Un momento de descanso, de Antonio Orejudo
NADA ES LO QUE PARECE
Un momento de descanso
Antonio Orejudo
Tusquets
ISBN 978-84-8383-297-4
241 págs
Barcelona, 2011
Como las fotos de Chema Madoz, que uno ve a cierta distancia y le parecen hermosos objetos, fotos en blanco y negro de hermosos objetos, pero que cuando se va acercando, ve que no son lo que parecen: a cierta distancia, casi siempre es algo absolutamente diferente. Y si vuelves a mirar desde la posición inicial, ¿qué pasa entonces? ¿son lo que parecen o lo que sabes que son? Y cuando luego miras algo nuevo, ¿tienes que sospechar de lo que crees que ves? Esa sensación me han dejado las historias de este libro. Ya entraré en el debate de si son varias historias o una sola, que no es lo que más me importa. Sí, en cambio, que quien decida dejar de leer esta reseña en este primer párrafo, sepa que lo que va a encontrar en Un momento de descanso es un torrente de historias que no van a cesar hasta que no cierre la última página del libro. Esto debería ser lo habitual, pero está lejos de serlo. La mayoría de los libros no empiezan hasta, pongamos, la página 40 y acaban también, pongamos cuarenta páginas antes de la última, por darle algo de simetría estructural al asunto.
Antonio Orejudo presume de que se reinventa en cada novela. No le gusta lo que él mismo ha llamado, en alguna charla sobre creación, "estilo repetitivo" de algunos autores, o simplemente "estilo". Yo lo he seguido, con cierta fidelidad, desde su primera novela, Fabulosas narraciones por historias (1997) que si bien es verdad que se publicó en una editorial alternativa y más que independiente, Lengua de Trapo, de cuando Pote Huerta, también es cierto que sí tuvo cierta repercusión crítica. Decía que le había seguido desde su primera novela y puedo decir que entre ellas, no hay prácticamente nada en común, o sea, que misión cumplida. De hecho, si bien me gustó mucho la primera, no me gustó tanto la segunda, Ventajas de viajar en tren, que me pareció tres cuentos más o menos ensamblados, y sí volvió a gustarme Reconstrucción. La que más me ha gustado, con diferencia, ha sido esta, Un momento de descanso.
Antonio Orejudo trata de quitarle trascendencia al oficio de escribir. Alguna vez ha contado que un escritor es un señor que solo, en su casa y en pijama, se pone delante del ordenador y escribe lo que se le pasa por la cabeza. Lo que hace graciosa esta imagen es el pijama. La imagen del escritor solo, en casa, escribiendo (incluso en batín) no es tan significativa. Y si se ha vestido para escribir, entonces pierde toda la gracia. Pues esto son sus libros: escritores escribiendo solos, en sus casas (¡qué triste!) y en pijama (¡ahí empieza lo divertido!). Toda su obra, desde la primera novela, ha pretendido relativizar la importancia del escritor como algo más que persona que cree y vende historias. De hecho, el escritor que sale en Ventajas de viajar en tren es un señor que está encerrado en un psiquiátrico (mejor: manicomio). Y en esta última vuelve sobre el tema en la segunda parte: "Cómo me hice escritor". En definitiva, aquí le podría haber ocurrido algo parecido, podrían haberlo encerrado, pero reaccionó antes que nadie y decidió sacarle partido al don.
Siempre trata de quitarle trascendencia a su oficio, pero sabemos que no es así. Escribe columnas semanales en el diario Público, y escribir en Público en estos tiempos es un tema muy serio. Y constantemente asiste a charlas o conferencias sobre ese tema que dice que tanto le aburre: el Yo. Y para muchos, ese Yo es alguien importante. Lo quiera o no, le pese más o menos, está camino de convertirse en un referente de la izquierda. Ya digo: un tema muy serio.
Y esa idea bastante manida con la que he iniciado esta reseña de que nada es lo que parece, forma parte de esa vocación ideológica. La mayor parte de los medios nos cuentan la vida de una manera. La mayor parte de la gente se lo cree, haciéndose más o menos preguntas. Los textos de Orejudo, todos, inciden en este aspecto: lo que parece que es de una manera, bien podría ser de otra. De hecho, casi siempre hay otra lectura, casi siempre o siempre. No basta con estar informado: hay que saber y pensar. El personaje de esta novela no sabe en ningún momento qué ha pasado realmente. Sí, sabe que tiene una cierta facilidad para imaginar historias, pero le cuesta mucho más saber qué historia es la cierta. Pero es que lo mismo podríamos decir de su antagonista. ¿Miente? ¿Cuándo miente: al principio, en medio o al final? ¿Miente siempre? Y volvemos al tema: ¿y si no miente?
Pocas veces recuerdo haberme reído tanto con una novela. Y me quedo con la sensación de que el autor podría haber seguido dando vueltas sobre cualquier tema hasta donde hubiese querido. Hay algo de Valle-Inclán en este Antonio Orejudo, que además maneja el lenguaje como un maestro. La novela cuenta la historia de dos personajes: uno, el propio autor, con nombre y apellido, citando las novelas que ha escrito antes incluso, y otro Arturo Cifuentes, un compañero suyo de la facultad de Filología, de cuando "aún no se había convertido en una carrera de saldo, aún no era la licenciatura de los que no pudieron estudiar algo más serio por falta de capacidad o de nota media." Es curioso: en general yo también he tenido esa sensación. No tanto que ya no entren en carreras de Humanidades estudiantes que estén muy interesados en ellas, sino que fue en esas fechas, en esos segundos ochenta cuando todo empezó a cambiar. Estos dos personajes se encuentran en la feria del libro de Madrid, en una caseta en la que está firmando el escritor, después de diecisiete años y se cuentan la vida.
La primera parte es la historia de Cifuentes en Estados Unidos, una novela de campus con situaciones desternillantes y mucho de injusticia, como suele pasar. Que nadie se crea que va a salir indemne de esta novela. Sí, se van a reír, pero va a tener un precio. Todo es irremediablemente triste. Y también hay algo de Cifuentes en el autor. No es un personaje opuesto, en todo caso un complementario al narrador: un manazas bastante salido que no sabe hacer nada aparte de dar clases e investigar. (Ojo: el manazas bastante salido es el personaje Cifuentes). Me hace gracia el objeto de estudio de sus primeras investigaciones: Pemán. Las conversaciones con sus compañeros de departamento son impagables y el tema de lo políticamente correcto es un filón, claro. La segunda parte de la novela es la que más me ha gustado. Es cuando Antonio Orejudo se presenta como tal, como personaje de la novela. Ya cité su título: "Cómo me hice escritor". No todos se reirán con la novela. Intuyo que algún escritor madrileño con el ego algo subido, y con el sentido de la autocrítica algo bajo, se sentirá molesto si lee esta segunda parte. Pero es aquí donde las carcajadas sonaron más y más altas. Bueno, sólo diré que el personaje Antonio Orejudo cuenta que escribe a causa de los efectos secundarios de un experimento al que se sometió para cuadrar su sueldo, mientras daba clases en una universidad norteamericana.
Cuenta Orejudo, el autor -aunque también lo menciona el personaje-, que quiso hacer una novela de campus en la universidad española, que le llamaba muchísimo la atención que aún no se hubiera publicado ninguna. Y esto es lo que encontramos en la tercera parte. Nos lo podemos creer, más o menos, o no. La realidad supera a la ficción, o no. Nos reiremos de nosotros mismos, o no. Pero eso es lo que hay. Decía Bourdieu que nadie soporta tan mal las críticas como el intelectual. (Y no me pregunten ahora qué es eso). Después de las experiencias de los dos Cifuentes y Orejudo en Estados Unidos, ambos vuelven a España donde repasan la historia y el estado actual de la universidad española. Momentos delirantes y extraordinarios, como las deliberaciones de un tribunal de oposiciones y todos los ingredientes de una novela de misterio, la historia del hijo de Cifuentes, (un poquito de sexo no viene mal, ¡pero con amor, claro!). Y el dominio del lenguaje: esto sí que lo encontramos desde la primera novela. Antonio Orejudo no deja un cabo suelto. Tampoco nos lo va a dejar a nosotros. Si creemos que algo ya está cerrado, reaparece y nos crea la duda: ¿es así, o como nos habían dicho? ¿Y el mundo real, podemos leerlo con tanta claridad o es tan oscuro como parece? Definitivamente hay que leer Un momento de descanso.
Yo he leído hace poco "Ventajas de viajar en tren", y me ha encantado.
Un saludo, Rafa
Ernesto