Sólo el dolor
Igual antes, cuando el humo de los coches no era sino una simpática rareza que añadía su nota de color a las ciudades más cosmopolitas, o cuando nos contaron que acabó la guerra, de una vez por todas y para siempre, que una mujer pasara la vida entera esperando al único novio que tuvo, era algo incuestionablemente habitual.
El amor verdadero, dijo alguien, sólo llama a tu puerta una vez.
Pero los coches fueron corriendo más y más. Y el humo se empeñó, con lúcida insistencia, en asfixiar cada una de las ciudades: las más grandes y también las más pequeñas. Sus hermanas terminarían por casarse. Y aquel hombre, del que un día se enamoró, se iba a encargar de enseñarle, de una vez por todas, que nada es para siempre, sólo el dolor.