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Escribir



Poco a poco van cambiando los síntomas. Todo se va aclarando. Anteayer estaba en una mesa de quirófano, mirando al personal y pensando que tenía que dormirme antes de que empezaran, y hoy estoy en casa.

Parecía que iban a empezar y yo todavía estaba despierto. Esa sensación de llegar siempre tarde. Me veía ayudando, sosteniendo las pinzas o alguna gasa. La yugular. La clave iba a ser la yugular. Me veía sosteniéndome la yugular. Al fin me iba a enterar de donde estaba. Y desde ahí, en un viaje alucinante a través de mi cuerpo, más o menos humano, hasta el hígado.

Ahora fluyen las notas, fluyen los sonidos y silencios. Hubo un momento, como siempre pasa, en que me quedé dormido y desperté en otro sitio. Y había alguien que me hablaba. Parecía que llevaba un buen rato hablando. Es la vida. Despertar en otro sitio es la vida. Despertar y volver a oír el silencio de una voz que no se entiende.

Despertar y permanecer en la duermevela.

Poco a poco van cambiando los síntomas. Ahora parece que algunas cosas comienzan a ir bien.

Despertar y empezar a sentir que todo va a ir bien.

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Llegué a casa, estuve un rato con mis padres, me senté frente al ordenador y me puse a escribir. Mis dedos bailaban sobre el teclado. Parecía como si hubiese estado bebiendo y hubiera perdido el juicio, pero sólo venía del hospital. Lo de perder el juicio sí es posible que me ocurra siempre, mientras escribo. De hecho, si pudiera hacerlo, la mayoría de las veces borraría todo lo escrito y, probablemente, el mundo me lo agradecería. Incluso yo mismo me lo agradecería. Sobre todo yo, que también tengo esos momentos de dignidad. Pero he llegado a ese pacto conmigo mismo: no borrar nada. Si acaso, corregir, pero no borrar nada. Ese pacto es necesario, porque casi siempre escribo cosas de las que me avergí¼enzo luego.

Llegué a casa, después de pasar un par de días en el hospital. Llegué cansado y con ganas de ver a mis padres, pero me puse a escribir. Supongo que lo de cansado es por la anestesia que, milagrosamente, llegó a tiempo. Siempre me parece que los cirujanos van a empezar conmigo despierto. Supongo que nos pasa a todos. Lo de ver a mis padres es porque salí de casa, sin tenerlas todas conmigo y, además, sé que ellos querrían haber venido al hospital, aunque sólo hubieran pasado unas horas. Somos unos sentimentales. Parecía que me había acostado, todos pensaban que me había acostado, pero estaba escribiendo.

¿Cumpliré ese pacto?