Martes y 13
Ya sé que quieres que hablemos de la maldad, que empecemos a proyectar lo buenos y dignos que somos sin que parezca tampoco algo demasiado evidente. Pero lo siento, no soy bueno, ni pretendo parecérselo a nadie. Ni a ti, ni siquiera a mí. Ya dejé de engañarme. Y la dignidad no me parece algo que se valore demasiado. No creo en la bondad de las personas. Detesto a los que van de buenos. Nunca volveré a leer la Biblia. Me arrancaría los ojos antes de hacerlo, porque sé que es mentira. Todo es mentira.
Sí, también esos relatos de los que tanto hablamos y escribimos son mentira, pero nadie trata de engañarnos con ellos. Y quien sí trata de hacerlo, es tan torpe que no engañaría más que al noventa y nueve por ciento de los hombres. Yo soy el otro uno por ciento. A mí no me engañarán. Y si acaso, sólo lo hará quien yo desee que lo haga y será a cambio de placer, de todo el placer. ¿Sabes tú qué es el placer?
Estas notas son el constante aplazamiento de algo importante.
Jo, Rafa, pues mira tú que a mí -a veces ateo, a veces agnóstico, es lo que tienen las personalidades disociadas- me encanta leer la Biblia. En especial el Antiguo Testamento. Y me encanta por la maldad, la crueldad que destila. Con esos castigos divinos propios del lado más oscuro de Torquemada, sus plagas, sus incestos, sus crímenes. Tal vez la mejor novela de terror jamás escrita. Sí, un placer -que no el placer- leerla.
Abrazos.