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Escribo sobre lo que le ocurrió a Tanabe Shimeko y ocurre que mañana se cumple un año del tsunami y el desastre nuclear de Fukushima. Tras escribir que lo más triste que le puede a uno pasar es lo que le ocurrió a Tanabe Shimeko, hay que afrontar las miles de muertes de Fukushima, las miles de historias personales que acabaron en Fukushima. Tengo en una mano Ocho postales de Tokio, de Osamu Dazai, y en la otra Cartas desde el fin del mundo, de Toyofumi Ogura. Quien asuma la inevitabilidad de lo ocurrido hace un año tendrá que convenir en que lo de Hiroshima, ese fin del mundo que menciona Ogura, sí fue obra de los hombres. Sólo un botón o una palanca y decenas de miles de muertos, y al día siguiente, otra vez. ¿Qué es lo más triste?
Y, sin embargo, continúo mirando la foto de Tanabe Shimeko, una camarera de diecinueve años que murió quitándose la vida, adentrándose en el mar, junto a su amante Osamu Dazai. Esto sería terrible, así, sin más. Dos jóvenes amantes que se suicidan. Aunque la historia esté llena de casos así y la literatura también. Aunque lo habitual parece que pierda relevancia. Sólo si hay algo imprevisto, nos llama la atención. Y así ocurre. Lo que hace aquel suicidio aun más terrible es que Osamu Dazai no falleció: fue salvado de la muerte por unos pescadores. Es cierto que puede ocurrir, en ese momento, algo que lo tuerce todo. Él no escogió vivir. ¿Para qué? ¿Para recordar cada día de su vida una sonrisa?
No sé qué edad tenía entonces Dazai, pero sí sé que falleció, definitivamente, con apenas treinta y nueve años. Y ocurrió en otro suicidio junto a su amante de entonces. Durante un tiempo, se pensó que no fue así, que él fue asesinado por ella y luego ella se dio muerte. No pudo demostrarse nada, pero se quedó así.
A mí, toda esa historia me recordaba algo que había leído recientemente.
Como no conozco su obra, me resistí en la anterior entrega a opinar. Pero creo que aquí no se trata de conocer o no su obra. Se trata más bien de un caso de abuso. Ese hombre, independientemente de su talento o de su obra, era evidentemente un ser dañino, un destructor. Hay gente que a la hora de morir necesita sobre todo matar, igual que tantos que matan a su pareja y luego se suicidan, cuando lo que deberían es haberlo hecho al revés. El príncipe Leopoldo era otro irresponsable peligroso. Algunos seres creen que todo termina en ellos y necesitan exterminar algo simbólicamente a la hora de morirse. Sospechosamente, en muchos casos ellos sobreviven. Sospechosamente, todos tienen una coartada estética y romántica.
Me parece muy bien tu visión romántica de este hombre pero a mí no me parece nada romántica sino terrorífica. Dirás que fue un acto voluntario por todas las partes. No lo sé. A mí me suena a manipulación, a sórdida manipulación de psicópata. ¿Cómo no se mato de inmediato? Tú dices que sobrevivió veinte años pero ya estaba muerto. Evidentemente, no lo bastante, pues arrastró a otra víctima con él. Hay gentes que son una lacra para todos cuantos se relacionan con ellos, que llevan dentro no el espíritu de la autodestruccióm sino el de la destrucción de los otros. Puedo imaginar el lavado de cerebro, la lenta erosión de una voluntad y la seducción de ese apetito de muerte ejerciendo su malvada tarea. Nunca mejor se le hubiera dicho: muere y deja vivir.
No es una historia triste: es una historia siniestra.