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Mario León. El estupor.

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El estupor, el signo de los tiempos, se revuelve en una reflexión compleja sobre la condición del lenguaje. Cada artista busca las respuestas en su propio lenguaje. Desde su estudio en Aracena, Mario León vive sumido en el perpetuo asombro ante todo lo que le rodea, lo le lleva siempre al inconformismo en su pintura. Su condición de hombre libre, de artista libre, le ha llevado a moverse de un lado a otro. Los años de aprendizaje en Nerva, donde se impregnó la mirada con las tonalidades de la mina: terrosas, ígneas. Colores rojos, naranjas y diferentes tonos ocres y marrones que evocan paisajes de su tierra natal. Le llegaron ecos de sucesos que ocurrían en otras partes del mundo y decidió ir a vivirlos de primera mano a París, donde vivió diez años rodeado de toda la belleza del mundo. Conoció la resaca de un tiempo en que algunos creían que podían cambiar el signo de la Historia. Son los mismos que hoy ocupan los puestos más altos de ese poder contra el que lucharon o creyeron que luchaban. Allí empezó a distinguir entre el arte del siglo XIX, el que entonces le daba de comer, y el del siglo XX, el de sus cuadros que más nos interesan. Son cuadros alejados del objetivo de la cámara fotográfica, que tiende a transmitir el mundo. Él prefiere expresar el extrañamiento que le produce el mundo. De ahí surge su obra y de ahí, también, nuestro propio asombro al contemplarla. En París o se es libre o no se es nada. Él escogió la libertad.

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Entramos en su estudio en Aracena. El estudio es el lugar de los sueños del pintor. Diferentes huecos de luz, focos y halógenos que van a dar a distintos caballetes. Música: Leo Ferré, recuerdo de sus años parisinos, y flamenco, mucho flamenco vivo en la sierra.

En su caballete hay un cuadro diferente:

Estoy aprendiendo a usar tonos más fríos. Me gustan los azules, pero me resulta muy difícil.

Su estudio es el paisaje de sus obsesiones: caballitos de madera, paisajes y siempre la mujer. Me quedo mirando la serie de violonchelistas, dípticos y trípticos en los que la mujer interpreta el instrumento asumiendo diversas posturas. Sus mujeres rebosan una sensualidad que surge de los diferentes tonos de la paleta. Y siempre el movimiento: la música. Suena Leo Ferré, recuerdo de los años parisinos.

El temblor. El motivo de sus últimos cuadros:

No entiendo los desfiles de modelos. Tanta supuesta belleza malgastada. ¿Por qué se mueven así? ¿Por qué no son más naturales?

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Cada vez que el artista se enfrenta al lienzo vacío son miles las preguntas que se hace. Lo que ha visto. Lo que ha sentido. Lo que desea plasmar. A veces no sabe cómo hacerlo. El artista busca las respuestas en su propio mundo: en sus cuadros siempre estará aquel niño que se crió en la Nerva minera.