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Víctor Botas. Pertinencia de una voz

No lo conocí personalmente. Me lo imagino grandote, sonriendo, no sé si abiertamente a la cámara, como en la película Víctor Botas. Con el lenguaje de la melancolía, de José Havel, o si incluso burlándose de nosotros, como el Abelardín de su relato "Harina de otro costal". A veces, en cambio, me imagino a un señor nervioso, tímido y algo pesado, fumando puros Romeo, cuando no directamente en pipa, preguntándose y preguntándonos por qué sus libros, especialmente sus poemarios, no tienen más éxito. ¿Cómo es posible que alguien se le resista? Quizás porque nunca estuvimos con él en Roma.

Es fácil encontrar las fuentes de las que bebe Víctor Botas. Él mismo las ha señalado en algunas ocasiones, desde muy temprano, incluso antes de admitir haber encontrado su voz más personal. Esta es la condición fundamental para entrar a formar parte de la historia de la poesía: tener una voz propia y personal. Un poeta que repite lo que lee con más o menos capacidad mimética nunca llegará a formar parte de ella. ¿Cómo es la voz poética de Víctor Botas? Desde casi su principio tenemos una suerte de poética, que cambia poco en los libros posteriores. En Las Voces y los Ecos (Júcar, 1980), la antología que publica García Martín, escribe: "trato los temas eternos (amor, muerte, paso del tiempo), utilizando metros y composiciones ya clásicos en nuestra lengua, pero despojados "”mediante pequeñas alteraciones del tradicional acento del endecasílabo, la utilización del lenguaje coloquial y otros trucos"” de ese sonsonete garcilasiano, de esa sensación de haberlos leído antes." Entonces sólo había publicado un libro, Las cosas que me acechan (1979, Jugar con fuego).

Y sí, logra apartarse de ese sonsonete garcilasiano, pero no de su gran influencia reconocida: Borges. En su segundo libro, Prosopón, sí lo consigue por medio de ese aún no demasiado común, lenguaje coloquial, pensemos que son los años de los novissimos. Para llegar a su voz más reconocible tienen que pasar dos cosas: la traducción o, mejor, "versión" de poemas de otras lenguas, y el sentido de la literatura como juego, que se da en los Cuadernos Oliver.

Escribía en cierta ocasión José Luis Piquero que su poema favorito era "Poema en línea recta", de Álvaro de Campos, y especificaba "en la versión de Víctor Botas". En ese poema el yo poético se aleja de la imagen más convencional suya y se presenta como un ser ridículo (ordinario, inmundo, vil, parásito, marranísimo, perezoso, grotesco, mezquino, sumiso y arrogante). Botas llega en su versión más allá, que en cualquier otra versión de este poema en nuestra lengua, pero diría, incluso, que llega más allá que el propio Pessoa. No sé si Piquero pretendió sólo señalar su entonces poema favorito o si también quiso señalar al autor. Pienso que, hasta Historia antigua (Pamiela, 1987), Botas es más él cuando versiona poemas de otros, que cuando escribe los suyos.

Cuando leo su primera novela, Mis turbaciones (1983, Laertes), reconozco a ese personaje pessoano, especialmente en los lances amorosos. Cuenta cuatro momentos de su vida, que podrían ser cuatro relatos diferentes y se corresponden con otros tantos episodios amorosos francamente ridículos, zafios y con "algo de viles". El personaje es una especie de Arturo Fernández resabiado y pagado de sí mismo que cuenta sus memorias y cuando no está alardeando de su erudición, francamente fuera de lugar, nos presenta a unas mujeres a cual más triste, que lo que tendrían que hacer es salir corriendo de allí. Sin embargo, en uno de sus mejores poemas, "Roma", del libro Retórica, utiliza la anécdota del tercero de los episodios y lo hace de manera brillante. ¿Por qué esa dicotomía en Víctor Botas?

Su título más celebrado, Historia antigua, hace referencia al período histórico, a que es una historia que se repite, a que es lo mismo de siempre, a la mitología, a la tradición, a las influencias, en definitiva, de la "nueva voz" del autor. ¿Qué ingredientes la forman? Los temas y los metros son los mismos que ya citó en 1980. Pero desde las versiones de Segunda mano, la sátira toma más y más fuerza en su obra. Un ejemplo podría ser "Asturcón", el último poema del libro, que el poeta considera el motivo por el que no se le concedió el Premio Nacional de la Crítica. El poeta ya no tiene miedo de decir lo que desea: es vil cuando desea serlo y ridículo cuando lo siente sin temor a expresarlo. Usará el registro más coloquial, aquí sí, siempre dentro de los límites de lo poético. Y siempre estará el último ingrediente de esta nueva voz: la ironía. No es cierto que sea absolutamente nuevo: nada lo es. Pero ahora hemos llegado a un punto que ni los que más lo conocieron en vida sabrían decir qué hay de cierto en su obra y qué no. Estos poemas no dan la sensación de haber sido leídos antes.

Para perdurar veinticinco años, y más, después de haber fallecido el autor, además de una voz poética personal que añada algo a la historia de la literatura, es necesario tener algo de suerte en el mundo editorial. Víctor Botas fue un ejemplo en vida de todo lo contrario. Aún no he podido leer Rosa, rosae, su novela más valorada. Se editó en su momento, pero la editorial quebró inmediatamente y es una quimera encontrar un ejemplar. No ha vuelto a editarse. Se habla de un Diario personal. Su poesía ha sido bien editada, pero casi toda ella en sellos de poca distribución. Pero estamos ante una buena noticia: está próxima a salir Poesía Completa, editada por José Luis García Martín en La isla de Siltolá. Sin duda, será la edición definitiva.

(Este texto se publicó en el número 40 de El Cuaderno, formando parte del especial que conmemora los veinticinco años de la edición de su libro de poemas Historia antigua. Además, ya se ha publicado hace unos meses Poesía Completa de Víctor Botas, en La isla de Siltolá.)


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