Los papeles de la memoria
A José María Hernández
Sólo soy un viajero. Y tengo una misión:
escuchar voces nuevas,
probar gustos prohibidos,
tocar lo que hace daño.
(Vicente Molina Foix)
Hoy sólo me queda el recuerdo
de aquellos días luminosos.
Atravesábamos Marruecos,
desde Tánger a las montañas rojas
que entran en el desierto,
al sur de Marrakech. Allí pasamos
los días perturbados
por colores que olían
a sabores extraños que sonaban
como los cuentos que escuchábamos de niños,
y allí también escribí las palabras
que iban a acompañarme
al cruzar los caminos
y vivir en ciudades
que tampoco llegaron a ser mías.
Así ocurrió en Lisboa
o en París, donde me oculté
una temporada en un piso realquilado
a un joven novelista catalán
que quería ser ventrílocuo,
buscando liberarme de este mundo
que ya entonces me parecía hostil;
o en Santiago de Compostela,
alimentando el fuego de la hoguera
con libros que no aplacaban el frío,
yo era un ingenuo
y Ariadna,
un ángel a mi alcance;
o en Venecia, admirando con mis padres
canales y palacios
que ya nunca me iban a abandonar;
y en aquella otra Venecia, Ámsterdam,
donde sí fui feliz, sin pretenderlo,
sentado en cualquiera de sus cafés,
fumando sin parar y emborronando
las páginas enteras de un diario
que alguien me arrebató
sin saber el peligro que corría,
gracias por liberarme
de seguir escribiendo aquellas notas
que tanto me engañaban
y espero que hayas dado más sentido
a esas páginas blancas que quedaban;
o en la isla de La Palma
donde comprendí para siempre
que nunca volvería a enamorarme;
o en Las Palmas de Gran Canaria,
el sueño compartido de mi infancia,
cuando aún parecía
que todo iba a ir bien.
Hoy sólo me queda el recuerdo
de aquellos días luminosos.
¡Pues sí que te quedan cosas, Rafa! Y además maravillosas.
UN ABRAZO