Ahora toca defender a Garzón, dicen. Parece que unos falangistas podrían acabar su la carrera judicial, y la 'progresía' hispana grita y brama. Pero yo no me sumaré, ni así sea por solidaridad internacional. He visto demasiado de cerca como este personaje permitía la tortura y violaba las reglas más elementales de la democracia.He oído relatos estremecedores, hechos de viva voz y de primera mano. Los he sentido de gente torturada por aplicación de la ley antiterrorista que se ha levantado la camiseta ante sí y la de sus compañeros, o que han llorado relatando las atrocidades sufridas, sin más respuesta por parte de este juez estelar que la del desprecio. Pero, aunque no los hubiera sentido en directo, me bastaría con haber leído los relatos públicos de sus víctimas, que me merecen toda mi confianza. Hablo, por ejemplo, y basta con un ejemplo, de los detenidos del 92, en aquella infame razzia olímpica que Europa terminó desautorizando años después.

En 2004, por escrito, el Tribunal de Estrasburgo acusó a Garzón de no haber querido investigar las documentadas denuncias de torturas que le habían sido presentadas.

Y con una acusación como ésta debería ser suficiente.

Es tan sólo una falta, ¿hay que excusarla ahora? Pues, no.

Hay que decir que no es la única falta, pero que, incluso si así lo fuera, ya sería suficiente. Hablamos de torturas no de un error procesal cualquiera, no de una falta de documentación...

Y hay que decir con la voz bien alta y clara que no se puede defender la democracia violando los derechos democráticos.

Si hay que quieren olvidar este principio básico, pues que le defiendan, en medio de la pelea partidista. Pero, a mí, me daría mucha vergí¼enza olvidarlo, (dejarlo de lado, mirar para otro lado), y por eso, por dignidad democrática, no pienso ni mover un dedo en defensa de Garzón.

Allá ellos.