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Crepitar la madera



El tiempo parece que se ha vuelto loco en la Sierra. No recuerdo días tan buenos, tan primaverales en pleno invierno, en pleno mes de enero. El frío viene y va. La luna llena me parece, una vez más, más hermosa que nunca. El lilo que crece en mi jardín, junto a mi ventana, ya hace tiempo que perdió todas sus hojas. Hay algo muy hermoso en un árbol, o un arbusto, que ha perdido sus hojas pero sigue creciendo, digno, como una sombra proyectada de sí mismo, a veces a la luz del sol; a veces, también, a la luz de la luna. Mientras, admiro la dignidad de los versos que escribe en Japón, a caballo entre los siglos XVIII y XIX, Issa Kobayashi:

Mañana despejada.
Crepitar de madera
que arde alegremente.


Toda la verdad del mundo contenida en tres sencillos versos sublimes, originariamente en diecisiete sílabas, las que ocupan cada haiku.

Noche nevada.
Hay personas que caminan
calladas.


Los haikus del invierno. Hay quien prefiere esta estación a las demás. No yo, desde luego. Tampoco la prefería Ángel González, que en su "Inventario de lugares propicios al amor" escribía:

El invierno elimina muchos sitios:
quicios de puertas orientadas al norte,
orillas de los ríos,
bancos públicos.
(...)
Pero desengañémonos: las bajas
temperaturas y los vientos húmedos
lo dificultan todo.


Quizás este invierno le hubiera hecho cambiar de idea. Pero eso ya nunca lo sabremos.

"Un arte que no sirve para sanar no es arte." Me cuenta hoy Jodorowsky. ¿Qué es sanar? En el sentido en que lo dice el polifacético autor argentino no estamos demasiado de acuerdo. Le atribuimos el sentido más literal: el arte como medicina, como sanación de patologías concretas. ¿Qué pretende ser, si no eso, la psicomagia? Preferimos pensar que un arte que no sirve para mejorar el mundo no es arte. Lo que decía Vila - Matas en su último libro de relatos: "Las obras de arte dan contenido al vacío de nuestras vidas." Alguien que daba contenido, y que sigue dándolo sin duda, era Antonio Gasset Dubois, el director y presentador de uno de los pocos programas de televisión que se dejaban ver con interés, con mucho interés, "Días de cine". Recuerden su figura muy delgada que aparecía los jueves a cualquier hora, ya entrada la madrugada, dando paso a la publicidad con los comentarios más sagaces e inteligentes que se han oído en la pequeña pantalla en muchos años. Recuerdo cuando nos incitaba a ser buenos, para a continuación decirnos que si no lo lográbamos y éramos malos no teníamos que preocuparnos, porque en realidad no había tanta diferencia. Una de sus últimas recomendaciones fue que leyéramos las columnas de Enric González, el hijo del novelista Francisco González Ledesma, Silver Kane, en El País cada domingo. Yo desde entonces lo hago y se lo agradezco. A Antonio Gasset lo han jubilado anticipadamente. Ha cumplido los 61 años y al parecer eso es demasiado incluso en La 2, la de la selecta minoría. Algo parecido trataron de hacer con Punset, el director y presentador de "Redes", sin embargo ahí sí hubo una fuerte oposición en la red y en los medios que hicieron frenar el despropósito. Con Gasset no ha sido así. Es otra forma de irnos quedando un poco más solos. El invierno nos acerca a las bajas temperaturas y los vientos húmedos, nos trae también las maderas crepitando y algunas ausencias. Pienso ahora en Fernando Fernán - Gómez. La emoción tan angustiosa de ver su enterramiento y esa otra emoción de ver que era enterrado con la bandera anarquista. En una de sus últimas entrevistas dijo: "Mire usted, en realidad me estoy planteando muy seriamente seguir siendo anarquista, porque el anarquismo requiere fe en el ser humano y yo ya la estoy perdiendo." Es cierto: pocas ideologías necesitan creer tanto en el ser humano como el anarquismo y, hoy día, para seguir creyendo en el hombre hace falta ser y cada vez más un necio. Yo me pregunto, y creo que Fernando Fernán - Gómez también lo hacía, ¿cuándo empezó a ser así? Miro en mi entorno más próximo y tengo la sensación de que educamos a la baja, de que igualamos por debajo. Por eso cuando veo que un niño de nueve años me cuenta las viñetas de Mafalda emocionado y aportando su punto de vista más verdadero, más libre, me emociono yo también y vuelvo a creer en el ser humano, vuelve a sanarme el crepitar de la madera en pleno invierno.