El contador de historias
Aquel hombre llega solo a la plaza.
Se para a nuestro lado. Nos sonríe
como disculpándose. Es tímido.
Algunos se le acercan y se sientan,
porque ya lo conocen de otras veces.
Nosotros no sabíamos quién era.
El hombre poco a poco va creciendo.
Ofrece sus historias
como cuando tú, ayer noche,
me hablaste de la luna,
o como cuando yo te engaño con mis versos.
Comienzo a traducirte lo que dice
hasta que noto
que ya no es necesario.
Se acerca otra pareja de extranjeros.
Curiosos se preguntan
qué nueva maravilla les ofrece
la ciudad de los sueños.
Miran atentamente a ese hombre
y, por primera vez,
disfrutan del aliento verdadero
de la palabra oída.
Escuchan, fascinados, que algún día
sus vidas cambiarán.
(Hay una versión anterior de este poema en El descubrimiento del Bósforo)
Se para a nuestro lado. Nos sonríe
como disculpándose. Es tímido.
Algunos se le acercan y se sientan,
porque ya lo conocen de otras veces.
Nosotros no sabíamos quién era.
El hombre poco a poco va creciendo.
Ofrece sus historias
como cuando tú, ayer noche,
me hablaste de la luna,
o como cuando yo te engaño con mis versos.
Comienzo a traducirte lo que dice
hasta que noto
que ya no es necesario.
Se acerca otra pareja de extranjeros.
Curiosos se preguntan
qué nueva maravilla les ofrece
la ciudad de los sueños.
Miran atentamente a ese hombre
y, por primera vez,
disfrutan del aliento verdadero
de la palabra oída.
Escuchan, fascinados, que algún día
sus vidas cambiarán.
(Hay una versión anterior de este poema en El descubrimiento del Bósforo)