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"Sonrisar", por Miramamolín, el Moro

Sonrisar era la forma que tenían los antiguos de decir sonreír. Bueno está. Pero tanto ellos como nosotros, al anteponer el son al reír, no es que nos convirtamos en cubanos y nos lancemos al bailoteo azucarado, ni que produzcamos músicas con la risa; antes al contrario y según parece lo que hacemos es reírnos, pero menos: poquito, en silencio, como el que no quiere la cosa, rebajando de categoría a la risa propiamente dicha. Aparentemente.

Porque por muy equivalentes que sean son y sub la cosa no funciona siempre así, ya que hay sonrisas que dicen y significan mucho más -bueno o malo- que la risa normal. Así, conocemos la sonrisa hipócrita, la sonrisa taimada, la orgásmica, la de la hiena, la bobalicona, etc… (que el lector adjudique cada una a alguien que conozca y verá que guasa).

Podríamos extendernos haciendo clasificaciones, buscando antecedentes, orígenes, causas, pero no siendo esto un trabajo académico, sino un punto de reflexión -chorra si se quiere, pero reflexión al fin y al cabo- me inclino más por mostrar algunos ejemplos de sonrisamientos que me llaman la atención por una u otra causa.

Para empezar, la Mona Lisa. Un cuadro espléndido de un grandísimo artista. Nadie va a discutir ahora la técnica ni la inspiración de don Leonardo. Pero ¿qué tiene sonrisa tan cacareada para que no haya plumífero que se precie -yo mismo, ahora- que no le haya dedicado líneas y más líneas? Que si el misterio de la dama, que si las sombras especiales, que si los efectos visuales, que si tal, que si cual. Y lo que tenemos ante nosotros es una, como su propio nombre indica, mona lisa. La pregunta es: ¿mona porque es bella, séase una chica mona, o mona porque es una primate hembra, quizá capuchina? En ambos casos, lisa, con el efecto que en lo des-tético tiene la lisura corporal. Pero además, ¿tan mona es? En mi harén no la habría admitido, aunque he de reconocer que los gustos son infinitos. Si primate fuese, sí se le podría aplicar lo de mona en el sentido estético, pues no hay duda de que tiene los ojos más rasgados y las mandíbulas y el hocico más recogidos que el común de las monas saltarinas. Imaginad su rostro junto al de Chita, y comparad.

Otra cosa es la sonrisa del petrocarnicero Bush.

¡¡He leído que para muchos gringos el principal encanto del genociterrorista es su sonrisa!!

¡¡¡Toma y toma yaaaaa!!!

Y yo que le veo un gesto de niñato pijo y mimado, con una mueca híbrida de sonrisa y pucherito, como buscando la aprobación de sus mayores, o la de sus petropatrocinadores para el cargo que ocupa ahora…

¿Cómo puede sonreír un tipo que firma sentencias de muerte, que ordena bombardeos, saqueos, torturas y desmanes sin fin? Y, admitiendo la aberración, reconociendo la bobería de los teleadictos, la desinformación del usaco medio y la infinita variedad de los gustos, ¿cómo es posible, clamo desesperado, que haya un solo ser humano que encuentre encantadora la mueca del vaina -de revólver, de espada, sujeto despreciable- éste? Quizá su sonrisa sea huidiza, como la mirada, por su miserable condición descrita.

Una sonrisa que me llamó la atención en su día, de modo indirecto, es decir por lo mucho que de ella se habló y se habla -no por interés propio-, fue la del Sr. ZP, sigla que al principio me "sonó" a modelo humilde de Citroí«n y luego supe que era un político que se hacía el humilde. Ojo, digo que se hacía porque mi opinión -y no olvidéis que viví intensamente la política en mi juventud- al respecto es que cuando un político llega a ciertos niveles de mando ya ha machacado a suficiente gente como para no poder ser tildado de humilde.

¿Qué clase de sonrisa nos muestra este señor? Pues yo creo que la del que está contentísimo porque le ha tocado la primitiva y es incapaz de ser discreto, mezclada con la del que nos da gato por liebre en una transacción, como se ve por sus hechos económicos e históricos (1% de impuesto para las sociedades opacas de inversión frente a 35% de las sociedades mercantiles normales; enterramiento, y nunca mejor dicho, de todo lo referente a la reparación de la injusticia histórica sufrida por los republicanos -muy reciente-; mantenimiento del concordato vigente con el Vaticano; más tropas para Afganistán, y demás trilerías que le sitúan en la misma órbita que a los anteriores gobernantes, pese a sus golpes de efecto con las bodas homosexuales y la retirada de Irak).

La del Sr. Ratzinger es matizadamente distinta: tiene una cara de felicidad por haber sido elegido, se le nota tanto, que da un poco de asquito y no puede uno menos que preguntarse: ¿pondría la misma carita cuando le arengaba Hitler? ¿O cuando "resolvía" un arduo problema filosofoteológico? Y los ojillos chispeantes cuatro dedos más arriba del sonriente hociquito cul de poll -que diría un catalán- ¿se le pondrían así al condenar a los de la teología de la liberación en su santo oficio camuflado?

A mí la sonrisa que me gusta es la sonrisa abierta, mirando a la cara, del interlocutor, la que expresa gustar de la buena mesa y del caldo apropiado; la que se acompaña de la sonrisa de los párpados, entornados, y desparrama la papada del sujeto por so el cuello de la camisa, indicando la incorrección política de "jincarse" un buen puro tras el cava y el brandy. Esa sonrisa que, se hable o se ría en el idioma que se ría o se hable, precede a una carcajada y un apretón de manos y no deja traslucir las penas o preocupaciones que el individuo lleve por dentro y que sólo él se masculla sin molestar a los demás. En suma, a mí el tipo de sonrisa que me gusta es la del Sr. Carod Rovira.

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(En ruta hacia Mecca, como sabéis, yo tengo que ir con gesto adusto de pobre famélico, pero por ahora el viaje es cómodo y no he padecido ninguna insolación: cuidado con extraer conclusiones apresuradas o falsas).