbolando el flexo:

- ¡¡Que tu vuelo no sea el del ave de corraaaal...!!

Y Noguzmalomán arreándole al parche, y el público aplaudiendo, lo que enardecía a Palma Ralatolaí que se puso a entrechocar sus huesos sobre el cuasicadáver del hexabestiarca, como en las novelas de Manuel Halcón.

Zapatones se arrancó por Sarasate con un zapateado memorable que levantó todo el polvo inserto en las rendijas del estrado, haciendo estornudar a toda la concurrencia y retumbar el maderamen. Gallepegospe marcaba el paso con sus recias uñas abarquiformes y El Pirata, olvidadas las sutilezas mentales, gritaba entusiasmado, con el pañolón rojo ceñido y al viento el colgajo:

- ¡¡¡Al abordaje!!!

Todo era ruido. Jamás en los despachos del Vaticano se pudo soñar con una algarabía tal. Habrían de pasar siglos, hasta Verdun, hasta Normandía o la batalla de Inglaterra para que la humanidad conociese algo parecido. Ruido, ruido, ruido...

Allí:

- ¡¡Que tu vuelo no sea el del ave de corraaaal...!!
- ¡¡Que me matáis, cabrones!!
- ¡¡¡Benedicat vos omnipotens Deus...Urbi et ut urbi et ot orbe, et ut urbi, et ot orbe...!!!


Y todas las onomatopeyas posibles del parcheo, el zapateado, el uñeo, los estornudos, los aplausos y las sacerdotisas arreándole a las perolas de la cocina.

Yo sudaba, sudaba y sudaba, y de ver la sierpe en el muslo de Dampenascraña, jadeaba y jadeaba cuando, de un salto, me incorporé en la cama, taquicárdico, con la respiración al límite y chorreando, con un ruido infernal de tambores y trompetas destrozando el himno nacional frente a mi ventana, mi universo.

(¿Cuándo habrá un puto alcalde que meta en cintura a esos soplapitos y mataparches y les obligue a ensayar en lugares aislados y alejados hasta que se dejen sordos entre sí y sea posible que los andaluces, como yo, podamos dormir la siesta sin pesadillas historicistas y teológicas?).

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