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10 del 3



Escribo sobre lo que le ocurrió a Tanabe Shimeko y ocurre que mañana se cumple un año del tsunami y el desastre nuclear de Fukushima. Tras escribir que lo más triste que le puede a uno pasar es lo que le ocurrió a Tanabe Shimeko, hay que afrontar las miles de muertes de Fukushima, las miles de historias personales que acabaron en Fukushima. Tengo en una mano Ocho postales de Tokio, de Osamu Dazai, y en la otra Cartas desde el fin del mundo, de Toyofumi Ogura. Quien asuma la inevitabilidad de lo ocurrido hace un año tendrá que convenir en que lo de Hiroshima, ese fin del mundo que menciona Ogura, sí fue obra de los hombres. Sólo un botón o una palanca y decenas de miles de muertos, y al día siguiente, otra vez. ¿Qué es lo más triste?

Y, sin embargo, continúo mirando la foto de Tanabe Shimeko, una camarera de diecinueve años que murió quitándose la vida, adentrándose en el mar, junto a su amante Osamu Dazai. Esto sería terrible, así, sin más. Dos jóvenes amantes que se suicidan. Aunque la historia esté llena de casos así y la literatura también. Aunque lo habitual parece que pierda relevancia. Sólo si hay algo imprevisto, nos llama la atención. Y así ocurre. Lo que hace aquel suicidio aun más terrible es que Osamu Dazai no falleció: fue salvado de la muerte por unos pescadores. Es cierto que puede ocurrir, en ese momento, algo que lo tuerce todo. Él no escogió vivir. ¿Para qué? ¿Para recordar cada día de su vida una sonrisa?

No sé qué edad tenía entonces Dazai, pero sí sé que falleció, definitivamente, con apenas treinta y nueve años. Y ocurrió en otro suicidio junto a su amante de entonces. Durante un tiempo, se pensó que no fue así, que él fue asesinado por ella y luego ella se dio muerte. No pudo demostrarse nada, pero se quedó así.

A mí, toda esa historia me recordaba algo que había leído recientemente.
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Jose Luis Piquero
Jose Luis Piquero dice:
11/03/2012 01:45

Como no conozco su obra, me resistí en la anterior entrega a opinar. Pero creo que aquí no se trata de conocer o no su obra. Se trata más bien de un caso de abuso. Ese hombre, independientemente de su talento o de su obra, era evidentemente un ser dañino, un destructor. Hay gente que a la hora de morir necesita sobre todo matar, igual que tantos que matan a su pareja y luego se suicidan, cuando lo que deberían es haberlo hecho al revés. El príncipe Leopoldo era otro irresponsable peligroso. Algunos seres creen que todo termina en ellos y necesitan exterminar algo simbólicamente a la hora de morirse. Sospechosamente, en muchos casos ellos sobreviven. Sospechosamente, todos tienen una coartada estética y romántica.
Me parece muy bien tu visión romántica de este hombre pero a mí no me parece nada romántica sino terrorífica. Dirás que fue un acto voluntario por todas las partes. No lo sé. A mí me suena a manipulación, a sórdida manipulación de psicópata. ¿Cómo no se mato de inmediato? Tú dices que sobrevivió veinte años pero ya estaba muerto. Evidentemente, no lo bastante, pues arrastró a otra víctima con él. Hay gentes que son una lacra para todos cuantos se relacionan con ellos, que llevan dentro no el espíritu de la autodestruccióm sino el de la destrucción de los otros. Puedo imaginar el lavado de cerebro, la lenta erosión de una voluntad y la seducción de ese apetito de muerte ejerciendo su malvada tarea. Nunca mejor se le hubiera dicho: muere y deja vivir.
No es una historia triste: es una historia siniestra.

Rafael Suarez Placido
Rafael Suarez Placido dice:
11/03/2012 13:26

Hiciste bien en resistirte a participar tras la "primera entrega", y también has hecho bien en participar ahora, porque eso supone que es ahora cuando tenías que hacerlo. ¿Sabes? Hay varias cosas con las que estaría de acuerdo el propio Dazai, otras no, claro, pero cuando dices que hay personas que son dañinas y que necesitan afirmarse eliminando (anulando) a otras, él se uniría a ti sin cuestionarlo. Yo conozco gente que es así. A veces diría, incluso, que yo soy así. Lo que nunca aceptaría son las ideas que inicias con los adverbios "sospechosamente". Menos aún cuando hablas de mi visión "romántica". No hay ningún atisbo de romanticismo en mi visión: todo es terror. Como no lo hay en él: ahí sí que todo es terror. Ahí sí que se habla de un auténtico cainita que nunca puede evitar hacer daño a todos los demás y que también se lo hace a sí mismo. Alguien dijo antes que tú eso de "muere y deja vivir". ¿Quién fue? Osamu Dazai ni siquiera fue el primero que vivió así. Quizás Caín. Si te dijera en quién pienso cuando leo que algunos necesitan que los que estén a su alrededor estén un poco, al menos un poco, peor que ellos, para así poder sobrevivir, se te "caerían los palos del sombrajo", como decimos aquí. Su novela más conocida es "Indigno de ser humano" y sí, se refiere a sí mismo. ¿Manipulación? Todos manipulamos. No creo, de todas formas, que él lo hiciera voluntariamente. Y sí, es siniestro porque superlativiza la tristeza. De todas formas, cualquier historia en la que mueran tres personas, debía ser más triste que esa. Y si murieran diez, mucho más, diez veces más. A eso me refería en la entrada. ¿Por qué algunas historias nos toman y nos pellizcan el hígado y no nos sueltan?

Jose Luis Piquero
Jose Luis Piquero dice:
12/03/2012 01:29

Mira, conozco a alguien, y tú también, un gran artista, que sistemáticamente destruye, oscurece, manipula, estropea. Y luego, si se lo reprochas, acepta todo, su culpa, pide perdón. Ha hecho de eso casi su imagen de fábrica: Sí, sí, tienes razón, soy un cabrón, merezco lo peor... Y luego vuelta a empezar. Pero es un caso entrañable, comparado con Dazai, que llegaba tan lejos como se podía llegar. Ya conozco esa historia de la autoflagelación, de "yo soy indigno". Forma parte del comportamiento psicopático. ¿Que él no manipulaba voluntariamente? ¡Sapristi! Pues involuntariamente se llevó a dos por delante, y menos mal que finalmente acertó consigo mismo porque de no ser así sin duda se habría llevado a alguna más en un futuro.
Te lo repito: hay gente que lleva dentro el gen de la autodestrucción y los hay que llevan el de la destrucción, que no saben sufrir sin que otros sufran con él, que no saben morir sin que otros mueran con él. Nadie que tenga dignidad debería sobrevivir voluntariamente a una muerte que ha causado por amor a su causa.