LA BARCA DE CARONTE Y EL HIJO DEL MAR
A veces la muerte es tan diminuta a los ojos ciegos
de los corazones fríos, que se hace amante del olvido.
Hijito mío de piel chocolate y ojos luna nueva, entre mis brazos te pareces al jilguerito que cayó de su nido debilitado por el calor. Duerme, hijito mío, en la cuna del mar.
Te observo como sueñas, te cubro de harapos para que el sol no te haga daño, levanto mi cabeza, miro la infinidad, suspiro profundamente, cierro los ojos; el camino es largo pero abierto está el horizonte, el mar es inmenso como esta esperanza que me cubre el pecho, como esta ilusión de verte crecer en un mundo nuevo, sano y fuerte. A los abuelos les mandaremos fotos y les escribiremos cartas cuando sepamos hacerlo, le describiremos los colores del paraíso, todo lo que ellos nunca tuvieron o se perdieron. Sonreirán y llorarán al verte tan hermoso; recorrerán nuestro poblado mostrándolas con orgullo a los se quedaron en su tristeza. Duerme, hijito mío, en la cuna del mar.
Desconozco el rumbo de esta barca sosegada que te mece sobre el eco peinado de sus aguas ardientes, en ella llevo todo, llevo nada, a ese feo anciano vestido con andrajos y barba gris al que entregué todos mis óbolos y él nos regaló el anhelo de llevarnos a la otra orilla, donde el agua es transparente y blanco el pan. Duerme, hijito mío, en la cuna del mar.
Tú naciste en la noche, fuiste parido con dolor para ser hombre, te sacaré de la desdicha para que seas mas bello que humillado. Vamos huyendo, desesperados por escapar de la pobreza y no son tiburones los que empujan la barca, son las sirenas que ya nos conducen, que ahora descubrieron cuál era nuestra trayectoria. Duerme, mi hijito, en la cuna del mar.
Mi hijito no está muerto, sólo duerme en la cuna del mar, no lo arranques de mis brazos, es tan pequeño que puede llorar. Pero qué haces Caronte, no lo dejes tendido en tan abundante piélago, es tan pequeño que se puede ahogar. No entiendo qué le pasa, qué haces con él, por qué lo dejaste en el mar, si los niños muertos van al cielo.
Me he pensado bastante si debía romper la trágica melodía que has escrito, casi una nana a la esperanza y a su vez a la tragedia, pero la crudeza del tema creo que lo merece. Te copio la columna del periódico de mañana.
UN BESO
QUINCE
Dicen que fueron quince, pero mienten. Dijeron quince porque la mitad eran niños y la noticia se vendía bien. Pero son miles. Miles de seres humanos muertos alimentando a los peces que luego se comen quienes pueden pagarlo. Las playas del sur se han convertido en un averno para los sin nada, pero a ellos, a los que nada tienen, les da igual, el tártaro de donde proceden es aún peor. Los yates que navegan mientras sus dueños toman el vermouth en pelotas y el sol dora sus cuerpos remendados por lujosas clínicas, cortan con su quilla los cuerpos a la deriva y ni se inmutan, si acaso hacen alguna competición para distender el ambiente: ¡Mira, allí hay otro, a ver si puedes partirlo! ¡No ves cómo ladra el perro! Esto, que es una metáfora, se aleja poco de la realidad. A los países ricos les importa un bledo el hambre de los otros; mientras ellos puedan seguir esquilmando la materia prima a precios de saldo, pues... ¡ahhh!, haber nacido en otro país y a ser posible en una familia con dinero. ¡Qué vergí¼enza lo del G8! ¡Qué pantomima lo de Naciones Unidas! ¡Qué perra vida la vida de los sin derechos!