Cantar bajito. (Uno)
Hoy me han preguntado qué suelo "publicar" en este blog y he respondido: "es un diario." Y me he quedado tan tranquilo. Hace algunos años escribía, para un periódico de la sierra de Huelva, artículos en los que hablaba de lo que había leído y de lo que pensaba que pasaba en el mundo "sí, de las dos cosas" y alguien que los seguía me dijo: "Leo cada quince días ese diario de lecturas que publicas." Me quedé un poco sorprendido. No por lo de los quince días, porque el periódico era quincenal, sino por lo del "diario". No lo había pensado así. Pero desde entonces quise llegar a hacer ese Diario de Lecturas. "Es que siempre estás leyendo y escribiendo." No, a mí lo que realmente me gusta, lo que siempre me ha encantado, es cantar bajito. Estaba en mi casa, en Aracena, donde no había nadie en los alrededores y yo cantaba bajito. Lo hago desde que soy pequeño y muy bien. A veces pongo caras y todo y el puño es mi micrófono.
¿Qué si alguna vez he pasado a cantar en voz alta? Sí, claro. Recuerdo una época de niño. Yo era, según me daba, desde Camilo Sesto a Elvis Presley. Hubo un tiempo en que pensé que era el rey del rock. Luego pensé que lo sería. Mi madre me compró en una tienda de indios, en Las Palmas, un chaleco gris con la cara de Elvis, ya de mayor. Pensé que era mi destino. Mi dominio del idioma me alcanzaba justito para las letras que, entonces, las recortaba del Lecturas o del Semana o de algún disco de vinilo, pero ya digo: andaba muy cortito. Se me entendía el título de la canción y poco más. La música tampoco ayudaba. En español hacía un esfuerzo. Todavía me cuesta la vida recordar ningún poema, ni de los míos, y sin embargo recuerdo letras de canciones que, mejor, no nombro porque me sonrojaría.
Hace relativamente poco recordaba con un amigo del colegio que íbamos a su casa y escuchábamos cintas (otro anacronismo) de los Beatles. Sí, es verdad, pero yo tardé algo más. Recuerdo que mi abuela me compró para un cumpleaños el elepé Let it be, pero eso fue estando ya en el instituto. Recuerdo un single de un grupo que se llamaba Cafe Cream, que hacían un remix con versiones de los Beatles. Recuerdo un elepé de un tal Laurent Voulzy que se llamaba Rockcollection. Pero el salto cualitativo no llegó hasta que Marta, la punky, llevo al instituto el Cuándo se come aquí. Aquello era otra cosa. Ahí sí podía cantar bajito todo lo fuerte que se me antojara. La voz de Coppini no mejoraba entonces demasiado lo que yo hacía. Y si se trata del otro cantante, que no recuerdo su nombre, ya ni te cuento. No sé cómo llegó a mis manos el Sinchronicity, igual lo compré, pero no me suena. Fue una vuelta a mis orígenes. Me encantaba hacer las versiones del "Tea in the Sahara": my sisters and I have a wish before we die. Ahí fue la primera vez que vi que I rimaba con die. Y también había ahí un nombre oculto, Chunga, y empezó el lado cultureta, no por Sting, claro, sino por Paul Bowles. La canción estaba basada en un cuento suyo o en El cielo protector, su gran novela, pero eso no lo sabría hasta algunos años después.
(Continuará)