EL LENGUAJE OBRERO
No sé si es cosa de la crisis famosa o de que a mi turboturbante psicomagneticoinonizantenanotecnológico se le ha fundido algún plomo, mas lo cierto es que, últimamente, no me surgen muchos asuntos de mi interés como para comentarlos aquí. Pero hoy sí ha habido algo que me ha espabilado. Mas vamos por partes:
1. No soy crítico literario;
2. No me fío casi nada de ellos porque muchas veces me la han dado con queso;
3. No los conozco a todos, obviamente;
4. Y tampoco a todos los autores, por supuesto.
Sentadas, pues, mis limitaciones, voy a comentar algo que me ha chocado al leer la crítica de una novela de cuyo autor no tengo más que el nombre, que no sale en Wikipedia. Del crítico sé algo más porque sale en algunas webs, pero tampoco en Wikipedia.
Lo primero que me ha saltado a la vista es que más que una crítica parece, el escrito, un texto de puririto malquetín para que todo quisque compre el libro, del que, advierto, no me he hecho una idea siquiera, salvo que parece un canto al mundo obrero, así en general y a su lenguaje. Eso sí, el crítico/product manager exhibe muchos conocimientos, pero ni siquiera nos cuenta de qué va el libro, como suele ocurrir con muchos de los críticos actuales que sólo tratan de exhibirse ellos.
Casi comienza su texto diciendo cosas como:
" ... los escritores españoles habían dejado atrás el lenguaje chabacano de los obreros".
(...)
Eso es despreciar el lenguaje de la clase obrera y a la misma clase obrera. ¿El autor considera inferior a la clase obrera? ¿"Infrahumanos"? Como el programa regeneracionista español denominaba a los obreros y que luego el fascismo se miró en el (sic).
Pues bien, a mi modo de ver, ahí está el primer fallo del artículo que comento, porque lo primero que habría que hacer es DEFINIR EL LENGUAJE OBRERO, que no es uno, sino tantos como oficios o trabajos obreros existen, o tantos como regiones o localidades hay en el mundo. Didácticos ejemplos al canto, de los que no suelen usar los superteóricos:
Observen una conversación entre gentes vascas de la mar (obreros), como las que se producen en el libro "Gran Sol" de Aldecoa y gentes de las marismas almonteñas o bollulleras. Ni unos ni otros se enterarán de lo que dicen, como no lo habrían hecho hace un siglo las gentes del Realejo o el Albaizin en la misma Graná. ¿O creen vuesas mercedes que el obrero de Huesca y el del Andévalo occidental se entienden a la primera? ¿O un fontanero y un programador informático?
Cuando vívía congelado en los túmulos del Parque Moret y oía decir la "camioneta" a las gentes de Gí¼erva (hoy Villafuentes de Perico) no podía imaginar que se referían a autobuses y cuando oía "chocos", ni idea de que hablaban de sepias.
Por otra parte, cuando desde un andamio varios albañiles dicen toda clase de burradas machistas a la moza que pasa por la acera, ¿están siendo chabacanos o un prodigio de finura y elegancia?
Veamos, dice el crítico en otro momento:
"El lenguaje como convención está fundamentado en la conciencia del que habla o escribe; establecer "lo que está bien" y "lo que está mal" es propio y es una facultad del poder, de la clase que tiene el poder".
Ignoro la procedencia social del crítico al que aludo, pero cuando escribe su artículo lo hace con el lenguaje burgués que denosta, por lo que el asunto me suena a hipocresía, ya que parece que se ha "vendido al poder".
Y creo que se contradice flagrantemente, porque el LENGUAJE COMO CONVENCIÓN, EL SER HUMANO LO HA CREADO PARA ENTENDERSE. Lo que "esté" o "suene" bien o mal es completamente subjetivo y depende de muchísimos factores, no sólo de la clase social de que se provenga: todos conocemos burgueses que hablan como asnos y currantes exquisitos en su hablar. Alguna vez he contado en algún sitio que mis primeros libros de literatura clásica me los regaló un mozo de almacén que se pasaba el día haciendo paquetes, y conozco universitarios burgueses que continuamente emplean expresiones como "la has cagado" y otras por el estilo.
Cualquier experto en comunicación le podria decir al crítico aludido que una cosa es lo que se piensa decir, otra lo que se dice, otra lo que el otro escucha y otra lo que interpreta el oyente. Es la subjetividad de cada uno la que ennoblece o prostituye una expresión. Búsquese bibliografía sobre el asunto, que la hay en abundancia, incluida la referente al lenguaje sexista.
En otro momento de su exposición, y refiriéndose a los obreros, el crítico dice que son:
"... considerados por los burgueses como recursos humanos."
Vamos, que no se entera: en la moderna economía, neoliberal por supuesto, los recursos humanos son TODOS los que trabajan a sueldo, sean obreros, peritos, ingenieros, abogados, vendedores, secretarias, etc... Lo único que los distingue es el sueldo o si llevan traje o no. Le aconsejaría que le echase un vistazo a los trajeados de las inmobiliarias que se han ido al paro en los últimos meses y les pregunte si son obreros o no (cosa distinta es que se sientan o no obreros por haber llevado traje y corbata verde).
Hay un aspecto que no quiero dejar de mencionar con esto de los lenguajes "propios" de algún lugar, oficio, etc... Me refiero, claro está, al argot. Creo que si un libro está escrito en argot, de la clase que sea, sólo lo van a leer y entender quienes conozcan dicho argot: abogados, médicos, chelis, obreros de tal comarca, castizos de tal otra. Y eso no es hacerle favor alguno a la literatura, al contrario: eso es dividir, es babélico. Quizá un mi amigo, esperantista él, podría aclarárnoslo con mucha más autoridad que la mía -que sólo uso impresiones subjetivas-. Acabo de recordar que cuando intenté leer por segunda vez un libro de Vargas Llosa lo dejé a la tercera página, porque en el autobús no podía llevar un diccionrio de "peruanismos" y algo así me ocurrió con el último que intenté leer de Cela, ya que llevar en una sala de espera un libro y un diccionrio de "galleguismos" es, simplemente, absurdo.
Distinto es introducir un detalle, un toque que le dé gracia, personalidad al escrito. Pero la gran literatura es la que se entiende por todo el mundo, aunque un personaje obrero diga sus frases en su lenguaje obrero, pero no así la narración: eso quita fuerza, aburre y se tira el libro.
Concluyo con un chiste que se contaba por los 50 del siglo XX y que yo oía desde el túmulo, en el que el contraste entre el lenguaje burgúes y el obrero es manifiesto:
Una pareja de "buena familia". Él se llama Amador de apellido, ella Amarilis de nombre. Telefonea el novio y coge el teléfono, la "criada" recien llegada del pueblo. Diálogo:
- ¡Hola, Soy el Sr. Amador, ¿está mi amor, la Srta. Amarilis?
- Pues zí zeñó, pero no puede ponerse porque está cagando.
- ¡Oh, Oh, Oh! - y cuelga.
Amarilis le lee la cartilla a la chacha, y al día siguiente se repite la llamada:
- ¡Hola, Soy el Sr. Amador, ¿está mi a amor, la Srta. Amarilis?
- Sí, pero no puede ponerse porque está en el baño.
- ¿Y tardará mucho?
- ¡No creo, porque se iba peyendo por el pasillo!
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NOTA FINAL: como no trabajo para la editorial que ha publicado el libro al que me refiero, sino como traductor del CNI, no doy los datos. Si alguien los quiere, los hay suficientes supra para buscarlos en Google.
Encantado de volver a verle por estos alcores, buen Miramamolin. Y ni Vargas Llosa ni Cela, una lectura mesurada del "Carmelo de Cádi" es fundamental para intentar comprender, si acaso un leve ápice, del parlamento gadita por antonomasia, que si bien es igual de chufla por lo menos es más cercano y divertido.
A sus pies....