Grandes frases. Grandes mentiras.
Me gustan las personas que, teniendo algo que decir, se sitúan al margen de lo correcto. Esta frase es un pleonasmo. No hay nada interesante en los límites del pensamiento correcto y único. Así que podría haber escrito: Me gustan las personas que tienen algo que decir. Pero expresado así, sería una obviedad, una estupidez incluso.
Las grandes frases que, a menudo, citamos son o juegos de palabras ingeniosos, o alimento para espíritus que hay que domesticar.
Ahora parece que está asumido que el movimiento antisistema es indigno, violento y culpable. Uso estos tres adjetivos tras haber tachado otros cien. Y los uso porque no se me ocurre otro movimiento de finales del siglo XX o principios del siglo actual más digno, menos violento y más inocente.
Nada vale más que una vida. Esa es la gran mentira de nuestro tiempo. Nadie lo cree. En todo caso, algunos pensamos que nunca, bajo ningún concepto, seríamos capaces de quitar una vida a nadie. Pero cualquier minucia que ocurre a nuestro alrededor, a algunos de nuestros seres más queridos, nos conmociona más que una vida que se pierde a miles de kilómetros de distancia.
Si unas ideas cuestan la vida a alguien, las ideas pierden su valor. Otra gran mentira. Todo cuesta vidas, la recuperación económica de una pequeña parte del mundo cuesta miles de vidas, y no parece importarnos demasiado. Restaurar o instaurar el sistema que consideramos menos malo de los posibles, también cuesta vidas. Y todo se salda con un acto testimonial y un juicio que, probablemente, también cueste vidas.
O estás conmigo, o contra mí. O estás de nuestra parte, o eres nuestro enemigo. Esa es la gran falacia que la mayoría tiene asumida y sobre la que descansan los pilares del sistema. Y es que yo habito al margen. Yo soy antisistema, ¿y qué?
Ya te vale. No podemos evitar que se pierdan vidas, incluso que se mate a gente en nuestro nombre. Tampoco podemos lamentarnos por todas las muertes que se producen y no podemos evitar, ni dejar de preocuparnos por nuestros propios problemas. Lo que sí podemos es dejar de apoyar a quienes consideran que una muerte es un precio necesario, los que creen que el fin justifica los medios.
Sí, una idea que se impone a costa de una vida pierde todo su valor, salvo cuando se trata de legítima defensa. Pero del concepto de legítima defensa se abusa hasta lo intolerable.
De ideas como las tuyas (ya sé que tú hablas en un plano teórico) se han nutrido todas las grandes máquinas de matar de nuestra historia. Al principio era un muerto para el bien de muchos. Una vez abolida la restricción moral, eran miles de muertos. Y al final más muertos que vivos beneficiados. Cuidado con lo que se defiende.
Y yo también soy anti-sistema pero no negocio con la vida de nadie. Anda, ofrece que si tiene que haber un muerto por la justicia ese muerto seas tú.
Un abrazo.