Moleskine
Una esquela perdida
entre las páginas de aquel periódico local
para derramar las lágrimas liberarse al fin
dejar escapar
las pocas lágrimas secas
casi ninguna lágrima
el viento no dejó casi ninguna
el viento
eso decían todos: había sido el viento
eso decía ella también y lo anotaba en su libreta negra: el viento
apenas dejó ninguna lágrima
de las que escondían aún
sus ojos verdes.
Cae la noche. Escucho los lamentos de tu colchón.
Crece la luna. Ya casi no la veo con tantas lágrimas.
Cada mañana muy temprano casi cada noche casi sin despertarme
aún se sentaba en el jardín yo la veía no siempre la veía
pero sí muchas veces la veía
y después volvía a la cama
se sentaba a desayunar y buscaba en aquel periódico local
un motivo para poner a enfriar
esas lágrimas verdes que quedaban
claro está: no le iba a preguntar nunca le pregunté
callaba
y pensaba el motivo inventé familiares
un tío un hermano inventé un abuelo inventé casi todo
amigos inventé un incendio
cada año una nueva vida
diez vidas
doce vidas.
El cielo brilla. En casa, cada noche, mis decepciones.
Como a la luna, las nubes me delatan. ¡Estoy tan solo!
Hacía años que guardaba esas botellas verdes
doce años casi trece
de Moí«t Chandon y cada día
buscaba releía si ella no estaba en casa
si estaba solo
no tenía que fingir
si me había cansado de jugar
si no había ningún ruido
si no llovía
era fácil todo el día para leer
evocar miradas páginas entrevistas
buscaba alguna lágrima en las páginas de esquelas
de aquel periódico
un motivo una excusa para ponerlas a enfriar
no
aún no entendía nada
pero algo sí iba aprendiendo de la vida.
No me era ajeno cierto sentimiento de culpa
mezclada almibarada el dolor y el olor
cuando abría
el cajón de la ropa interior
el cajón de los olores de mi infancia
y veía esas dos botellas esperando
mirándome
el momento oportuno para ser derramadas
había visto otras
en casa
en otras casas
no iguales parecidas
entonces no entendía de marcas pero sí de colores
verde
naranja
dorado
negro
y no dejaba de sentir la culpa
asociando las mañanas y las tardes.
Una tormenta. Tendré que ir a buscarte para salvarme.
No escucho el río. Tendría que asomarme, pero... ¿y el miedo?
Aquel día
una esquela perdida entre las ruinas entre las páginas
algo pasó de aquel periódico local
algo diferente pasó le llevó a poner a enfriar
las dos botellas de Moí«t Chandon
a derramar todas sus lágrimas
verdes secas muchas más de las que nunca había creído
todas las lágrimas
no había más en el mundo
ni viento ya no quedaba viento
sólo lágrimas
en una ceremonia que no por tantas veces presentida
fue menos emocionante
volví a la cama
se echó agua en la cara se lavó vino a mi cuarto
me abrazó me dijo: ¡hijo mío!
Ya no es posible mirar el mar salvaje con inocencia.
Todavía vivo el olor del abrazo
del ¡hijo mío!
me mojó la cara pensé: es el agua
pero no sé no sé
viviré cada día ese momento
viviré cómo resonaron las palabras.
Ya podía vivir sentir la paz podía descansar
por las noches
clausurar ese diario mudarnos de casa
eso pensó
nunca más el cajón nunca más el frío cada mañana
ni el olor presentido del café
nunca más el negro ni el verde ni el naranja
nunca más los colores asociados oscuros y dorados
ni el temor cada mañana a quedarme dormido imaginando
el olor de su piel
su perfume cuando me despertaba
abriendo las cortinas
el sol cómo sabía el sol a través del cristal de la ventana
pero pasó por la papelería de la esquina
se quedó mirando una libreta Moleskine roja
iría más acorde con la nueva situación.
En el jardín crecen las amapolas. ¿Comerás una?
El negro para la venganza.
El rojo para el vacío de la vida.
entre las páginas de aquel periódico local
para derramar las lágrimas liberarse al fin
dejar escapar
las pocas lágrimas secas
casi ninguna lágrima
el viento no dejó casi ninguna
el viento
eso decían todos: había sido el viento
eso decía ella también y lo anotaba en su libreta negra: el viento
apenas dejó ninguna lágrima
de las que escondían aún
sus ojos verdes.
Cae la noche. Escucho los lamentos de tu colchón.
Crece la luna. Ya casi no la veo con tantas lágrimas.
Cada mañana muy temprano casi cada noche casi sin despertarme
aún se sentaba en el jardín yo la veía no siempre la veía
pero sí muchas veces la veía
y después volvía a la cama
se sentaba a desayunar y buscaba en aquel periódico local
un motivo para poner a enfriar
esas lágrimas verdes que quedaban
claro está: no le iba a preguntar nunca le pregunté
callaba
y pensaba el motivo inventé familiares
un tío un hermano inventé un abuelo inventé casi todo
amigos inventé un incendio
cada año una nueva vida
diez vidas
doce vidas.
El cielo brilla. En casa, cada noche, mis decepciones.
Como a la luna, las nubes me delatan. ¡Estoy tan solo!
Hacía años que guardaba esas botellas verdes
doce años casi trece
de Moí«t Chandon y cada día
buscaba releía si ella no estaba en casa
si estaba solo
no tenía que fingir
si me había cansado de jugar
si no había ningún ruido
si no llovía
era fácil todo el día para leer
evocar miradas páginas entrevistas
buscaba alguna lágrima en las páginas de esquelas
de aquel periódico
un motivo una excusa para ponerlas a enfriar
no
aún no entendía nada
pero algo sí iba aprendiendo de la vida.
No me era ajeno cierto sentimiento de culpa
mezclada almibarada el dolor y el olor
cuando abría
el cajón de la ropa interior
el cajón de los olores de mi infancia
y veía esas dos botellas esperando
mirándome
el momento oportuno para ser derramadas
había visto otras
en casa
en otras casas
no iguales parecidas
entonces no entendía de marcas pero sí de colores
verde
naranja
dorado
negro
y no dejaba de sentir la culpa
asociando las mañanas y las tardes.
Una tormenta. Tendré que ir a buscarte para salvarme.
No escucho el río. Tendría que asomarme, pero... ¿y el miedo?
Aquel día
una esquela perdida entre las ruinas entre las páginas
algo pasó de aquel periódico local
algo diferente pasó le llevó a poner a enfriar
las dos botellas de Moí«t Chandon
a derramar todas sus lágrimas
verdes secas muchas más de las que nunca había creído
todas las lágrimas
no había más en el mundo
ni viento ya no quedaba viento
sólo lágrimas
en una ceremonia que no por tantas veces presentida
fue menos emocionante
volví a la cama
se echó agua en la cara se lavó vino a mi cuarto
me abrazó me dijo: ¡hijo mío!
Ya no es posible mirar el mar salvaje con inocencia.
Todavía vivo el olor del abrazo
del ¡hijo mío!
me mojó la cara pensé: es el agua
pero no sé no sé
viviré cada día ese momento
viviré cómo resonaron las palabras.
Ya podía vivir sentir la paz podía descansar
por las noches
clausurar ese diario mudarnos de casa
eso pensó
nunca más el cajón nunca más el frío cada mañana
ni el olor presentido del café
nunca más el negro ni el verde ni el naranja
nunca más los colores asociados oscuros y dorados
ni el temor cada mañana a quedarme dormido imaginando
el olor de su piel
su perfume cuando me despertaba
abriendo las cortinas
el sol cómo sabía el sol a través del cristal de la ventana
pero pasó por la papelería de la esquina
se quedó mirando una libreta Moleskine roja
iría más acorde con la nueva situación.
En el jardín crecen las amapolas. ¿Comerás una?
El negro para la venganza.
El rojo para el vacío de la vida.