Los acontecimientos
Se parecía tanto a Donald Sutherland
que alguna vez
llegué a pensar que era él.
Le pregunté quién era y contestó:
"Sólo robo palabras al silencio."
Él siempre estaba solo.
A mí nadie me echaba de menos.
Me contaba que siempre quiso
una gabardina azul como la mía.
Aquel invierno fue lluvioso.
Yo reía y anotaba sus frases
al llegar a mi casa.
No creo que a él lo esperase nadie.
Una de aquellas tardes
le mostré unos poemas
que entonces yo creía que eran míos.
Los leyó con más atención
de la que nunca me habían mostrado.
Los leyó como lo hacía mi madre, preocupada
por la deriva que ya iban tomando
los acontecimientos;
como cuando mi padre
me enseñó a descifrar las partituras.
Pero yo prefería hablar.
Me arrepentí de habérselos dejado.
Cuando acabó me dijo:
"Las cosas no son como son,
ni como te parecen.
Las cosas son como tú las escribes."
Cuando llegué a mi casa repetí
lo que había dicho y lo creí.
No es verdad. Las cosas no siempre fueron
como las escribía.
No siempre estaba solo.
Una vez lo vi con una chica
oriental, más joven que yo,
que entonces lo era y mucho.
Aún no me habían partido la boca,
ni tenía tanto miedo a las parejas.
Creo que no temía a nadie.
El mundo era perfecto.
Ella me contaba que en Japón hacía fotos
y que vino a España con una beca.
Había trabajado con Araki.
Ese día fue el único
que la vi sin su cámara.
Es curioso, ahora que lo pienso
nunca supe de dónde venía él.
Fui un estúpido.
Le regalé la gabardina azul
que tanto le gustaba.
Ya nada nos unía
y ni siquiera pude
apagar la tristeza de sus ojos.
Las tardes más lluviosas la echo de menos.
¡Cómo me gustaba aquella gabardina azul!