AQUELLA MUJER BARBUDA
La vi por primera vez en su pequeña tienda de ultramarinos del pueblecito serrano, junto a cuyo río estuve acampado el verano de hace unos cincuenta años. Al entrar en el local, oscuro, atendía a un viajante que esquivaba como podía las chorreras de los jamones colgados sobre el mostrador, sin poder evitar que el bloc de pedidos recibiera algún goterón de grasa ni que la ya incrustada en la madera pringara todo cuanto allí se colocase.
La mujer, de casi treinta años -supuse-, no era muy alta, usaba gafas redondas como las de Elvira Quintillá en "Bienvenido Mr. Marshall" y tenía una expresión tímida en la mirada que la hacía simpática. No hablaba mucho y a primera vista parecía cohibida, pero se le notaba experiencia en el trato con los veraneantes. Su voz de contralto dramática y su barba cerrada y perfectamente rasurada, me habrían hecho pensar que estaba ante un hombre si no hubiese llevado un hábito de la virgen del Carmen con su escapulario y su cíngulo dorado.
Rodeados de arenques, colas de bacalao, sacos de cereales y otros alimentos, todos ellos presididos por una pirámide de pastillas de jabón Lagarto en la esquina del mostrador, me despachó con precisión y amabilidad lo que había ido a buscar . Yo no le miraba la barba, más cortado que ella porque nunca había visto una mujer así, lo que hizo que la mirase a los ojos todo el rato. Salí con la impresión de haberle parecido impertinente y al narrar la experiencia a los compañeros de acampada sentía un desasosiego que me acompañó bastante tiempo. Cuando alguna vez la recordaba no podía evitar pensar en mi excolega de trabajo Don Parriento el Velloso, del que mi anfitrión El Barbonauta habla en varias páginas y, especialmente de sus vellos, en la número 37 de este cronicón. La barba afeitada de Don Parriento era lo mismo de cerrada que la de ella y el tórax de mi excolega estaba completamente forrado de vello. ¿Sería igual el tórax de la tendera? Ella no era calva cuando la vi. Mi excolega sí.
Unos dieciocho años después volví a verla en circunstancias completamente distintas. Era la época de la transición y acudí a la charla de una conocida dirigente feminista radical, cuyos artículos yo leía en una publicación muy difundida entre la gente de ideas democráticas de izquierda. Hubo un llenazo en el local y la charla fue interesante, aunque con algunas exageraciones o imprecisiones que no hace al caso referir aquí. Al abrirse el coloquio reconocí la voz que planteaba determinada cuestión, reconocí la mirada, pero la mujer barbuda había salido del armario y ahora lucía una frondosa barba cafrunesca. El modelo de gafas era más de moda y, en lugar del hábito aquél, vestía un traje de chaqueta gris marengo que la hacía parecer un hombre sin mezcla de mujer alguna.
Había evolucionado mucho. Supuse que no seguía de tendera en el pueblo, no ya sólo por su aspecto físico, sino por la desenvoltura en la expresión, suave pero firme, documentada e incluso con sutil sentido del humor como pude apreciar en cierta ironía que, me pareció, no captó la conferenciante. Ésta, al responderle, expresó su desagrado porque en una sesión feminista quien primero había tomado la palabra fuese un hombre, comentario a mi modo de ver inoportunísimo y que a la mujer barbuda le hizo exclamar:
- ¿Qué pasa? ¿No has visto nunca a una mujer barbuda, tendré que enseñarte las tetas y el coño?
Volví a verla hace cinco años en el cementerio, mi centro de trabajo, cuando un grupo de personas republicanas, a las que me uní, se concentró ante el monumento de los asesinados durante la guerra civil para rendirles homenaje. Era el catorce de abril y ella fue la que leyó unas líneas llenas de sensatez, esperanza y firmeza. Su frondosa barba, entonces, era blanca como corresponde a una persona de setentaitantos años.
Una duda me corroe y supongo que me acompañará al crematorio: ¿se habría cambiado el sexo?
Fray Fossor de Onuba dixit
Oye, que hay tipos que encuentran un atractivo irresistible en ese tipo de mujeres de recia barba oradante... ya se sabe, para gustos...
Nabrazo