EL RIESGO DE VETAR UN SUEÑO (I)
Estancado delante de la puerta, aún sin recobrar el aliento, sus manos se revolvieron temblorosas entre los bolsillos de la camisa y del pantalón. Pero sus trémulos dedos, sólo lograron unos clinex con restos llorosos de hiel y unas migajas de cigarrillos despedazados. De arriba hacía abajo, buscó entre los tejidos que arropaban su plañidero cuerpo, una y otra vez, sin lograr lo que buscaba, en su incesante delirio por entrar y absorber los últimos resquicios de vida de aquella persona que, sin más, se silenció como un suspiro y en cuyo recuerdo se habría alojado toda la vida, cristalizándolo en un halo de turbación -sí András hubiera sobrevivido-.
Entretanto, su pensamiento acarició la sublime belleza de Lola, esa infinita dulzura, ese rostro de luna llena, tras aquel velo de desconsuelo que difuminaba sus facciones. No logró recordar el lugar dónde dejó las llaves, sólo le afloraban las imágenes de Lola, lánguida sobre sus brazos transidos y sus torpes pies bajando, precipitadamente, los peldaños abismales de la escalera, en su intento por salvarla. -Ese acto de proteger sus bienes materiales, en esos momentos, fue tan secundario que se evaporó de su conciencia y no prestó intención de coger las llaves ni de cerrar la puerta-.
Se tambalearon sus malheridas fuerzas, ahora sin llaves y sin ella, su Lola. Delante del portón, a un escalón, estaba de abrazar sus recuerdos, de oler su perfume, de recoger su aura. Pensó que quizás era demasiado pronto y de su prepotencia afloró una terrible cobardía, le pareció insoportable enfrentarse a esa ausencia muda, casi maldita y, un haz de sensatez le aconsejó volver en otro momento, cuando hubiera drenado esas heridas que dejan los seres amados u odiados -o ambas cosas a la vez-, cuando ya escapan de la correa que abarca nuestros sentidos. Lastimoso final, justo entonces, cuando su Lola se había convertido en la diana perfecta de sus despechos, como dueño dictador de esa barca sin remos, a la deriva, oculta en un mar de insondables profundidades, en aquel recóndito agujero que habitó hasta la desesperanza y en dónde jamás recibió una sola visita de András. Una demente, víctima de violencia psicológica, de vejaciones, de humillaciones, de un trato degradante, de chantajes emocionales, de una total manipulación mental, bajo sus riendas, la de un insospechado y aparente, perfecto compañero, con el que se fue a vivir, siendo una joven de ejes enclenques y carnes prietas.
¿Ande andará András?..
-Mucho me temo que liao con la Diosdado. Dadas las omnipotentes circunstancias.
...Y que a Marta le va la marcha.:-)